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El humilde pasado de Jesús Bonilla: de vender camisetas en el Rastro a la fama

Hoy está arruinado por culpa de las preferentes, deprimido y sin poder trabajar.

Hoy está arruinado por culpa de las preferentes, deprimido y sin poder trabajar.
El actor Jesús Bonilla | Cordon Press

Miles fueron los españoles atrapados en ese pozo negro de las llamadas preferentes, inversiones bancarias en bonos basura que los llevaron a la ruina. Algunos salieron adelante con ayuda de abogados. En el caso del actor Jesús Bonilla no ha sido así: perdió 400.000 euros, según ha confesado, sin posibilidad de recuperarlos. Y eso le ha supuesto perder todos sus ahorros, sufrir una grave depresión, está bajo vigilancia de los facultativos, sujeto a una severa medicación. Y, naturalmente, sin poder trabajar, cuando era uno de los actores más populares y, además, dirigió un par de películas.

Nacido en Madrid el 1 de septiembre de 1955, acaba de cumplir por lo tanto sesenta y tres años. Él se ha considerado siempre toledano, pues pasó su infancia y adolescencia en un pequeño pueblo cercano a Talavera de la Reina. Con trece años llegó a Madrid. Quiso ser químico. Pudo más su afición al teatro. Se enroló en una compañía independiente. Estudió en la Escuela de Arte Dramático. Años de cierta bohemia cuando al salir de las clases algunos días, con otros compañeros, hacían representaciones callejeras y él pasaba luego la gorra entre aquellos que se habían detenido a contemplarlos. Algunas noches durmió en los bancos de la Plaza Mayor. Y muchos domingos se iba a vender camisetas a un puesto del Rastro. Con lo que sacaba podía pagarse sus estudios.

Llegó su hora cuando estrenó dos piezas escénicas de éxito: Esta noche gran velada y Bajarse al moro. Y en el cine, las dos partes de Makinavaja. Reconocido como uno de los mejores secundarios, apareció en una selección de películas que ya son historia del mejor cine español de los años 80, 90 y algunas del nuevo siglo, entre ellas: Belle époque, Kika, Todos los hombres sois iguales, Carreteras secundarias, La niña de tus ojos, Pídele cuentas al Rey…

Fueron, desde luego, sus apariciones en televisión las que proporcionaron a Jesús Bonilla una justa popularidad en series como Querido maestro, Periodistas y, sobre todo, Los Serrano, donde incorporó el personaje de Santi, hermano del que interpretaba Antonio Resines. Siete millones de espectadores era la media de audiencia en Telecinco. Papel que le marcó durante varias temporadas en un perfil bien alejado de su carácter bonachón: siempre estaba cabreado, como si quisiera competir con Agustín González, habitual en esa línea de personajes de constante malhumor.

Luego, Jesús Bonilla dio un paso adelante; con lo que sueñan muchos actores, pero pocos consiguen: dirigir sus propias películas. Debutó en 2003 con El oro de Moscú. Fui un día al rodaje, en las aulas universitarias de una facultad, creo recordar que la de Medicina. Y allí estaba Bonilla mostrando su habilidad junto a compañeros veteranos como Concha Velasco y Juan Luis Galiardo. Había logrado reunir en el reparto coral a un grupo de actores relevantes, como López Vázquez, Alfredo Landa, Andrés Pajares, Antonio Resines… La película fue bien de crítica y taquilla. Más adelante volvió a ser el secundario de lujo en La Reina de España, fallido filme, y Torrente 4. Para figurar asimismo en personajes destacados de series como El chiringuito de Pepe.

Jesús Bonilla no era hombre de montar negocios ajenos a su profesión. Y cometió probablemente el gran error de invertir prácticamente todos sus ahorros en esos bonos preferentes, en la creencia de que era una buena jugada para asegurar su futuro. Engañado como tantos otros. Arruinado en la actualidad. Enfermo. Con un negro futuro que esperamos pueda superar para ofrecer tantos momentos felices con su potencial enorme de actor, tanto en el género cómico como el dramático.

Su vida privada la ha llevado siempre con suma discreción. Divorciado, encontró en la actriz Carmen Vicente-Arche la compañera ideal con la que convive desde hace unos años. No tiene hijos. Su perro ha sido mucho tiempo destinatario de sus caricias. Tipo sencillo, muy querido en su profesión.

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