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De Lola Flores a Junior: las memorias que revolucionaron el mundo del corazón

El de Chenoa no es más que otro libro de memorias de la larga y reveladora lista de artistas españoles.  

El de Chenoa no es más que otro libro de memorias de la larga y reveladora lista de artistas españoles.  
Memorias que revolucionaron el mundo del corazón

No es España un país cuyos personajes más populares se hayan decidido a escribir sus memorias. Pero tampoco, siquiera, a dictarlas a un escritor o periodista, a un "negro" como se llama en el argot literario a quien utilizando la primera persona pone en boca del biografiado sus recuerdos y opiniones. Intentaremos hacer balance de la mayoría de títulos posibles, no siempre guardando su cronología. Descartamos de antemano aquellas que aparecieron fragmentadas en capítulos semanales en las revistas del corazón, donde por ejemplo Lola Flores incurrió varias veces en contar en ellas sus amores, prácticamente lo mismo en todas ellas.

Y esas publicaciones no vacilaban en pagarle unos buenos miles de duros. Hasta que Tico Medina, el querido y admirado colega, logró poner fin -¡lo que le costó!- a un libro editado en 1990 y titulado "Lola en carne viva". Revisaba allí su vida amorosa, larga en encuentros de cama con varios toreros y futbolistas (varios del Barça y uno del Atlético de Madrid) amén de su requetesabida relación con Manolo Caracol, del que supimos que le daba palizas de vez en cuando, según ella. Y en el libro nos reveló como perdió la virtud abrazada a un genial guitarrista, Niño Ricardo, en una pensión de Valladolid. Un seductor que mantenía dos casas a un tiempo, la de su mujer y la de una querida. Lola lo recordaba como "aquel al que le di todo a cambio de nada". Poco después resultó que un hombre rico se enamoró de la jerezana y, creyéndola virgen, le ofreció el oro y el moro. Lo engañó, ya, claro, a cambio de diez mil duros. Cincuenta mil pesetas. Una "pasta" en aquel tiempo de posguerra donde tanta hambre pasó. "Aquel dinero me quemaba entre las manos", diría "La Faraona".

Admiraba mucho Lola Flores a Miguel de Molina, cuya leyenda aún no se ha apagado del todo, aun muerto el 5 de marzo de 1993. Sin ser un excelso cantante, mejor resultaba como "bailaor" y sastre de su propio vestuario; ganó mucha popularidad -y dinero- en los años 30, manteniendo ya en el exilio, tras la guerra civil, su estampa de atrevido y sensual intérprete de coplas. Por eso, sus anunciadas memorias, eran muy esperadas, pero no aparecieron hasta que falleció, siendo un sobrino suyo el que facilitó libretas desordenadas del artista al escritor Salvador Valverde (hijo), quien pudo poner en orden, hasta donde pudo, aquellos recuerdos escritos a mano. Miguel de Molina se recreó allí contando pelos y señales de sus amores con hombres de toda clase de condición social y otros esporádicos con algunas de las mujeres que lo adoraron. Como una tal Malena, bailarina, empeñada en casarse con él. ¿Es que era ciega? ¿Acaso no era consciente de su homosexualidad latente? Y entre tanto texto sobre sus amoríos, a veces rozando lo "porno", refirió que, estando en México, por culpa de Cantinflas y Jorge Negrete tuvo que salir "por piernas" del país. Igual le pasó en Argentina. "Olvidó" a propósito que si lo echaron de ambos países fue también por intentar –o lograrlo- acostarse con algunos soldados u oficiales del Ejército. Por supuesto detalló que al acabar la guerra en Madrid le dieron una tremenda paliza tres falangistas en el paseo de la Castellana, rompiéndole varios dientes y arrancándole parte de su cabellera, mientras le repetían que en la España franquista no querían maricones como él.

Lo desterraron en un par de ocasiones. Creyendo que aquí ya no podría ganarse la vida, tomó la decisión de irse un día de 1942, con treinta y cuatro años, para rehacer su existencia, su carrera. Se retiró a los cincuenta y dos años en Buenos Aires, donde Evita Perón le prestó una gran ayuda. Para luego ir malviviendo entre recuerdos y visitas a los chamarileros, a los que ofrecía parte de las pinturas y cachivaches que adornaban su vivienda. Murió sin cumplir el sueño de retornar a su Málaga natal. No quiso hacerlo en vida de Franco. Lo enterraron en La Chacarita, cerca de la tumba de Carlos Gardel.

Tico Medina también había sido elegido por la editorial Planeta para redactar la biografía de Julio Iglesias, que apareció en 1081, con el epígrafe "Entre el cielo y el infierno". Con páginas contando que a los veinte años no le hacía caso ninguna chavala. Y que, al separarse de Isabel Preysler, es cuando pudo componer sus mejores canciones de desamor. Casi sintiéndose un hombre desvalido… eludiendo que le había puesto los cuernos a su mujer un día sí y otro también. Como las memorias eran de encargo, rezumaron incienso, rozando lo hagiográfico. Julio ha vivido gran parte de su vida obsesionado sólo por sus triunfos en los escenarios, y desde luego por llevarse al dormitorio al mayor número posible de féminas. Como aquella Gwendoline de la canción, quien existió realmente, y se encamó con ella unos días en un hotelito barato de París, al que llegaron los padres de la ocasional amante, unos rusos que a poco le rompen la cara. Luego estaba el recuerdo perenne de su accidente de coche. "Está muy aferrada en mí la idea de la muerte o de quedarme paralítico de por vida". Como curiosa anécdota incluía ésta: por culpa del mordisco de una tortuga estuvo a punto de irse "al otro barrio". Y entre las frases que por despecho pronunció alguna de las mujeres que abandonó dimos con ésta, de la guapísima actriz Sidney Rome: "Si yo quisiera, acabaría con Julio Iglesias". No especificaba si haciendo el amor una noche entera o ¡quién sabe si imitando a su colega Sharon Stone, cuchillo en mano!

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Raphael tampoco podía ser ajeno a un volumen de memorias, aparecido en 1998. Sobre la imagen de su rostro, muy serio, campeaba el título: "Raphael. ¿Y mañana qué?". Quinientas sesenta páginas, muy amenas, que imagino fueron leídas antes de que llegaran a la imprenta por su encantadora esposa, Natalia Figueroa, dueña de una prosa sencilla, directa, inteligente y cautivadora. Aseguraba el cantante haber nacido en 1943, lo que era cierto aunque lo ocultó bastantes años a los periodistas, quitándose unos cuantos años para parecer siempre eternamente joven (aunque no tanto como su rival, Camilo Sesto, muy aficionado a la cirugía estética). Su casa de discos se oponía a grabarle la versión española de "El pequeño tamborilero". Con su buen olfato, y oído sobre todo, él se empeñó, logrando el primero de sus múltiples éxitos, hasta nuestros días, cuando lleva casi sesenta años sin dejar de hacer gorgoritos, con su grandísima voz, y sus siempre personales gestos.

Contaba que Ava Gardner fue a visitarlo en Acapulco cuando rodaba la película "El golfo", insistiendo muy cabezona que fuera con ella a la capital mexicana para pasar un fin de semana. No quería el cantante pero muy terca ella se salió con la suya y en un vuelo que nunca ha olvidado Raphael estuvieron a punto de estrellarse. Por supuesto se explayó con detalles sobre cómo conoció a Natalia, de qué manera convenció al marqués de Santo Floro, padre de ella, que no aprobaba la boda, y la aventura que corrieron los asistentes al enlace –entre ellos, yo mismo- hasta llegar a Venecia. Un día de 1968 coincidieron en un almuerzo. No dejaron de mirarse. Él se levantó, fue hacia donde estaba la aristócrata y ante los reunidos dijo: "¿Pero es que nadie va a presentarnos?" O sea, a la antigua usanza. Se prestó a ello mi recordado amigo y colega Antonio D. Olano. Pocos creían en la duración de aquella pareja. Y ya ven, han comido perdices, contentos y felices ya casi medio siglo, y son abuelos, condición que a él le sienta como patada en ciertas partes pudendas. Prometió una segunda parte de sus memorias.

Junior nos sorprendió también con unas memorias, que se conocieron en 2008, "Mucho antes de dejarme", en alusión a la trágica muerte de su esposa, Marieta, la inolvidable actriz y cantante Rocío Dúrcal, fallecida dos años antes. Ello llevó a Antonio Morales, que es como se llamaba Junior, a un estado de desesperación y dolor, que pretendió mitigar con la bebida. Resulta duro recordar que antes de que su mujer cayera enferma, él había estado años atrás a punto de morir. La quiso con locura. Sin embargo, en ese libro cometió quizás el mayor error, que nunca se lo perdonarían sus tres hijos: contar que, estando casado, en un viaje a Filipinas, engañó a Rocío con la actriz Vilma Santos, su compañera en dos películas que rodó en su país natal. Junior, tras una época dura, enfrentado a sus dos hijos mayores, moriría en soledad, recordando a quien fuera su gran amor, Rocío Dúrcal, aunque como se sabe estuvo antes de que ésta se le declarara, saliendo con Marisol (y Juan Pardo con Marieta).

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De Miguel Ríos es "Cosas que siempre quise contarte", aparecido en 2015, donde hacía repaso a su larga vida de rockero y a sus amistades femeninas, hasta llegar a Regina, su última compañera. De una anterior relación, el cantante tuvo una hija, Lúa, que ha seguido las huellas musicales de su progenitor. En los primeros años 60, le impusieron anunciarse como Mike Ríos. Días de vino y porros. La cárcel por alguno de sus excesos. Giras fantásticas, que inauguraron una forma espectacular en España en plena fiebre del pop-rock, ya en los años 80. Parte del dinero que ganaba lo invirtió con otros socios, futbolistas veteranos del Real Madrid, en una fábrica de pan. Y luego, el anuncio de su retirada, que no ha cumplido del todo, repitiendo espectáculo, "El gusto es nuestro", junto a sus buenos amigos Serrat, Ana Belén y Víctor Manuel, con quienes continuaba en el escenario este último verano. Ya saben que el siempre practica lo de "los viejos rockeros nunca mueren".

María Jiménez confesó asimismo en "Calla canalla" todas sus cuitas amorosas y, por el título, pueden suponerse que relacionadas con quien fue su marido, el ya desaparecido gran actor Pepe Sancho. El libro vio la luz en 2003 y quien recogió el relato de su vida fue la locutora María José Bosch. Con emoción evocaba el trágico accidente mortal de su hija. "Esa herida que nunca cicatriza". Las privaciones que pasó antes de dar a luz, fruto de sus relaciones con un caballero sevillano, de aristocrática familia, rico ganadero, que no quiso saber nada ni de la madre ni de la hija. Quien se había ganado la vida a base de fregar suelos en casas de Barcelona, se convirtió en rumbera de éxito, pero fracasó en su atormentado matrimonio. Y ya retirada, "con dos camas vacías", sin ganas de cantar, ni de volver a enamorarse. Una vida entre la alegría y la pena. Como la de otros personajes, de la canción, el cine, el teatro, el espectáculo en general que en alguna otra ocasión reflejaremos aquí en "Chic".

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