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Cuando Estefanía de Mónaco quiso casarse con Mario Oliver, el playboy asesinado en su casa

Estefanía apostó con fuerza por Mario Oliver.

Estefanía apostó con fuerza por Mario Oliver.
Mario Oliver y Estefanía de Mónaco | Gtres

Estefanía, la tercera hija de los príncipes de Mónaco, ha recibido estupefacta la noticia de la muerte de su antiguo amante, Mario Oliver, en Santo Domingo. Tenía setenta y un años y hacía mucho tiempo que nada tenía que ver con aquella, su ardorosa pareja de otro tiempo. Estuvieron a punto de casarse, pero tanto Raniero como Grace se opusieron a aquel disparatado enlace. El príncipe monegasco recabó un informe acerca de la identidad de ese sujeto y comprobó que sus antecedentes eran los de un tipo de pocos escrúpulos, mujeriego, nada recomendable para desposarse con su hija menor. Es más: sabedor de que Estefanía no estaba dispuesta a cortar su relación amorosa, Raniero dio instrucciones para que el "play-boy" en cuestión fuera declarado persona no grata y por tanto se le prohibiría su entrada en Montecarlo, o al menos en las inmediaciones del palacio de Mónaco, pues se tenían noticias de que ya había asistido a algunos eventos deportivos en el Principado.

Estefanía, catorce años menor que Mario, siempre fue una joven rebelde que trajo de cabeza a sus padres, sobre todo a la princesa Grace. No se olvide que cuando ésta murió trágicamente, quien según todos los indicios, testimonios y averiguaciones, era Estefanía quien, sin carné de conducir aún, iba al frente del volante del coche que se estrelló antes de llegar a su destino, mientras sostenía una acalorada discusión, muy probablemente, con su progenitora. Desde su adolescencia y temprana juventud sentimental, Estefanía hizo lo que le vino en gana. Y sus romances llenaron miles de páginas en las revistas del corazón cuando mantuvo idilios con Paul Belmondo, Anthony Delon (hijos de dos ídolos del cine francés) y con el actor norteamericano Rob Lowe. Cuando rompió con éste fue el momento en el que cambió de amante. Y éste fue Mario Jutard, al que apodaban "El Tarzán de Marsella", por su aspecto atlético. Con él vivió quizás su más apasionado amor a mitad de los años 80 del pasado siglo.

Este Mario era de cabellos rubios de bote, alto, robusto, desaliñado vistiendo y de muy malas pulgas, como pude comprobar personalmente. De familia modesta, había sido modelo en París, portero en un club, disc-jockey, y cuando le surgió la posibilidad de irse a Los Ángeles, montó allí una discoteca, un restaurante, y fue aumentando sus negocios hasta convertirse en un empresario millonario. Pero llevaba una vida disoluta. Lo acusaron de violar a una jovencita de diecinueve años en una fiesta celebrada en Bel-Air. No lo encarcelaron de milagro, al mediar amigos de la pareja. Se casó dos veces. La primera con una camarera, que trabajaba en el cine como doble de acción, María Kelly. La unión les duró sólo unos días. Y después reincidió en otra boda, ella se llamaba Diane Molina, y tampoco la pareja funcionó demasiado tiempo, divorciándose en 1984.

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Estefanía y Mario Oliver | Archivo

Fue en 1986 cuando Estefanía de Mónaco, de vacaciones en Los Ángeles, acudió a la discoteca "Vértigo" que regentaba el tal Mario Jutard. Hubo chispazo entre ambos. Se enrollaron de tal manera que acabaron viviendo una temporada en la elegante zona de Beverly Hills, rodeados de unas colinas deslumbrantes, en el centro de la industria cinematográfica de un Hollywood ya en decadencia, en donde precisamente Grace Kelly, la madre de Estefanía, había triunfado tres décadas atrás.

En enero del año siguiente la pareja llegó a Isla Mauricio donde celebraron una de esas bodas de cine, como en Las Vegas, sin que tuviera legalmente valor alguno, aunque quien los casó civilmente les extendiera un certificado. Imagino que lo aprovecharían para cobrar su primera exclusiva periodística, pues a partir de entonces, viviendo "del cuento" mientras se morreaban en público, o ella se bañaba en "top-less" para gozar apasionadamente cada noche, percibían elevadas sumas de dólares de algunas poderosas agencias informativas, o directamente de publicaciones interesadas en su lío amoroso.

Fue poco después cuando me llegó una carta desde Tenerife donde un empresario inmobiliario, el belga Jean-Marie Goeders, al que no conocía absolutamente de nada, me invitaba a la isla con el señuelo de hacerle un reportaje a Estefanía y a Mario Jutard, que ya utilizaba como apellido el de Oliver. Lo que pretendía el citado supuesto anfitrión era promocionar unos terrenos de su propiedad y quería valerse de la singularidad de la princesa monegasca y su chulo en connivencia con alguna publicación. Por supuesto que ningún beneficio económico obtuve de aquella invitación, y el viaje corrió a cargo de mi revista. Mas con la carta que me envió, pude acceder a un chalé donde Estefanía iba a rodar un vídeo-clip de su canción "Live your life" (Vive tu vida), en ese tiempo que a la caprichosa le dio por emular a Sylvie Vartan, sin tener mucha idea ni sobre todo oído para tal menester. Permanecí varias horas en aquel sitio. A los fotógrafos que acudieron (media docena) no los dejaron entrar y hubieron de conformarse con hacer su trabajo tras una tapia. ¡Hola! tenía comprometida la exclusiva. Y yo hube de conformarme con mirar, escuchar de cerca a Estefanía, y facilitarle la entrada a mi compañero gráfico por un lugar que descubrí. Asimismo trabé una corta conversación con el representante de la princesa, Yves Rozes, un cantante fracasado que, no obstante popularizó aquí un lejano verano su canción "Adiós, linda Candy".

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Mario Oliver y Estefanía | Archivo

Aquel Mario Oliver estaba muy pendiente de las evoluciones de Estefanía. Era evidente, fijándonos en su mirada, que ella perdía los vientos por "su Tarzán". En pago por su presencia, aquel empresario belga de la construcción les regaló un chalé. No tengo noticias de que volvieran por aquellos pagos tinerfeños. Mario quería "hacer caja" y ya al llegar al aeropuerto desde París hizo saber a los reporteros que si pretendían hacerle fotos con su princesa, era obligado que le pagaran. No le hicieron caso, claro.

Aproveche esas horas mientras Estefanía filmaba su video-clip, con las consiguientes larguísimas pausas, para advertir su elevada estatura, la cadena de oro con un Cristo crucificado que llevaba bajo el cuello, sus sortijas de plata, los abundantes abalorios, y nada de color verde, que contó traerle mal fario. Las uñas las llevaba muy cortas, se las mordía continuamente. Supe que le habían ofrecido giras para cantar por varios países, y no se lo planteó, porque como efectivamente ocurriría, sólo actuó un par de años como intérprete de la canción. Desechó hacer cine, por muy interesantes que fueron las ofertas que recibió. Hubiera sido una secuela de la filmografía materna. Recogí de sus labios, finalmente, esta confesión: "Echo mucho de menos a mi madre. Aquello fue muy duro para todos. Mi padre estaba muy triste y tenía poco tiempo para ocuparse de mí. Creo que si ella viviera estaría orgullosa de mí y me daría buenos consejos como siempre hizo".

De regreso a París, Mario Oliver siguió instalado en el apartamento de Estefanía. Cuando acabó aquel 1987, más o menos, la pasión de la pareja fue enfriándose. El Tarzán rubio de bote, que ha encontrado este lunes tan trágico final, regresó a Los Ángeles, para atender sus negocios nocturnos y sus ligues de quita y pon. Entre tanto, Estefanía de Mónaco no detuvo sus impulsos amatorios Primero se casó con su guardaespaldas, Daniel Ducruet, en 1995, tuvieron dos hijos, Louis y Pauline; marido que resultó ser un desconsiderado golfo, del que se difundieron unas imágenes tomadas en una piscina, en las que "hacía el amor" sin tapujos con una joven. Su matrimonio hizo aguas, como es natural. Ducruet luego vivió "por la cara", aceptando entrevistas pagadas, una de ellas en una televisión española, foingiendo de paso ser el penúltimo novio de la entonces ya destornada Marujita Diaz.

Estefanía de Mónaco, tras esa ruptura, se enrolló con otro guardaespaldas, lo que debía ser más practico y directo para ir al catre, esta segunda vez con Jean Raymond Gottlieb. No hablaron de casarse. Sí que reincidió ante un juez en 2003, que la declaró civilmente esposa de un acróbata de origen portugués-español, Asan López-Peres. Pero Estefanía se dio cuenta que no iba a ir con la "troupe" del circo de su marido de pueblo en pueblo. Y al año se divorciaron. Ya no se han conocido más amores de la princesa rebelde que, a sus cincuenta y siete años, contemplándola en una de sus últimas apariciones públicas, me ha parecido prematuramente envejecida, consecuencia quizás de haber vivido tanto a tope, sin cortarse un pelo, en sus ya desde luego olvidadas noches locas, cuando cambiaba de pareja con harta frecuencia. Al final, se ha quedado sola, entretrenida con sus hijos y sobrinos cuando van al circo, que es un espectáculo muy apreciado en Mónaco, que cuenta con un festival internacional cada año.

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