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El calvario que Luis Miguel Dominguín hizo pasar a Miguel Bosé en un safari africano

Miguel Bosé relata en su libro la terrible experiencia de un mes de safari con su padre, Luis Miguel Dominguín.

Miguel Bosé relata en su libro la terrible experiencia de un mes de safari con su padre, Luis Miguel Dominguín.
Bosé, en el entierro de su padre | Gtres

Miguel Bosé publica libro con Espasa, El hijo del capitán Trueno, donde relata de primera mano su infancia y juventud, entre otros episodios. Uno de ellos, adelantado por la editorial, relata el mes de safari africano que pasó en África con su padre, el torero Luis Miguel Dominguín, pese a las reticencias de su madre, Lucía Bosé.

Su padre, preocupado porque su hijo leía demasiado y la posibilidad de que fuera "maricón", le llevó de Safari a Mozambique para pasar tiempo con su hijo, que entonces tenía nueve años. "¡Ya verás qué bien nos lo vamos a pasar pegando tiros y cazando animales! ¡Y bañándonos en el río lleno de cocodrilos e hipopótamos!", plata Bosé en base a sus recuerdos.

Su madre, con otra forma de pensar, consintió. "A mi madre no le cabía en la cabeza que su marido, siendo todo lo que era, esa figura tan internacional y de formas exquisitas, fuera tan poco evolucionado en ciertos temas básicos". Sin ir más lejos, Bosé relata cómo el doctor Manuel Tamames le dio a su padre antes de salir unas píldoras contra el paludismo para administrárselas durante el safari que, sin embargo, su padre jamás le dio.

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Portada del libro de Bosé | Espasa

Miguel Bosé y su padre estuvieron un mes en África en tres campamentos, "uno en la selva rodeado de pantanos, otro en la sabana y el último improvisado e instalado en la ribera de un río. En el primero mi padre intentó que una bellísima nativa de dieciséis años me iniciase a la hombría". Simoes, el cazador profesional que acompañaba a su padre en sus cacerías, le quitó esa idea de la cabeza, relata Bosé. La discusión entre ambos fue tal que Simoes retó al torero a irse él con la chica nativa: "Mi padre, a quien no había que retarle en asuntos de mujeres, la agarró del brazo y se la llevó a su cabaña".

Relata Bosé otras historias típicas de cacería africana: piernas llenas de sanguijuelas, picaduras de mosquitos, y cómo a raíz de esto contrajo malaria, o paludismo. Sin haber ingerido las pastillas, "la enfermedad se fue incubando", cuenta Bosé, y solo cuando unos conocidos de Madrid se cruzaron con el grupo Luis Miguel les dijo que la "quinina era una mariconada que no servía para nada" y que lo que afectaba a Bosé era "mamitis".

La enfermedad avanzaba sin que su padre quisiese atender a su hijo. "Venga no seas tenaza, levántate y camina como un hombre", cuenta Bosé que le decía su padre. No cesó ni siquiera cuando un espino se le enganchó en un párpado y se lo desgarró entero. En un momento dado, cuando su padre le tiró el sombrero a la cara, dice Bosé: "Me rendí para siempre. Entendí que nunca conseguiría estar a al altura de sus expectativas".

Las desgracias de ese terrible mes no acabaron ahí. Sufrió "violentas diarreas" y, en una de las idas a la letrina, le picó un alacrán y solo entonces, con las alucinaciones causadas por la picadura, se le permitió descansar con morfina. Algo que, dice Bosé, "agradeció" al cielo. Logró recuperarse y salir adelante sin ayuda, pero su padre "ni se percató. Por aquel entonces ya hacía tiempo que se había arrepentido de llevarme y lo hacía penar a diario (…) para mi padre dejé de existir", lamenta.

Bosé relata también cómo casi presenció la agónica muerte de un elefante y el ataque a unos leones al campamento, que les forzaron a dormir en el coche durante varias noches fuertemente armados. Se alimentaron de alimañas hasta que su padre le anunció, "sin mirarle", que se volvían a Madrid. "El desprecio con el que me trataba mi padre me paralizaba", y el niño percibía "la vergüenza ajena y la molestia que yo le suponía".

Llegó a Madrid pesando quince kilos menos, de treinta y muchos a poco más de quince. Pasó días de terrible enfermedad en la cama, aunque a él le parecieron poco más de "diez minutos". Obligado por su familia, Luis Miguel Dominguín tuvo que contactar con el entorno de Franco, que le mandó al doctor Jaso para que tratase al niño. Le administró la quinina que su padre le había negado durante todo un mes y empezó a mejorar rápidamente. Su madre echó al torero de casa y éste -cuenta Bosé- se refugió en la finca con su prima Mariví, "para cuidar bien de él". En lo que respecta a Miguel, por fin se sintió a salvo con su su madre y su tata.

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