
Laura Valenzuela fue una excepción entre las presentadoras televisivas y actrices españolas durante unos años. Y es que su vida sentimental era ignorada y no hay rastro en las publicaciones de entonces que la vinculen con novio alguno. Pude saber que un pianista que vivía en un piso frente al suyo, sostenía con ella un amago de idilio, cuando desde la ventana trataba de ligarla si ella se asomaba de vez en cuando. Parece, contado así, el "gag" de alguna comedia. Fuera de ese anecdótico y breve romance, no se le conoció varón alguno hasta que en su vida apareció el guionista y productor cinematográfico José Luis Dibildos. En el ambiente artístico se estaba al tanto de su relación amorosa y los periodistas nos hartamos de preguntarles cuándo pensaban casarse. Tendrían que transcurrir nada menos que trece años hasta que celebraron su enlace. ¿Qué razones mantenía la pareja para dilatar tanto tiempo ese acontecimiento nupcial?
Laura… no se llamaba así, sino María del Rocío Espinosa López-Cepero, nacida en Sevilla el 18 de febrero de 1931; reciente, por tanto, cuando celebró su noventa y dos cumpleaños en compañía estrictamente familiar, porque hacía mucho tiempo que no quería ya salir a la calle, desestimando invitaciones a fiestas y estrenos. Varias caídas en el piso que habitaba en soledad fueron causa, primero de que alquilara una vivienda cercana, sin escaleras. Hasta que su hija Lara decidió llevarse a su madre a la casa en la que ésta viene residiendo con sus dos hijos. Problemas en su delicada salud determinaron que fuera ingresada en el madrileño hospital de la Princesa, donde ha pasado sus últimos días de existencia.
Siendo andaluza de nacencia, hija de padre gaditano y madre malagueña, nunca tuvo acento alguno de su tierra, por la sencilla razón de que con un año de vida sus progenitores dejaron la capital de la Giralda y por obligaciones profesionales del cabeza de familia, a Rocío, que así fue llamada en la intimidad siempre, nombre elegido por su madre, devota de la Virgen de las marismas, la llevaron consigo a diferentes capitales, incluyendo un pueblecito francés. Ya en Madrid, jovencita, quería estudiar Medicina, especializarse en Cirugía, pero no pudo emprender ese deseo, conformándose con una carrera más corta, la de Comercio, que no llegó a terminar. Fue mecanógrafa y luego modelo y al mismo tiempo vendedora en una tienda, donde le ocurrió cierto incidente desagradable al discutir con una importante clienta: la Duquesa de Alba. Fuera por culpa de ello o no, sus pasos posteriores la llevaron a desfilar en conocidas casas de modas. Hasta que un día conoció al actor José Luis Ozores, quien la animó a presentarse a unas pruebas en vísperas de que se inauguraran las emisiones de Televisión Española. Su trato con aquel extraordinario actor cómico fue en un tiempo en el que Laura hizo sus pinitos en el cine, naturalmente en pequeñísimos papele; era, poco más que una simple figurante. En su filmografía consta El pescador de coplas, de 1954, como su primera aparición en la gran pantalla. Los protagonistas: Marujita Díaz y los primerizos Tony Leblanc y Vicente Parra.
La futura Laurita Valenzuela, como se daría a conocer en la pequeña pantalla, no albergaba pensamiento alguno ni de ser locutora ni mucho menos actriz. Pero se animó a acudir al paseo de la Habana, que es donde se iban a iniciar los primeros pasos de la que llegó a llamarse "la caja tonta". Esto es, la televisión. Con su atractiva figura, alta, muy delgada, cabellos rubios, ojos claros, sería una de las pioneras de aquella Televisión Española que, a partir de 1956, empezaba sus emisiones. Aparte del receptor que le regalaron al Jefe del Estado, Generalísimo Franco, sólo se contabilizaron en los siguientes primeros años, medio millar de aparatos que, deficiencias técnicas aparte, costaban un dinero que no estaba al alcance de los españoles (al revés que pregonaba el eslogan del No-Do).
El trabajo de Laura Valenzuela como locutora junto al muy experimentado en las ondas radiofónicas Jesús Álvarez, senior, la obligaba a improvisar muy a menudo en unos estudios de reducidas dimensiones, a veces sin un guión, pero ella salía del paso con la espontaneidad que siempre le caracterizó. También anunciaba artículos diversos. Y hasta contaba que había días que, en ausencia del personal reducido encargado de la limpieza, era ella quien tomaba escoba, bayeta y cubo para adecentar allí mismo donde inmediatamente tenía que dar paso a un documental o entrevistar a algún famoso. En un par de temporadas, el rostro de aquella Laurita, muy sonriente siempre, captó la simpatía de los pocos televidentes que existían. Uno de ellos el padre de José Luis Dibildos, un burgalés dedicado a transformar vidrio en espejos, que encantado en contemplar diariamente a aquella agradable locutora, le hizo a saber a su hijo que debería conocerla. ¿Con qué objeto? Primordialmente para que la tuviera en cuenta en las películas que proyectaba productir, a través de Agata Films, su empresa cinematográfica. Y así sucedió. José Luis, licenciado en Derecho, carrera que nunca ejerció al interesarse en la industria del Séptimo Arte, tomó nota de la sugerencia paterna, citando a aquella locutora, desconocida para él, en su oficina de la Gran Vía madrileña.
Y sí, José Luis se dio cuenta cuando conversó por vez primera con ella que era una chica con mucho talento, tal y cual le había avanzado su progenitor. Como estaba a punto de que comenzara el rodaje de Ana dijo sí, cuyo guión era suyo, le ofreció un papel a la recién llegada. "En el momento de firmar el contrato – recordaba ella- al no estar su secretaria por enfermedad, me tocó a mí mecanografiarlo". Y más adelante, ella seguiría también mecanografiando guiones y documentos varios. "Nunca fui tratada como la novia del productor - afirmaría – pues separamos la relación profesional con la posterior de carácter afectivo".
Cuando ya meses después fue estabilizándose esa íntima amistad, parece ser que en ocasiones, un gran amigo de Dibildos, Antonio Mingote, les prestó su piso. En cualquier caso la pareja, en sus trece años de relación y convivencia en buena parte de ese periodo, llevó su idilio con la mayor discreción. No había entonces una prensa del corazón como la existente décadas más tarde, así es que ningún periodista los importunó. Tardaría tiempo en saberse por qué razones estiraron tantos años su noviazgo. Una de ellas porque José Luis vivía con su anciana madre. Y con anterioridad, se había separado de su mujer, es decir, su primera esposa con la que no obstante seguía legalmente casado. El divorcio tardaría lo suyo, hasta que acabó el régimen franquista y se inició la etapa de la Transición. Por lo tanto, José Luis y Laura continuaban juntos, pero no casados por fuerza mayor.
¿Cómo se entiende, entonces, que su boda se celebrara el 27 de marzo de 1971, cumplidos ahora exactamente cincuenta y dos años? Porque todavía el divorcio estaba prohibido por el Régimen, como decíamos. Sólo hallamos una explicación: Laura Valenzuela estaba embarazada. Su hija nació seis meses después de aquel enlace, celebrado en el pueblo toledano de Illescas, en la capilla de un complejo hostelero que regentaba el conocido José Luis Ruiz Solaguren; lugar sito alrededor de medio centenar de kilómetros de Madrid donde también se casaron Julio Iglesias e Isabel Preysler.
José Luis Dibildos era dos años mayor que la novia. Hombre conservador que, aun siendo un conocedor profundo del mundillo artístico "no veía con buenos ojos" que su mujer siguiera dedicándose a la televisión y al cine. Y esa fue la condición que le puso para casarse. Laura, dijo sí, parafraseando el título de su primera película. Y permaneció dos decenios alejada de las cámaras, dedicándose al hogar, a la crianza y educación de su hija. A la que de mutuo acuerdo bautizaron como Lara Paula; el primer apelativo porque a ambos les gustó siempre, y además por la actualidad de Doctor Zhivago, cuya protagonista femenina, Julie Christie aparecía, según la novela de Boris Pasternak, como Lara, Larisa.

Laura Valenzuela practicó mucho la vida social, apoyándose en el trabajo de su marido. Un matrimonio muy querido entre las gentes del cine y el periodismo. Adquirieron un chalé en Marbella, donde en julio y agosto tenían a menudo como invitados a dos genios del humor, Antonio de Lara (Tono) y Antonio Mingote. En esos años que Laura estuvo retirada de toda actividad profesional, continuó sin embargo ayudando a José Luis. Éste, tenía una costumbre peculiar: se acostaba a las siete de la mañana todos los días, después de haber escrito con su estilográfica unos folios, conteniendo partes de sus guiones cinematográficos, que su diligente esposa transcribía a máquina por la mañana, mientras él descansaba, levantándose a la hora para él algo tardía del almuerzo. Laura aceptó esa situación, la diferencia de horarios. Cuando muchos años más trade reanudó sus apariciones televisivas se daba la circunstancia de que ella muy de mañana se iba a trabajar mientras él caía rendido en la cama. Nunca discutieron por esa costumbre de José Luis, que arrastraba desde su juventud.
Hasta 1993 en el hogar de los Dibildos reinaba siempre un orden familiar, la felicidad de un matrimonio que adoraba a la única hija que tuvieron. Por eso, aquel año, sufrieron un inesperado golpe del destino cuando los médicos consultados determinaron que Lara padecía un cáncer de tiroides. Ante ello, emprendieron inmediatamente viaje a Houston, donde un hospital especializado gozaba de un alto prestigio y credibilidad. El mismo donde acudió la infortunada Rocío Jurado para vencer su mal, por desgracia sin remedio. Que en España hubiera sido tratada Lara con todo el avance que en oncología existe en nuestro país no impidió que los Dibildos tomaran aquella decisión. Por fortuna, Lara se salvó. Pero en 2005, a Laura Valenzuela también la operaron en el mismo centro hospitalario de Houston aquejada de un cáncer mamario. Del que salió adelante.
Para entonces, José Luis Dibildos ya no vivía. Murió de un infarto de miocardio fulminante el 12 de junio de 2002. El matrimonio no tuvo dolencias importantes que afectaran a su existencia, pero sí un accidente que pudo ser mortal, acaecido en abril de 1969 cuando se dirigían en automóvil a su chalé marbellí. Laura salió ilesa pero José Luis tuvo que ser hospitalizado unas semanas. La vida que siempre hicieron fue, por encima de todo, familiar. Él no quería que su hija fuera actriz, pero acabó dando su brazo a torcer, y aconsejándola. Laura, en cambio, era más comprensiva con los deseos profesionales de la joven. Y cuando Lara comenzó sus relaciones con su primer novio y quedó embarazada, su padre, con su recto carácter, sufrió mucho. Al dar a luz a su primer nieto, Fran, acabaría por aceptar su papel de abuelo. Al que luego fue su segundo nieto, Álvaro, de otra relación posterior de Lara, no alcanzó a conocerlo. La desaparición de José Luis Dibildos supuso un dolorosísimo trance para su esposa e hija. Laura Valenzuela se refugió en sus últimos trabajos televisivos y Lara en el teatro. Ahora, ésta es la que vive horas amargas con la terrible pérdida de su madre, a la que ha estado siempre muy unida, cuidándola con todo el cariño del mundo, junto a sus hijos. A estos dos nietos, Laura los quería con locura y seguía sus pasos, el mayor ahora con veinticinco años, y el otro, con quince. La desaparición de la popular y siempre muy querida Laura Valenzuela de millones de españoles nos ha llenado de infinita tristeza.