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Así fue la coronación de Isabel II de Inglaterra hace 70 años

En vísperas de la coronación de Carlos III, con todos los fastos que ello conlleva en una Monarquía tradicional como la británica.

En vísperas de la coronación de Carlos III, con todos los fastos que ello conlleva en una Monarquía tradicional como la británica.
Isabel II. | Cordon Press

En vísperas de la coronación de Carlos III, con todos los fastos que ello conlleva en una Monarquía tradicional como la británica, que en lo esencial mantiene la misma ceremonia, aunque ahora se hayan previsto algunos cambios, nos permitimos recordar cómo su madre, la reina Isabel II, subió al trono y cuánto rodeó a ese histórico momento en la abadía de Westminster, en Londres, la misma donde el próximo sábado su primogénito ceñirá la corona inglesa.

La Monarquía inglesa, que es la más antigua institución secular del país, se remonta por lo menos al siglo IX. La genealogía al respecto puede trazarse desde el legendario rey Egberto, que unió a toda la nación bajo su soberanía en el año 829. La línea de sucesión, desde entonces, tuvo varias interrupciones, conservándose desde luego el principio hereditario.

Isabel Alexandra María de Windsor, que luego sería coronada como Isabel II, vino al mundo el 21 de abril de 1926. Fue mediante cesárea en un piso de Burton Street, en el Mayfair londinense. Una curiosidad: el destino no parecía tenerla en cuenta para reinar, ni ella jamás lo pensó. Todo porque su tío, Eduardo VII, se vio forzado a renunciar a la Corona, al enamorarse de una divorciada norteamericana, Wallis Simpson, con quien contrajo matrimonio. Así es que, un decenio más tarde, su padre, Jorge VI, subió al trono. En 1947 Isabel se casó el 20 de noviembre con el príncipe Felipe de Grecia. El 14 de 1948 nació el príncipe Carlos, y el 15 de agosto de 1950 la princesa Ana.

Se hallaba de viaje oficial con su esposo en Kenia cuando fue informada, a los pocos días de salir de Londres, que su padre acababa de fallecer. Era el 6 de febrero de 1952 y tras arrastrar una grave enfermedad, Jorge VI dejó de existir víctima de un cáncer de pulmón; fumaba a todas horas. Así es que puede aplicarse el tópico que reza de la noche a la mañana cuando la hasta entonces princesa Isabel se convirtió en Soberana de los ingleses. Siguiendo la tradición habría de esperar un tiempo de luto, que en su caso fue largo, de catorce meses. Si al trono ascendió con casi veintiséis años, al ser coronada Reina ya contaba uno más. Al frente del Imperio Británico se convertía en la mujer más importante y poderosa del mundo. Monarca del Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Pakistán y Ceilán.

¿Cómo fue aquella ceremonia regia de su coronación el 2 de junio de 1953? En primer lugar, antes de esa fecha, con suficiente antelación, Isabel II hubo de ensayar todo su papel, si así se nos permite. Al fin y al cabo la comisión encargada de ese complicado ceremonial tuvo esos catorce meses antedichos para ir perfilando cada paso. En esas pruebas Isabel contó con la presencia de quienes iban a ser sus damas de honor, claro que con indumentaria normal, utilizando sillas en vez de las carrozas previstas para el día definitivo. En particular, la Reina tenía que acostumbrarse a portar la Corona Imperial, de dos kilos de peso, orlada de diamantes. Llevaría asimismo un collar, en realidad una tiara y pendientes de art decó, de diamantes. No olvidamos otros aditamentos reales: la espada ceremonial, el cetro, amén claro está del vestido: un manto de cinco metros y medio de largo, tejido a mano, con seda de terciopelo, forrado de armiño canadiense. Varias damas de honor tendrían forzosamente que ayudarla para caminar.

La ceremonia de la coronación iba a contar esa vez con algo que nunca se había producido con los antepasados de Isabel II: la retransmisión por la televisión, que ya en aquel 1953 existía en Inglaterra. Y, además, la BBC la realizaría en color, aunque por problemas ajenos en algunos países se dio a conocer en blanco y negro. No se pudo saber si la idea de utilizar la pequeña pantalla fue de la propia Reina o de su marido, el príncipe consorte. Lo que sí estamos seguros es de que el primer ministro, sir Winston Churchill, se opuso a tal novedad, pero sin ser atendido. Veintisiete millones de televidentes siguieron el evento.. Muchos ingleses compraron para ese día su primer aparato, o bien optaron por alquilar un televisor. En cuanto a periodistas acreditados, la cifra quedó entre setecientos cincuenta o dos mil. En cualquier caso, el interés mundial fue grande, desde los lugares más ignotos.

A lo largo de ocho kilómetros la comitiva se desplazó desde el palacio de Buckingham por las calles londinenses hasta la abadía de Westminster. Ni qué decir que miles de curiosos, aireando banderitas y gritando "¡Dios salve a la Reina!", se amontonaban durante el cortejo, iniciado por la carroza real en la que iba la Reina. La denominada Carroza Dorada lo era por el pan de oro con que se decoró, cuyo peso era de cuatro toneladas. Detrás, en otra carroza, la Reina Madre, quien lucía el espectacular diamante Koh – i – Noor, uno de los más grandes del mundo, de incalculable valor. Y detrás, otros carruajes con gobernantes y políticos destacados, tropas militares, fuerzas aéreas, de la Marina, caballerías, multitud de bandas que llenaban el ambiente con patrióticos himnos. Los guardianes custodios encargados de la seguridad de la Soberana se conocían como beefeathers. Quienes gusten del gin tonic sabrán que hay una marca permitida con ese nombre. Hay otra nota curiosa, y es que en los alrededores de la abadía de Westminster se colocaron bastantes retretes portátiles forrados de terciopelo azul. Hoy me figuro que habrá el sábado los suficientes urinarios públicos. Y perdónese esta digresión escatológica.

A su llegada a la abadía, la Reina era recibida por el arzobispo de Canterbury, reverendo Geoffrey Fisher. El aforo del lugar religioso es de dos mil personas, pero en aquella ocasión, se aseguró que habían entrado ¡ocho mil! Algo inverosímil: en cualquier caso, esos invitados de gala, entre miembros de la nobleza y clero, apretujados, exceptuando como puede suponerse quienes se encontraban en sitio privilegiado.

Se produjo una anécdota nada más desfilar la Reina hasta su sillón. Dado el peso de la ropa que llevaba encima, que arrastraba aun con la presencia y ayuda de sus damas de honor, a poco Isabel II tropezó con la alfombra roja. Por lo demás, la ceremonia transcurrió tal y como estaba previsto. La Reina se aposentó en la silla de San Eduardo, o de la Coronación. Con su corona ceñida sobre sus sienes que, resulta, no es la original de cuantos han reinado en Gran Bretaña, pues quedó destruida, ignoramos en qué circunstancias. Y la que pasó a sustituirla fue la de Eduardo el Confesor, que data de 1630. A la hora del discurso regio preceptivo juró defender la Ley y gobernar la Iglesia Anglicana.

De regreso al palacio de Buckingham se sucedieron las mismas expresiones de júbilo entre la gente. Y desde el balcón principal la Reina, ya coronada, respondió, conmovida, a tales muestras de entusiasmo. En el grupo familiar se encontraba su marido, el príncipe Felipe, la Reina Madre, la princesa Margarita y los dos hijos que hasta entonces había tenido Isabel, Carlos y Ana. El primogénito daba muestras de estar aburrido, por cierto.

Hubo recepción, almuerzo, cena para varios centenares de invitados, a los que se les brindó, entre otras viandas, una nueva receta de pollo nunca servida en palacio hasta entonces. Y al anochecer una pródiga suerte de castillos de fuegos artificiales. Las fiestas se sucedieron en muchos lugares de Inglaterra y la Commonwealth. Y cuantos festejaban aquel histórico acontecimiento, unían sus voces para proclamar: "¡Larga vida a la Reina!" Acertaron. Porque ha sido la Soberana más longeva. No quiso abdicar nunca en favor de su primogénito, falleciendo a los noventa y seis años, ya viuda, en el castillo escocés de Balmoral, lugar habitual de sus vacaciones, el 8 de septiembre de 2022. La espera para reinar de Carlos III ha sido larga. Su coronación será un día también histórico.

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