La muerte de Victorino Martín ha causado conmoción en el mundo taurino, aunque los aficionados sabían de su enfermedad. En los obituarios publicados en la prensa se ha dedicado amplio espacio para resaltar su figura de ganadero. Pero se han omitido datos personales, salvo que su hijo varón, llamado como él, continuará al frente de la acreditada ganadería, lo que venía cumpliendo hacía años.
Victorino Martín contrajo matrimonio en dos ocasiones. Lo que llamó la atención es que después de convivir más de treinta años con su primera esposa, María García, familiarmente llamada Maruja, rompiera definitivamente esa relación para unirse a otra mujer mucho más joven, con la que sólo, tras casarse civilmente, estuvo un par de años.
A la redacción donde por entonces yo trabajaba, a comienzos de los años 90 del pasado siglo, llegó una carta enviada por una lectora, que nos pedía ser entrevistada para contar en la situación en que se encontraba tras ser abandonada por su marido. La misiva la firmaba la antes mencionada Maruja García. Fijamos una cita y nos trasladamos a la finca Monteviejo, sita en Moraleja, provincia de Cáceres, muy cerca del término municipal de Coria. Allí nos esperaba, puntual, una mujer compungida, que me contó lo siguiente: "Treinta y cuatro años hace que nos casamos. Le he ayudado a conseguir lo que tiene. Tras nuestra boda, trabajamos muy duramente. Tuve, por ejemplo, que coser durante veintitantos años para sacar adelante nuestro hogar".
Maruja García era hija de unos lecheros a los que Victorino Martín y sus hermanos vendían la producción de sus vacas. Se enamoraron, celebrando la boda el 30 de noviembre de 1958. Dos hijos les nacieron: Ana Isabel y Victorino. Le pedí a Maruja que me diera detalles de su ruptura con su esposo, el popular ganadero, sentados nosotros dos muy cerca de donde pastaban los temibles toros. De vez en cuando miraba de reojo no fuera que alguno nos diera un susto: "Mire usted, en 1987, hace cinco años, descubrí que mi esposo tenía una amiga íntima en Castellón. Amiga que venía a nuestra finca, donde estamos ahora mismo, y se dirigía a mí diciéndome que era una buena aficionada taurina ¡Sí, sí…! A lo que venía era… ¡a reunirse con mi esposo! Y supe quién era y cómo se llamaba: María Teresa Cachero, de cuarenta y nueve años, separada de su marido. Ella tenía catorce años más que Victorino. Y ya ve usted, nuestro matrimonio acabó cuando más necesitaba de su cariño, de su ternura, de su compañía… Siempre fue conmigo un hombre cariñoso y sencillo, dotado de una inteligencia natural. Jamás salía de noche. Le he pedido la separación, pero él se adelantó solicitando el divorcio. Me enteré cuando la cosa ya no tenía remedio. Transcurrieron unos meses y no me pasaba la pensión que habíamos acordado. Claro está que cuanto tiene es en régimen de gananciales conmigo. Con una sociedad a partes iguales con nuestros dos hijos. Yo lo que le pido es que me deje vivir tranquila, que no me quiero mover de nuestra finca, donde lo mismo se presenta ya con su nueva mujer a vivir también. No me echa, pero…"
Maruja se echó a llorar como una Magdalena. Y uno regresó a Madrid comprendiendo el llanto de aquella sencilla mujer que, a su edad, cumplidos los 60, se veía casi en la calle, sin saber qué hacer. Indagué luego para saber más datos sobre la tal María Teresa Cachero. Trabajaba de funcionaria en Castellón de la Plana, divorciada, madre de dos hijos, de agraciada figura. En la feria taurina de la capital levantina críticos taurinos, amigos de Victorino Martín, le gastaban bromas. Porque el ganadero, que gozaba de admiración popular, era conocido como "el paleto de Galapagar", su pueblo natal. El físico evidenciaba sus raíces rurales. Se reía a menudo, dejando traslucir una dentadura con piezas de oro, de las que tiempo atrás colocaban los protésicos dentistas, aún poco adelantados en su profesión. Y contrastaba su tipo con el de María Teresa, que tanto por su aspecto como por su profesión denotaba ser más culta y refinada. Pero eso, cuando el amor se cruza por medio, no les importaba a la pareja. Ella estaba feliz siendo fotografiada junto al sesentón Victorino, con el que acabó casándose civilmente; de ahí las prisas que le entraron al ganadero, como nos contaba Maruja, su "ex", para divorciarse lo antes posible. Pero este segundo matrimonio del aclamado criador de reses bravas resultó un fracaso. Y transcurridos un par de años cada uno se fue por su lado.
En la esquela mortuoria insertada en la prensa al día siguiente del fallecimiento de Victorino Martín se especificaba el día y hora del funeral, en la parroquia de Galapagar, ciudad de la era hijo predilecto, y donde ha sido enterrado, muy cerca de la tumba del premio Nobel, el dramaturgo Jacinto Benavente, que veraneaba en dicha localidad serrana madrileña. Pero en la cita de sus deudos, no se citaba a nadie en concreto. Sólo el término de "sus familiares". Sin especificar quiénes. Evidente resulta que sus dos esposas ya eran sólo pasado en la vida de este singular personaje del mundo taurino.