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Enrique Ponce y Paloma Cuevas: historia de un matrimonio destrozado

El torero y la empresaria han puesto fin a su matrimonio tras 24 años de relación y dos hijas en común.

El torero y la empresaria han puesto fin a su matrimonio tras 24 años de relación y dos hijas en común.
Paloma Cuevas y Enrique Ponce | Gtres

Era una tarde de toros cualquiera, una novillada en la plaza de Algeciras. Victoriano Valencia estaba presente. El torero de dinastía llevó a su hija Paloma a ese festejo en el que uno de los diestros llamó la atención de la aún adolescente: Enrique Ponce. Fue la primera vez que, sin conocerse, ambos cruzaron sus miradas. Lo contaba el catedrático y crítico taurino Andrés Amorós en su espléndida biografía sobre el matador de toros valenciano, "Enrique Ponce. Un torero para la historia", del que extraemos algunas notas y anécdotas en estos días que tanto se escribe y se comenta sobre el matrimonio de este veterano espada y su bellísima esposa.

Primavera de 1992. Habían transcurrido algunos años después de aquel festejo gaditano cuando Enrique Ponce, ya con los entorchados de matador de alternativa volvió a fijar sus ojos en los de Paloma Cuevas. Fue en el hotel "La Perdiz", en el término de La Carolina. Victoriano Valencia estaba allí con su hija, acompañando a su poderdante, Ortega Cano. Y Enrique no dejó de mirar, mientras almorzaba, a la guapísima Paloma. Medió para presentarlos Manolo Morilla, que era entonces el apoderado de Ponce. Le gastó una broma. Pero Enrique, desde aquel día, no dejó de pensar en ella. Ambos eran veinteañeros. Unos meses después, en invierno, coincidieron en la feria de Cali (Colombia). Entablaron una breve amistad. Paloma le anotó su número de teléfono en un trozo de papel, que Enrique conservó cuidadosamente. En marzo siguiente, año 1993, la llamó por teléfono, encontrándose en Madrid. Fijaron una cita, almorzaron juntos, se enamoraron. "Es la mujer de mi vida", se dijo él. Y ella, para sí, pensó que había encontrado el amor que esperaba. No había tenido novio. Y si Enrique participó de alguna experiencia sentimental, debió ser fugaz.

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Sellaron el noviazgo. Que duró unos años. Enrique tenía un apretado número de corridas, temporada tras temporada. Era de los primeros en el escalafón taurino. Y Paloma Cuevas resulta que se había ído a estudiar a Boston. Amor a larga distancia, miles de kilómetros, que ambos acortaban con sus cartas, mensajes, conferencias telefónicas interminables. Pensaban en casarse cuanto antes. Y ese día, por fín, llegó: el 25 de octubre de 1996, en la Catedral de Valencia, ante la imagen de la Virgen de los Desamparados. Eligieron la tierra del novio, aunque afincado en la provincia de Jaén. Un acontecimiento para los valencianos, al punto de que Canal 9 retransmitió no sólo la ceremonia religiosa sino lo que aconteció después, varias horas durante el ágape nupcial.

Enrique Ponce, un torero para la historia

Enrique Ponce vino al mundo en Valencia, en el hospital de la Fé, el 8 de diciembre de 1971. Fue su abuelo Leandro quien le inoculó la afición taurina. Precoz becerrista con diez años. Su familia aceptó que dejara el hogar en el pueblo de Chiva para trasladarse siendo adolescente a la finca de Juan Ruiz Palomares, en el término jienense de Navas de San Juan, a mediados de la década de los 80. Allí, Enrique fue aprendiendo poco a poco la técnica del arte taurino en la ganadería del que iba a ser su apoderado muchos años, quien le firmó sus primeras novilladas hasta alcanzar la ansiada alternativa y coronarse como una figura del toreo, que sigue ostentando en la actualidad, pese al parón causado por el coronavirus.

Son treinta años de matador de toros, desde su alternativa el 16 de marzo de 1990. Millonario. Y no muy castigado por los toros, aunque tuviera algún percance como aquel de 2002 en la feria de León donde estuvo a punto de perder la vida. Paloma acudió presurosa hasta el hospital donde lo habían asistido tras la cogida y decidió trasladarlo con toda urgencia a Madrid, donde tras una dura convalecencia puede decirse que "volvió a nacer". No es fácil ser la mujer de un torero. Son muchas tardes de angustia esperando que el teléfono del mozo de espadas suene y ella sepa que su marido ha acabado el festejo sano y salvo. En el caso de Paloma Cuevas quien se encargó siempre, al menos en los últimos años de ese ritual fue su propio padre, Victoriano Valencia, que ya era apoderado, a medias con el antes mentado Juan Ruiz Palomares, de su yerno Enrique Ponce.

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Paloma, la hija que heredó la belleza de su madre

Victoriano Valencia (en su carné Victoriano Cuevas Roger) ha sido así conocido en los carteles y fuera de las plazas. Adoptó el sobrenombre familiar. Torero de dinastía. Nacido en Madrid el 31 de mayo de 1933, nieto de José Roger Duval (Valencia) banderillero del Espartero, sobrino también de toreros. Su madre, Ana Roger Serrano se casó con un comisario de policía, José Cuevas, destinado en Barcelona, que es donde vinieron al mundo Victoriano y su hermano Pepe. En la Ciudad Condal, con la sangre torera que llevaba en sus venas, contraviniendo los deseos de su progenitor, se fue aficionando a la fiesta brava. Aceptó la imposición paterna de estudiar la carrera de Derecho. Que terminó, para después consagrarse como torero. Atractivo, con don de gentes, aparecía en las revistas como acompañante de bellezas internacionales, misses, actrices e incluso alguna princesa, como Titi de Saboya, hija del rey de Italia, con la que vivió un sonado romance. Se habían conocido en la peluquería madrileña de uno de los hermanos Llongueras. Victoriano, gentil, le brindó un toro en Las Ventas y Titi estuvo durante un año "flirteando" con el torero de Chamberí, pretendiendo casarse con él. Quien llegado un momento le confesó que tenía novia formal.

Puede imaginarse el berrinche que se llevó la enamorada princesa, al punto de que al verse preterida tomó una pistola en el piso madrileño que habitaba, creo recordar en el paseo de la Castellana, disparándola en su pecho. Afortunadamente sólo quedó malherida. El suceso llegó a las páginas de sucesos de todos los periódicos aunque obviando algunos detalles. Es posible que Victoriano Valencia, consternado, dadas las influencias que tenía, hizo todo lo posible para que el caso le salpicara lo menos posible. Titi de Saboya, una vez curada, pasó a la clínica del doctor López Ibor para superar aquella depresión que la había llevado a pensar en el suicidio. Conocí a la princesa un verano marbellí ya casada con el diplomático argentino Luis Reina y madre de varios hijos. El recuerdo del torero se había ya disipado.

Por su parte, Victoriano Valencia dejó de salir con sus continuos "ligues" dedicando sus atenciones a una guapísima madrileña, hija de un adinerado empresario,

Paloma Díaz. Tan atractiva era que un director de cine, Rovira Beleta, quiso que interviniera en una película, pero siempre celoso y conocedor del paño y el ambiente, Victoriano se opuso, truncándose tal vez la carrera de una posible estrella de la pantalla. Tres meses antes de la boda, el torero se cortó la coleta en Ibiza y ya nunca más retornó a los ruedos. Su enlace llenó las páginas de las revistas rosas del momento. Estuve en aquel acontecimiento. Tras la ceremonia religiosa en la iglesia madrileña de la Concepción, calle de Goya (muy cerca de donde vivía la novia) hubo una fiesta por todo lo alto en una finca de Soto de Viñuelas, donde Lola Flores toreó una vaquilla al alimón con Victoriano. El casi todo Madrid de la buena sociedad estuvo representado en el evento. Dos nietas de Franco se encontraban entre los cientos de invitados. El matrimonio Cuevas-Diaz tendría dos hijos, un varón llamado como el padre, que murió inesperadamente hace pocos años, y Paloma, la hija que heredó sobre todo la belleza de su madre. Nacida y criada en Córdoba donde la familia Valencia se instaló unos años, porque allí Victoriano mantenía unos negocios de ganado y seguía muy de cerca otros como empresario y apoderado.

Más de 24 años de amor

El matrimonio entre Paloma Cuevas Díaz y Enrique Ponce Martínez tuvo dos hijas, Palomita y Blanca. Fijaron su residencia en la finca "Cetrina", de Navas de San Juan, aunque también adquirieron un espléndido chalé en una urbanización madrileña. Paloma ha sabido siempre conocer la idiosincrasia de Enrique como torero. Y por eso se adaptó a vivir en el campo. Pero ella viajaba siempre a Madrid, unas veces con su marido y otras sola para atender su propio negocio de joyas y una tienda de ropa de niños. En las revistas del corazón la pareja siempre ocupaba un lugar destacado, ella con su inigualable belleza y elegancia, y él, también atractivo, vistiendo con mucho gusto, y discreto siempre dejando que su mujer ocupara la mayor atención de los reporteros. Ambos han sido habitualmente muy amables con la prensa. Y Paloma Cuevas, para la revista "¡Hola!", una de las mujeres más bellas de España en una encuesta que publicaban anualmente. Al margen de esa vida social, cuando los compromisos de Enrique la permitían, viajaban en invierno a la América taurina, donde él cumplía sus contratos en los ruedos. Luego se iban a Nueva York o a algunos otros lugares de diversión. El torero tiene otra afición, la cinegética. Compartió ojeos y cacerías con el rey don Juan Carlos. Advertí una tarde la conversación entre ambos, muy amistosa, departiendo sobre esa pasión común.

Veinticuatro años de casados iban a cumplir en otoño. Pero en este verano tan duro, incierto, casi irreal que todos vivimos, nos ha llegado la noticia de las disensiones de la pareja que, al parecer ya habían surgido hace dos años. Cuando él , supuestamente según lo sabido ahora, quedó encandilado de una guapa aficionada a los toros, natural de Almería, de nombre Ana Soria. En Almería, tierra muy querida para mí, donde asisto a fines de agosto a su feria taurina (este año me temo que ya desgraciadamente suspendida) el coso de Vilches como es llamado, se alegra con muchos mantones de Manila portados por muy guapas damas, jóvenes y maduras. Es la plaza de toros española a la que más espectadoras asisten, poniendo una nota de belleza y color. Y por lo visto Ana Soria no se perdía festejo almeriense, pues Enrique Ponce es de los diestros que en las últimas temporadas era fijo en esos carteles feriados, ganando varias veces el trofeo en liza, un capote de paseo bordado en la sastrería del hijo de Enrique Vera.

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Para Paloma ha sido un golpe que no esperaba. Y para muchísima gente que aprecia a la pareja. Difícil va a ser para ella que supere este duro contratiempo en su vida todavía joven. No le será fácil reaparecer un día, quizás lejano, en algún evento social madrileño. Quizás se recluya en la finca con sus hijas. O en Madrid, en su lujosa vivienda. Dada la caballerosidad que se le concede a Enrique Ponce, creemos que llegado el momento ante notario, si es que deciden finalmente la separación y consiguiente divorcio, repartirán sus bienes gananciales con total aquiescencia y equidad. Sobre todo pensando en sus hijas, aún menores de edad. Una pena que hayan llegado a este abrupto final, viéndolos siempre tan felices y unidos. Los vaivenes, a veces, de un inesperado amor, que la razón no entiende.

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