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Manuel Díaz 'El Cordobés', un divertido chef que ya piensa en la retirada de los ruedos

Manuel Díaz El Cordobés ejerce de cocinero en un programa de Telemadrid.

Manuel Díaz El Cordobés ejerce de cocinero en un programa de Telemadrid.
El Cordobés y Virginia Troconis. | Gtres

Resulta sorprendente ver a Manuel Díaz "El Cordobés" ejercer de lunes a viernes de "chef" en el programa de Telemadrid Hasta la cocina. Lo mismo se encarga de elaborar platos de su "caletre" que acepta cocinar las recetas que le llevan personas no conocidas, que no son profesionales por supuesto de la gastronomía. El torero no sólo se luce con el mandil puesto en los fogones sino entrevistando a sus invitados. No solo en los estudios de la cadena madrileña, también en distintos pueblos. Espacio ameno en el que Manuel se comporta con absoluta naturalidad ante las cámaras. En realidad siempre ha sido persona de carácter abierto, simpático, dicharachero, si viene a cuento a la vez que serio y responsable según la situación. Da gusto estar a su lado.

Lo entrevisté en varias ocasiones cuando aún no era tan popular como en los últimos años; incluso publiqué en Diez minutos a través de varios capítulos, lo que fue su vida antes de ser torero: dura, cercana a la pobreza, sospechándose que era hijo ilegítimo de un matador de toros famoso. Su abuela materna le descubrió la identidad paterna y su madre, asintió. Estaba Manuel al cabo de quién era y de dónde venía. No era cuestión de lamentarse todos los días. Trabajó en varios sacrificados oficios hasta que animado por algunos que conocían incluso a Manuel Benítez decidió ser torero como éste. Su biografía es harto conocida; saltemos a otros perfiles.

Por ejemplo, el de su mimetismo con su progenitor en los ruedos. Si Benítez creó "el salto de la rana", Manuel Díaz se empeñó en hacer lo mismo. Almorzando con él antes de una tarde que iba a torear en un pueblo extremeño, me dijo: "Yo sé que no soy un estilista, un toreo de arte, como pudiera ser Curro Romero, por poner un ejemplo. Pero incluso cuando en el tercio de muleta estoy lidiando más o menos en plan clásico, de pronto rompo con lo anterior y me pongo a dar saltos, franela en mano, ante el toro. Y es cuando muchos espectadores se rompen a aplaudir. Así gano las orejas. De otro modo, si toreara sin hacer eso, no conseguiría tanto".

Manuel Díaz es listo. Como una ardilla. Ha arriesgado mucho, ha sufrido cogidas graves. Y no ha perdido afición ni tampoco la sonrisa. Igual que hacía Benítez en sus buenos tiempos. Siempre alegre. Y ambos, jugándose la vida. ¿Cómo se puede estar uno riendo, o sonriendo, ante una fiera, el toro bravo de alrededor de seiscientos kilos, a veces incluso más? Eso me confesó un día Santiago Martín "El Viti", que pasó a la historia taurina como una especie de Buster Keaton de los ruedos.

Alcanzó Manuel Díaz la alternativa en vísperas de la primavera de 1993, en Sevilla, la misma temporada que estaba anunciado el 20 de mayo en la Monumental de Las Ventas. En el mismo hotel donde solía vestirse de luces "Manolete" cuando toreaba en Madrid, se hallaba Manuel Díaz en su habitación ese día, pendiente de su confirmación de alternativa. Fui a entrevistarlo tres horas antes de que hiciera el paseíllo. Una guapa andaluza, morena, lo esperaba en un coche para llevarlo a la plaza: era Vicky Martín Berrocal, que estaba enamorada del diestro. Manuel no daba la impresión de estar preocupado esa tarde tan importante para su carrera. Reía, sonreía. Como siempre ha hecho, insisto. Y ya a punto de bajar a la calle, en la plaza de Santa Ana, para subirse al automóvil de Vicky, le di un abrazo, con el ritual "¡Suerte, maestro!" Me encaminé hacia la plaza, saqué mi entrada, tendido bajo del 8, cerca de los exigentes y gritones del 7, que son en realidad unos cincuenta, pero sintiéndose más listos, superiores a los veintitrés mil setecientos restantes, arman follones todas las tardes. Expectantes ante el nuevo "Cordobés", cuyo estilo nunca les gustó. Como es preceptivo a quien va a confirmar la alternativa, tiene el privilegio de abrir plaza; matar el primer toro del festejo. Brindó a su madre. Ya es sabido que esposas y madres no suelen ir a los toros cuando ellos se juegan la vida. A María Dolores, tan luchadora, que tantas fatigas había pasado, no le importó guardarse esa vez sus nervios, su incertidumbre. Y el hijo torero comenzó su faena de muleta. Justo delante de donde yo la contemplaba, el toro "Fusilillo" lo empitonó de mala manera. Pero Manuel pudo salvar la vida. La madre llegó a las puertas de la enfermería. Asustada, claro. Llorando a lágrima viva.

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El Cordobés y Vicky Martín Berrocal | Archivo

Y Manuel Díaz "El Cordobés" se casó con aquella "señorita bien", de familia rica, la del ganadero Martín Berrocal; la que lo había llevado a Las Ventas en su coche aquella tarde aciaga para el diestro recién confirmado. La boda, de rumbo, en 1997, iglesia de San Salvador, en Sevilla. Les nació una hija, Alba. Y a los cuatro años, la separación. ¿Por qué? Nunca lo dijeron, casi nunca lo cuentan las parejas, y no se sabe salvo que medien los cuernos. No era el caso. Simples diferencias, de compromisos, él con los toros, ella con sus sueños de empresaria. Y otras cuestiones, claro. No por el dinero, que Manuel aún estaba "canino", o "sin tabaco", como se dice en el argot. Quedaron amigos. Luego, tres años después de aquella ruptura, Manuel fue a torear a la feria venezolana de Valencia. Y allí encontró a la mujer de su vida, de buena familia, guapísima, elegante: Virginia Troconis. Y de nuevo boda. Ilusiones. Dos hijos, Manuel y Triana. Pareja unidísima, entrañable.

Iba haciéndose figura Manuel. Con su toreo y sus "saltos de la rana". Corneado bastantes veces. Ganando mucho dinero a cambio de exponer su vida muchas tardes. Y su obsesión. Y su derecho: que Manuel Benítez lo reconociera como hijo, aunque fuera a espaldas de su matrimonio con Martina Frayser. No tuvo más remedio que recurrir a un abogado especializado en tales cuestiones. Y en 2016 la Audiencia Provincial de Córdoba, al negarse Manuel Benítez a hacerse las pruebas de ADN, dictó sentencia favorable para Manuel Díaz, hijo biológico de Manuel Benítez. Tiempo más tarde uno de los hijos de éste, Julio, aceptó verse con su otro hermano, Manuel Díaz. Y alternar juntos en los ruedos. Julio, con menos suerte en su carrera taurina.

Pero que sepamos por ahora a pesar de la sentencia mencionada, Manuel Díaz González lleva los dos apellidos de su madre, tal y como fue inscrito en el Registro Civil tras su nacimiento en Arganda del Rey (Madrid). ¿Por qué no aparece en su carné de identidad como Manuel Benítez Díaz? A lo que tiene todo el derecho del mundo. ¿Qué va a hacer éste? Virginia Drake le preguntaba en su muy leída sección del magazine semanal de ABC, qué pondría de comer a su padre si un día apareciera en su espléndida finca. A lo que con su natural ingenio, respondía: "¡Pues qué le voy a poner! ¡Los puntos sobre las íes!"

Ahora está entretenido Manuel Díaz en ese programa culinario que les contaba. Ya se lució en junio de 2016 en MasterChef Celebrity. No le importaría hacer otros programas. O dedicarse a otros negocios, puesto que es un hombre emprendedor. Es consciente que con su edad, cincuenta y tres años, tantos sacrificios pasados, tantos riesgos asumidos, ya no necesita torear tanto. Ha formado una estupenda familia, es feliz. Con lo de la pandemia, se han limitado las corridas. Menos ingresos en taquilla, y lo mismo para los bolsillos de los toreros. Se explica, además por otros problemas de salud, que Manuel sólo se vistiera de luces cinco tardes el año pasado. Vienen "pegando fuerte" otros toreros nuevos, más jóvenes. Y Manuel Díaz "El Cordobés" cualquier día nos anuncia que se va de los toros. Con dignidad, con orgullo. Sacó a su madre de las humildes condiciones en qué vivía, comprándole una vivienda, ocupándose de sus hermanos también. Generoso siempre. Y si se corta la coleta, Virginia Troconis y sus retoños estarán más tranquilos y más cerca de Manuel, un tipo estupendo fuera de los ruedos, que con sus muchos esfuerzos se ganó la dignidad para él y los suyos. Y mucho dinero, justamente ganado. ¿Para qué seguir jugando a la muerte?

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