Menú

Corinna tiene un collar de diamantes y esmeraldas que perteneció a la española Maharaní de Kaphurtala

El collar fue subastado hace siete años por un valor de 870.000 euros.

El collar fue subastado hace siete años por un valor de 870.000 euros.
Corinna Zu Sayn-Wittgenstein | Archivo

Hay valiosísimas joyas que, al margen de su elevado precio, contienen historias sentimentales, casi de carácter novelesco y desde luego romántico. Es el caso de un collar de diamantes y esmeraldas que hoy está en posesión de Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Se subastó en 2011 en Sotheby´s, la célebre firma en su sede londinense. Partiendo de una puja de alrededor de 300.000 euros alcanzó al final un precio, más del doble: exactamente de ochocientos setenta mil trescientos cuarenta y tres euros. Como suele ser habitual en los objetos de elevada cuantía no fue hecho público el nombre de la persona que se hizo acreedora de tal alhaja. Pudo ser la propia Corinna, o tal vez algún galante admirador suyo. En el misterio queda la identidad del comprador.

La anterior propietaria del collar era Aline Griffith, condesa de Romanones, fallecida a una edad nonagenaria a finales del pasado año. Había sido un regalo del que fue su esposo, Luis de Figueroa y Pérez de Guzmán. Pasó por las manos de un prestigioso joyero madrileño, el ya desaparecido Luis Gil, que transformó el antiguo collar para renovarlo conforme los estilos más actuales de ese tipo de adornos. Collar que había sido el regalo del maharajá de Kaphurtala a su entonces jovencísima esposa, en su décimo noveno cumpleaños, la española Anita Delgado, cuya vida de cuento de hadas merece recordarse.

Transcurría la primavera de 1906, en vísperas de la boda del rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg. Numerosos invitados regios acudieron al enlace, entre ellos un príncipe hindú, maharajá del estado de Kaphurtala, de nombre Dhulip Danek, que llegó curiosamente en la comitiva del príncipe de Gales. Lucía el maharajá turbante de seda, plumas por todas partes, condecoraciones y piedras preciosas. Como llegó a Madrid con antelación buscó el modo de distraerse y no encontró mejor lugar que el Central Kursaal, teatro de variedades situado detrás de la Puerta del Sol, en la plaza del Carmen. Por la tarde era un frontón, y por las noches escenario de cupletistas que mostraban sus encantos al respetable. Caballeros en busca de emociones y miradas tras los muslos de las desvergonzadas "divettes", como entonces se llamaban a esas entretenedoras. Por allí desfiló la mítica Mata-Hari. Pero quien mereció el interés del príncipe hindú fue una "telonera", de las que abrían el espectáculo, mediocre artista, Anita Delgado, que formaba el dúo Las Camelias. Bailaba sensualmente. El príncipe se enamoró de ella al instante y acudió varias noches a verla actuar, completamente enardecido. Por medio de su secretario le hizo llegar a la joven malagueña, que a la sazón sólo contaba dieciocho años, el ofrecimiento de cierta cantidad de dinero, muy abultada entonces: cinco mil pesetas. Anita, absorta, confundida, comprendió no obstante que tras ese inesperado regalo se escondía la pretensión de tantos hombres: acostarse con ella. Rehusó los billetes, entre lágrimas. En los días siguientes, el maharajá, le hizo llegar, a través del intérprete del hotel que ocupaba, una nueva proposición: cien mil pesetas si aceptaba irse a vivir en París con él una temporada. Tampoco cayó Anita en las redes del príncipe. Cuéntase que el príncipe sólo logró que las dos hermanas Delgado y la madre de éstas acudieran al hotel París (el otro hotel más elegante de Madrid, después del Ritz) donde se alojaba él, invitadas a almorzar. Es más: desde los balcones de la habitación del maharajá contemplaron, se decía, el paso de la comitiva regia, una vez casados los Reyes de España en el templo de los Jerónimos, camino de Palacio. Pero nos hemos encontrado con un testimonio valioso: el de la propia interesada, a quien entrevistó, ya alejada de la Corte de Kapurthala y viviendo en la capital de España, un agudo periodista: "El Caballero Audaz". Y allí hemos leído, en un volumen fechado hace más de setenta años, cómo respondió a la invitación del capitán de la escolta del maharajá, que insistía en llevarla a París para reunirse con éste, al que no conocía entonces. Y lo único que se le ocurrió para quitárselo de encima fue responderle que si la oferta llevaba la aceptación de una boda, estaba de acuerdo. Las cien mil pesetas que cobraría era entonces una cifra diríamos hoy "millonaria". Dinero con el que Anita Delgado podía destinar en buena parte para sus padres. El progenitor se había arruinado con la venta de su café y malvivían en un humilde piso madrileño, gracias a lo que ella ganaba bailando en el Kursaal.

collar-corinna-romanones.jpg
La condesa de Romanones y Corinna | Archivo

El maharajá hubo de abandonar Madrid, camino de la capital francesa, donde permanecería un tiempo, soñando con reunirse con Anita Delgado, a la que, insistimos aún no conocía salvo de verla bailar desde un palco. La bailarina frecuentaba la tertulia de un grupo de escritores, en un café situado en una de las esquinas de la Puerta del Sol, quienes iban también al teatro mencionado, entre otros Valle-Inclán, los pintores Julio Romero de Torres y Ricardo Baroja… Conocedores de lo que le había ocurrido a Anita Delgado con el maharajá y habida cuenta de que ésta era analfabeta, dieron en escribir una carta a su ardoroso pretendiente, redactada por don Ramón, con el concurso de sus amigos. Nada de ello dijeron a "la novia". Para no hacer largo este relato, al cabo de unos meses Anita Delgado se convirtió en maharajá de Kaphurtala. Vivieron en un fastuoso palacio. Ella no podía haber soñado nada igual: como un cuento de las mil y una noches. Los regalos que le hacía su esposo, el rajá, eran continuos, tan enamorado como estaba de nuestra compatriota malagueña, entre ellos el ya mentado collar de diamantes y esmeraldas, a poco de la boda. Joya que, anecdóticamente, la había llevado antes… ¡el elefante preferido del príncipe!

Todo, aparentemente, iba bien en la existencia idílica de la nueva maharaní de Kaphurtala. Don Ramón María del Valle-Inclán llegó a escribir una novelita sobre aquella pareja, pues al fin y al cabo él y sus contertulios habían sido "los responsables" de aquella unión. Anita tuvo un niño, que desgraciadamente murió en la adolescencia. Aquello enfrió su relación con el príncipe indio, quien deseaba a toda costa tener descendencia masculina. Debió sufrir alguna alucinación, creyendo que Anita "le ponía los cuernos" nada menos que con uno de los hijos que tuvo él anteriormente. Hijastro y antigua bailarina, por lo que se temía el marido de ésta, se amaban a escondidas. Algo probablemente, volvemos a incidir, producto de su imaginación, de sus ardientes celos. Y entonces el maharajá le hizo comprender que aquel matrimonio había acabado. Se buscó una concubina, aumentado su círculo de mujeres, un harén. El asunto es que Anita Delgado, después de veinte años de esposa, tuvo que abandonar aquel legendario palacio de la India, regresando a Madrid, donde le sorprendió la muerte en 1962. Eso sí: se trajo un montón de baúles, equipaje donde se amontonaban ricos ropajes y joyas de inmenso valor. Entre ellas, ese collar de esmeraldas y diamantes que hoy exhibe de vez en cuando, tal vez conocedora de la historia que les hemos contado, Corinna zu Sayn-Wittgenstein.

Temas

En Chic

    0
    comentarios