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El adiós de Manolo Santana, legendario en el tenis y en el amor

Manolo Santana había envejecido notablemente en los últimos meses. Se va el deportista que popularizó el tenis en España.

Manolo Santana había envejecido notablemente en los últimos meses. Se va el deportista que popularizó el tenis en España.
Mila Ximénez y Manolo Santana. | Gtres

La muerte de Manuel Santana en Marbella, a la edad de 83 años, de un infarto, enfermo de Parkinson, parecía anunciada desde hace meses. En el mes de junio falleció Mila Ximénez de Cisneros, que fue su segunda esposa, y no se lo comunicaron por la mala salud que atravesaba. En septiembre tuvo no obstante el suficiente vigor para acudir a la presentación del campeonato de tenis patrocinado por Mutua Madrid, del que él era presidente de honor. Acompañado de su última esposa, Claudia, era sujetado del brazo por ella. Iba encorvado y, muy delgado, en su rostro podían intuirse las huellas implacables de su mal. Con él desaparece una figura mundial del tenis, deporte que popularizó en España cuando era solo cultivado por las élites. No había apenas pistas donde pudiera practicarse. Y conforme iba ganando trofeos, la afición al tenis de muchos españoles fue aumentando gracias a él en aquella década de los 60, cuando en 1961 ganó el Roland Garrós, campeonato francés en el que tres años después volvió a triunfar. Pero el que lo catapultó a la fama fue en Wimbledon, año 1966. Tanto es así que siempre que un periodista le preguntaba cuál era su ,mayor satisfacción como deportista automáticamemte repetía ese nombre británico.

Manuel Santana Martínez nació en Madrid en 1938. Su familia era pobre. El padre, modesto electricista que trabajaba en los años de la II República en la Compañía Municipal de Transportes, fue detenido nada más acabada la guerra civil. Su pasado lo delataba. Y a poco de salir a la calle concluida su condena falleció, dejando viuda y cuatro hijos totalmente desamparados. El hijo mayor, Braulio, ganaba algunas pesetas como recogepelotas en el club de tenis Velázquez. Manolo también consiguió que lo admitieran para lo mismo. Nunca había pensado ser tenista; su futuro hubiera sido ganarse la vida como carpintero o cualquier otro trabajo parecido: un obrero más que tuviera una paga semanal que llevar a la casa familiar. Pero resulta que fue aficionándose a aquel deporte. Él mismo, hábil, se procuró una raqueta por medio de una silla rota. Al verlo así, un socio no precisamente generoso, le regaló una vieja raqueta, abombada. Con ella Manolo jugó sus primeros partidos.

Poco a poco el recogepelotas Manolín, como era llamado en el club mencionado, llamó la atención de un matrimonio, los Romero Girón, que tras hablar con doña Mercedes, la madre del muchacho, obtuvieron su permiso para llevarlo a casa, en el número 18 de la calle de Goya, donde disfrutó del confort, una buena alimentación para él desconocida por lo mal que lo pasaba con los suyos, y en general la educación que no había podido recibir. Todo eso, en calidad casi de adoptado, complementado con unas clases de tenis que le impartieron jugadores profesionales. Se las pagaban, por supuesto aquellos benefactores. No se equivocó esa familia pues, creyendo en el futuro deportivo de Manolo, se felicitaron cuando éste comenzó a ganar sus primeros trofeos. El primero de ellos fue a parar al ataúd de su madre. Doña Mercedes había animado a su hijo para que lograra ganarse la vida con aquel deporte que ella desconocía. Y al morir, Manolo, ya huérfano de padre y madre fue ascendiendo como jugador hasta que la prensa se percató de las grandes posibilidades que poseía para ser un número 1. Y lo consiguió.

Manolo Santana siempre fue un hombre sencillo que nunca traicionó el lugar de donde provenía. Conforme fue convirtiéndose en un personaje popular, aparte de sus triunfos y el dinero que ello le reportaba, era el centro de atención de muchas miradas femeninas. Tímido desde niño, acabó siendo un seductor. No era guapo, sobresalía en su rostro una notable dentadura, más ellas olvidaban esas circunstancias . Las más lanzadas iban consiguiendo que el gran tenista se fijara en ellas. Pero sin compromisos de ningún tipo. Hasta que la gallega María Fernanda González Dopeso se convirtió en su novia. Se casaron por la Iglesia. Estuvieron unidos dieciocho años, felices con sus tres hijos, Manuel, Beatriz y Borja. Y en 1980 se dijeron adiós. María Fernanda era una mujer atractiva y muy discreta, pues no le apetecía seguir a su marido en sus continuos viajes ni aparecer juntos en las revistas. Ya separada me convidó a almorzar en su bonito pazo, a pocos kilómetros de La Coruña. Y pude advertir que era toda una señora, amable, refinada.¿Por qué se separaron? Tal vez porque ya Manolo en sus continuos desplazamientos iba distanciándose de su hogar y viviendo aventuras amorosas.

Apenas un año después el tenista conoció a Mila Ximénez de Cisneros, por entonces enfermera y amante de un médico. Repentinamente dejó un día a éste, pues era casado y no quería separarse de su esposa, y lo sustituyó por Manolo Santana. Convivieron una temporada, rompieron, se reconciliaron, pasaron a ser amantes hasta que en 1983 hablaron de casarse. civilmente. Y con un padrino de postín, el Presidente de Gobierno Adolfo Suárez, que jugaba mucho a tenis y al padle con Manolo, al igual que también éste frecuentaba la Zarzuela para ganar siempre a don Juan Carlos en la pista de tenis del palacio.

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Manolo Santana y Claudia | Archivo

Tres años duró el matrimonio, de 1983 a 1986. Tuvieron una hija, Alba. Mila tenía un carácter opuesto al de Manolo. Aquella muy decidida, algo rebelde, y él reflexivo, tranquilo. Y también acabaron porque Mila recibió la confidencia de una amiga que le contó haber coincidido en París con el tenista en una discoteca, donde se estaba "dando el lote"con una señora de buen ver. Al regresar a Madrid, Mila se lo contó. Y ella, que no toleraba llevar cuernos, le dijo que hasta ahí habían llegado. Con su hija se fue a un apartamento que había sido años atrás el nido de amor de la pareja donde a escondidas se veía con Manolo, antes de casarse. Y de nada valía sentirse arropada por un personaje famoso, con dinero. Con quien vivió em Marbella un tiempo, disfrutando de grandes fiestas con gentes de la "jet set". Todo eso quedó para el recuerdo.

Manolo Santana, que se ve no podía vivir solo, ya había tenido cuando aún no había tarifado con Mila una aventura con la azafata Bárbara Oltra, que le había dado una hija, Bárbara Catherina. La dejó para irse con la modelo Otti Glanzielus. Dieciocho años también, igual que con María Fernanda, fueron los que convivieron tras casarse civilmente, hasta que Manolo se despidió de ella. Y aunque no fuera a por tabaco, el caso es que continuó su vida algo bohemia, pero también siendo responsable como deportista de llevar una existencia sana. Aunque cansado de tanto viaje y tantos campeonatos por medio mundo. Se había retirado en 1973, volvió en 1979 y en 1982 dejó el tenis, aunque continuara practicando pero ya como simple aficionado. Por cierto: nunca había querido federarse como tenista profesional. A lo que no renunció es a seguir ligando todo lo que pudo.

Su cuarta y definitiva esposa fue la colombiana Claudia Inés Rodríguez. La menos agraciada físicamente de todas sus mujeres. Manolo atendía su empresa, dueño de un complejo deportivo en Marbella que, cómo no, tenía por bandera el tenis. Poco a poco, Claudia fue administrando los bienes de su marido, el alto patrimonio de quien llevaba muchos años en activo. Las amistades del tenista pronto advirtieron el afán por el dinero de Claudia. Que se llevaba fatal con la familia de Manolo. Conforme pasaban los años, la salud de Santana se iba deteriorando. Claudia hacía y deshacía cuando la voluntad de su esposo cedía en beneficio de ella. Así, hasta que la muerte le ha llegado a este personaje que de la nada se encumbró a lo más alto del tenis mundial.

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