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Rocío Jurado y Ortega Cano durmieron en el suelo, sobre un colchón, en su noche de bodas

Este miércoles 18 de septiembre la de Chipiona habría cumplido 77 años.

Este miércoles 18 de septiembre la de Chipiona habría cumplido 77 años.
Rocío Jurado y José Ortega Cano | Gtres

De vivir hoy Rocío Jurado hubiera celebrado su septuagésimo séptimo cumpleaños. La edad de su nacimiento ha sido manipulada en casi todos los medios, en los libros publicados sobre su vida y hasta en la lápida mortuoria. En las biografías del mundo del espectáculo ha sido siempre frecuente que, sobre todo las grandes estrellas alteraran el año en el que vinieron al mundo. Pura coquetería femenina, aunque asimismo la exhibieran los galanes. Pero cuando fallecen ya no hay trucos: se conoce verdaderamente su auténtica filiación. No en el caso de la cantante de Chipiona. Tampoco es que ello sea importante: ella siempre decía haber nacido en 1946, luego pasó a reconocer que fue dos años antes. La verdadera fecha es la del 18 de septiembre de 1942, si nos atenemos al rigor que quien investiga y escribe retazos biográficos ha de ostentar.

En todos estos aniversarios, después del fallecimiento de la gran artista, componentes de varios clubs de admiradores de ella suelen depositar flores sobre su tumba, igual que lo hacen cada 1 de junio, recordando su adiós en 2006. José Ortega Cano, su viudo, acude muchas veces al cementerio de Chipiona, aunque prefiere hacerlo en soledad. Uno de esos clubs, quizás el más activo, decidió hace tres años dirigirse a determinada institución relacionada con el espacio celeste para solicitar algo que pudiera parecer excéntrico: dar el nombre oficial a una estrella de la constelación de Orión con el nombre de Rocío Jurado. Y lo consiguieron, con membrete de tal entidad radicada en los Estados Unidos. Dejémoslo así, en la digamos poética resolución. ¿Qué validez tiene ese documento? ¿Puede cualquiera dedicarle al ser amado ese tributo de admiración? ¿Qué cuesta, cuáles son los trámites?La imaginación es libre y a nadie hace año tales ocurrencias por disparatadas o absurdas que parezcan. Nada negativo nos parece.

Al hilo de este recuerdo hemos escuchado de labios de José Ortega Cano un detalle sobre su multitudinaria boda con Rocío Jurado, celebrada el 17 de febrero de 1995 en la finca del torero, Yerbabuena, situada en el término municipal sevillano de Castilblanco de los Arroyos, que le había comprado a su colega Juan Antonio Ruiz (Espartaco). Espectacular evento nupcial al que el novio aseguraba habían invitado a dos mil cuatrocientas personas. Fuera o no cierta esa cifra, sin duda reunió en las carpas, alrededor de la capilla donde se casaron, multitud de asistentes, lo que le supuso al matrimonio un elevado desembolso. Se suponía que el chalé, que yo conozco, suficientemente amplio, estaría en condiciones de ser habitado por los recién casados, con el confort y comodidad dada la posición económica de ambos. Pues, cuando lean lo que sigue espero que al menos sonrían, pues no se trata de una inventada declaración picaresca, de pura broma. Esto ha confesado ahora José Ortega Cano: "Rocío y yo dormimos en el suelo, sobre un colchón, en nuestra noche de boda". Dada la sinceridad con la que generalmente, salvo algún episodio aquí fuera de lugar, se ha comportado siempre el cartagenero, démosle toda la credibilidad. Gracia tiene esa revelación, desde luego. Imaginamos que la cama la instalarían al día siguiente, por muy mullido que fuera el colchón de marras.

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Lo que aconteció a la muerte de Rocío se ha contado hasta la sociedad. José entró en una espiral peligrosa: siendo abstemio creyó encontrar en la bebida, de vez en cuando, el modo para paliar su inmenso dolor. Sucedió después aquel grave accidente en la carretera, con el saldo de un conductor muerto contra cuyo automóvil se estrelló el que llevaba Ortega. Estuvo también éste a punto de morir: lo salvaron en el hospital sevillano. Para cerrar este negro capítulo de su vida, el durísimo episodio de la cárcel en un pueblo de Zaragoza. Hoy, José Ortega Cano es un hombre distinto. Con los dos hijos adoptados junto a Rocío, ya mayores de edad, cuyo varón parece que ha dejado ya de darle tremendos disgustos. Aunque la chica, más juiciosa, ahora está disgustada porque ha roto con su novio, su amor desde hacía cuatro años. Se ha vuelto José Ortega Cano a casar de nuevo, con una paisana precisamente de Rocío, Ana María Aldón, que atendía una tienda de ultramarinos en el tiempo que conoció al diestro en la hacienda Yerbabuena, madre de una hija de veinticuatro años de otra anterior relación. "No vengo a sustituir ni a Rocío ni a nadie", ha dicho, con total sensatez. Guapa, alegre, comparte ahora con el matador de toros su vida en el chalé que el torero adquirió con sus primeros ahorros, a medio centenar de kilómetros en la zona norte de Madrid. Y tienen un niño de ocho años, José María. Retirado de los ruedos, Ortega Cano quiso ya radicarse de nuevo en Madrid, desde donde vigila sus negocios y ayuda a algún novillero.

Para recuperar gastos del pasado (la estancia de Rocío Jurado durante su penosa enfermedad en una clínica de Houston le supuso hacer frente a una elevada factura) decidió vender Yerbabuena. Eran demasiados recuerdos los que le venían en todos los rincones, donde estaba presente la imagen de Rocío, en fotos, en ropa, en objetos de todo tipo. Por eso, cuando Ortega se deshizo de la finca contrató a siete u ocho camiones, que se llevaron muebles y cuanto había pertenecido a la pareja. Están en un almacén, esperando algún día formar parte de un museo que José quiere dedicar a la memoria de quien fue su enamorada esposa. Porque el otro, el que iba a inaugurarse en Chipiona, lleva un montón de tiempo cerrado a la espera de que la hija de Rocío y Pedro Carrasco diera el visto bueno y se entendiera con el ayuntamiento de la ciudad, lo que a la fecha de estos días aún no ha sucedido. De él quería encargarse Amador Mohedano, hermano y representante que fue de la artista, ahora arruinado, sin trabajo y a merced de cuando de vez en cuando aparece en un programa de televisión contando algunas miserias a cambio de unos euros. Una pena, porque el Amador que yo conocí siempre me pareció excelente persona, aunque a espaldas de su hermana quisiera alguna vez "poner el cazo" cediendo una exclusiva.

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Rociíto, como siempre fue conocida, está enfrascada con Fidel Albiac, su compañero, en el estreno de un espectáculo musical sobre la vida de su madre, que ha tenido lugar hace unos días en el teatro Zorrilla, de Valladolid: Qué no daría yo por ser Rocío Jurado; primero rodará en provincias para luego darlo a conocer en algún teatro madrileño, si es que lo encuentran disponible. Quien asume el protagonismo de la función es por ahora una intérprete novel.

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