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Montserrat Caballé, la sencillez de una diva

La ópera estará de luto no sólo en este día otoñal teñido de negro por un largo tiempo.

La ópera estará de luto no sólo en este día otoñal teñido de negro por un largo tiempo.
Montserrat Caballé | Cordon Press

El titular es un oxímoron, aunque el adjetivo diva tiene en el mundo del "bel canto" una connotación especial. Montserrat Caballé, de acuerdo con esa denominación, claro que era considerada como una diva, una excelsa soprano. Pero en el plano personal se comportaba con auténtica sencillez, no en vano procedía de una modestísima familia, algo que nunca olvidó, esos orígenes humildes que marcarían su carácter. No por ser aclamada en los mejores teatros del mundo operístico iban a convertirla en un ser prepotente.

Conversé con ella en un par de ocasiones. La primera, en Marbella, con ocasión de actuar en una plaza de toros, la de "Nueva Andalucía" para representar "La Traviata". Nunca había cantado en un coso taurino, lo que para ella constituía una novedad. Se lo pidió la esposa del empresario José Banús. Y Montserrat la complació. Imagino que a cambio de un buen "caché", que venía a ser lo de menos, dada su categoría. Le pedí una entrevista y Montserrat me citó a la mañana siguiente en su hotel, donde nada más saludarnos, me preguntó: "¿Trae usted magnetófono? Porque en caso contrario, como observo, tendrá que firmarme un papel. Estoy acostumbrada a hacerlo así. Me evito complicaciones desagradables". No hizo falta porque, tras una hora de entrevista, que ella aceptó finalmente de buen grado, extendiéndose en sus respuestas, consideraría que era innecesario que le firmara documento alguno ni que le llevara el texto que luego publiqué.

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"No entiendo por qué se nos llama divos a los cantantes de ópera", comentó tras la primera de mis interrogantes, prosiguiendo: "Es una especie de mito que crea el público". Le quise observar lo que para ella consistía ser una primerísima figura de la ópera, si un lujo, una necesidad, un divertimento para quienes pueden pagar una elevada cantidad en el Liceo o la Scala milanesa… Y ella, me dijo esto: "Trabajamos para la diversión de los demás, es cierto. Pero a nosotros, los profesionales que nos dedicamos a este género por nuestra vocación y nuestras cualidades, también nos sirve de distracción y alivio. Por un momento nos puede proporcionar una hora de felicidad. La ópera es una faceta de la cultura en general, la muestra de un arte. ¿Que si puede popularizarse o es sólo para élites, me pregunta usted? Yo creo que hay que atraer a las masas para que escuchen ópera. Todo ser humano tiene una sensibilidad de espíritu, aunque vamos demasiado deprisa en nuestra sociedad, sobe todo la juventud. Ésta, en su afán de superación cultiva otras cosas, menos el espíritu. Convendría que a los niños se les educara musicalmente. El Estado debería proporcionar funciones operísticas a precios reducidos. A mí, fíjese, no me importaría cobrar menos en casos así". Derivamos la conversación acerca de los sacrificios de un cantante, si en verdad merecía la pena renunciar a esa lucha. Aunque también apunté que la gente los veía como seres muy especiales, del gran mundo: "Se nos reprocha, puede ser, que vayamos siempre a hoteles de gran lujo, lo que aparenta que siempre vivamos a bombo y platillo. Ignoran los que eso piensan que hay cantantes arruinados. Esos que nunca se acostumbraron a una vida más sencilla, de ahorro… La voz no dura siempre, ¿sabe? Y hemos de administrar lo que ganamos, pues nuestros gastos son muy elevados asimismo".

Y además, prosiguió: "Cuantas veces hemos de asistir a fiestas, sin ganas, prefiriendo irnos a casa o al hotel para descansar tras una dura jornada de ensayos o de actuaciones. Pero, no sería correcto. Para encontrar el equilibrio que a veces preciso dispongo con mi marido y mis dos hijos una casa en el Pirineo catalán, a la que voy cuantas veces puedo".

Estaba casada con el también cantante de ópera, el mañico Bernabé Martí, quien sacrificó su carrera para estar junto a su mujer, acompañándola en todas sus giras. De sus dos vástagos, la hija, Montxita, heredó la profesión de sus progenitores, con excelentes críticas. Claro que sin alcanzar remotamente la categoría de su madre. Hablamos también sobre esos contratos a los que con mucha anticipación han de someterse los cantantes de ópera: "A menudo con cinco años de antelación. Suelo preguntarme… ¿pero… estaré viva para entonces?". Una característica de la Caballé, como un tic, era la risa que rubricaba algunas de sus respuestas. Tenía un gran sentido del humor, desde luego.

Había debutado en noviembre de 1957 en Basilea con "La Bohéme". Y la entrevista que le hice era cuando Montserrat llevaba diecisiete temporadas ininterrumpidas, en tanto Victoria de los Ángeles, me recordó la propia Caballé, alcanzaba los treinta años en activo, lo mismo que Renata Tebaldi, en tanto María Callas sumaba veinticinco. Me habló muy bien de todas ellas: "Es el público quien inventa las rencillas, nunca nosotras". (Por cierto: corrió años más una maliciosa frase atribuida a Plácido Domingo, al que endosaron una maledicencia acerca del peso de Montserrat a la que era difícil sostener en brazos si así lo obligaba el libreto. Por supuesto Plácido negó haber dicho tal cosa).

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"Las gordas caemos bien al público (me confesó ella), quizás porque tenemos un aspecto maternal con el que gustamos mucho a los hombres, por nuestra dulzura, y a las mujeres las tenemos como amigas, quizás porque no somos rivales. Yo no sigo régimen alimenticio alguno. Por ejemplo, en cuanto terminemos esta charla me iré a tomarme una paella", Lo que concluyó con una de sus habituales risotadas.

Terminamos refiriéndonos a sus humildes orígenes, cuando de jovencita le bordaba pañuelos a su madre, porque siempre fue muy hacendosa con las labores caseras: "Sí, mi familia no es que fuera modesta, es que era humildísima. Mi padre trabajaba como químico de productos del campo y gracias a una beca yo pude estudiar. Somos dos hermanos. Carlos, es mi "mánager".

Nunca he olvidado aquel encuentro periodístico, que me ha complacido evocar hoy en el triste momento de conocer la desaparición de una mujer llena de sencillez, que a fuerza de sacrificio y con su natural talento triunfó en los mejores escenarios del mundo. La ópera estará de luto no sólo en este día otoñal teñido de negro por un largo tiempo.

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