Laura Valenzuela cumplió 90 años el pasado 18 de febrero. En la intimidad. Sólo con la compañía de su única hija, Lara. Quien fuera uno de los rostros más populares de la televisión hace ya tiempo que no sale de casa. Decidió en 2012, tras ser homenajeada por Televisión Española con un galardón, renunciar a todo tipo de vida social. Lástima que no se decidiera a escribir sus memorias. Cierto es que su vida artística, en lo esencial, se ha contado muchas veces. Pero ella alberga muchos recuerdos, personajes importantes que ha conocido, secretos que guarda para sí.
Mujer muy atractiva, elegante, de elevada estatura, plena de simpatía cuya identidad real es la de María del Rocío Espinosa López, nacida en Sevilla en 1931, aunque nunca se le conoció acento andaluz, por la sencilla razón que sus padres la llevaron consigo teniendo un año a Salamanca y otras ciudades españolas, incluyendo una temporada que residieron en un pueblecito francés.
Con diecisiete años, quien todavía era conocida como Rocío trabajaba de mecanógrafa, cobrando trescientas pesetas: no era mal sueldo entonces, 1948. Estudió unos cursos de Comercio. Después entró en una tienda de vestidos, donde ejercía de vendedora y modelo. Tuvo un día cierto desencuentro con una importante clienta, que se quejó a la propietaria del establecimiento. Aquella contrariada dama era nada menos que la Duquesa de Alba.
No tenía aquella guapa sevillana deseo alguno de ser actriz. Como modelo desfiló para importantes firmas de principio de la década de los 50, Asunción Bastida, Marbel…Conoció a uno de los mejores actores cómicos del cine español, malogrado tempranamente a causa de una enfermedad degenerativa, José Luís Ozores, que la animó a que se presentara a unas pruebas en el madrileño paseo de la Habana, sede de los primeros estudios de Televisión Española. Era 1957 y quien ya sería en adelante Laura Valenzuela, el sobrenombre que eligió desdeñando el suyo propio, que no era vulgar por otra parte, fue admitida como presentadora, pionera en aquellos tiempos cuando en nuestro país nacía en pañales lo que en su día algún chusco dio en llamar "la caja tonta". Es decir, la televisión. Hasta que a primeros de los años 60 no comenzaron a programarse desde el mediodía hasta medianoche espacios regulares, en España apenas había solamente medio centenar de aparatos en propiedad de adineradas familias. Francisco Franco fue, por supuesto, el primero en tenerlo en El Pardo. Durante bastante tiempo lo poseyó, sin querer otro más moderno.
Laura Valenzuela se convirtió en un rostro familiar para los españoles a través de la pequeña pantalla. Le tomó en seguida afición a su trabajo de locutora, aunque cuatro años atrás había debutado en el cine con un breve papel en la película El pescador de coplas, protagonizada por Antonio Molina. No estaba segura de vivir de la profesión de actriz. Y en televisión acertó a verla el padre de un joven productor cinematográfico, fundador de Ágata Films, José Luís Dibildos, al que su progenitor sugirió que podía contratarla para alguna de sus cintas. Así lo hizo, citándola en sus oficinas de la Gran Vía, de donde salió muy ilusionada Laura Valenzuela con el guión de Ana dice sí. Y lo que fue más decisivo en su vida particular: se enamoraron.
Hasta entonces poco se sabe sobre los romances que pudo tener Laura, pues ella nunca ha querido referirse a sus amores de juventud. Sólo supimos de un pianista al que veía, y escuchaba, todos los días desde el balcón de la casa donde vivía. Amor parece que sólo platónico, como si fuera el argumento de una romántica comedia. En cambio el noviazgo con José Luís Dibildos, uno de los productores más importantes del cine español, siguió felizmente. Pero largo, muy largo: duró nada menos que trece años. ¿Y saben por qué? Él no podía casarse, estaba separado de su esposa, el divorcio estaba aún lejos de aprobarse. En los últimos tiempos de esa relación, José Luís y Laura tenían una habitación a su disposición en el domicilio del muy recordando dibujante de humor Antonio Mingote.
Laura se quedó embarazada. Dibildos movió todos los hilos posibles para legalizar su situación y contraer matrimonio con ella, lo que sucedió el 27 de marzo de 1971, ahora se cumple medio siglo, en el complejo hotelero de José Luís Ruíz Solaguren, sito en Illescas (Toledo), el mismo lugar donde celebraron sus enlaces Julio Iglesias e Isabel Preysler, y Karina con Tony Luz. Seis meses después de la boda nació la única hija habida en la unión de Laura y José Luis Dibildos. La bautizaron con el nombre de Lara, muy cinematográfico, porque a los padres les había encantado Doctor Zhivago, cuya protagonista femenina respondía a ese apelativo en la historia de Boris Pasternak, la actriz Julie Christie.
Ya casada, Laura tendría un importante curriculo en el cine. Y asimismo en televisión. Recuérdese, por ejemplo, su magnífica actuación como presentadora del Festival de Eurovisión de 1969, cuando nuestra Salomé empató junto a otras tres participantes, con aquello de "¡Vivo cantando!". Pero su marido, hombre chapado a la antigua, le prohibió que siguiera su carrera de actriz. Y ella, obediente, se dedicó al hogar y la crianza y educación de Lara. Se daba la circunstancia de que José Luís Dibildos tenía la costumbre de trabajar de noche, escribiendo sus guíones, acostándose hacia las siete de la mañana, justo cuando Laura se levantaba para emprender su jornada casera diaria.
Diecisiete años después de su matrimonio, Dibildos cedió y Laura pudo volver a sus tareas televisivas. Su última aparición ante las cámaras sucedió en 2006, con motivo de la gala del cincuentenario de Televisión Española. Atrás, dejaba toda una vida dedicada al mundo de la interpretación y la presencia ante las cámaras de la pequeña pantalla. Si decimos que fue la más popular de las presentadoras, creemos que nos acompañara el reconocimiento de millones de televidentes. Pero al margen de tantos felices momentos, Laura Valenzuela hubo de superar tres trances dramáticos cuando en 1993, a su hija le diagnosticaron, a sus veintidós años, un cáncer de tiroides. Operada en Houston, Lara superó aquella puñalada del destino. Por el que Laura también pasó, también en el mismo hospital norteamericano en 2005, superando afortunadamente un cáncer de mama. Entre medias, el dolor para madre e hija de la desaparición de José Luís Dibildos víctima de un infarto de miocardio en 2002, a los setenta y tres años. Lo conocí. Era afectuoso, sencillo, y no solía envanecerse de éxitos como La colmena, que él financió con una colaboración de Televisión Española. El dinero lo puso él, desde luego, cien millones de pesetas, en esos años, elevada cantidad. Luego, al hacer las cuentas, me confesó que había quedado comido por servido: sólo ganó prestigio, pero ni un duro. Él inventó aquello de "la tercera vía" del cine español, repertorio de comedias más adelantadas cuando aquí sólo se filmaban historias costumbristas, folclóricas o religiosas.
Aquellos zarpazos de la vida sufridos por Laura Valenzuela los tiene presentes en su memoria, aunque como ha sido una mujer siempre optimista, los superó recordando tantos capítulos felices que le han acompañado en su longeva existencia. Se siente feliz cuando recibe la visita de Lara y la de los dos hijos de ésta, Fran, de veintidós años (fruto del matrimonio de su hija con el baloncestista Fran Murcia) y su otro nieto, Alvaro, de trece, (del segundo matrimonio con el jinete Muñoz Escassi). Lara mantiene una discreta pero continua profesión de actriz. Quedó amiga de sus dos parejas, aunque no haya conseguido después un compañero que la haga feliz. Es mujer divertida, simpática. Le gasté un día cierta inocente broma: "Yo te he visto desnuda una vez...", le dije. Perpleja, hube de aclarárselo: "Exactamente cuando tú tenías sólo unos días de vida e hicimos un reportaje a tu madre mientras te lavaba y te echaba encima de tu cuerpecito polvos de talco y gotas de colonia".