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Los 250 millones que Paloma Picasso tuvo que pagar a su primer marido para casarse con un médico

Paloma Picasso, de 74 años, es una de las hijas del legendario pintor.

Paloma Picasso, de 74 años, es una de las hijas del legendario pintor.
Paloma Picasso. | Cordon Press

Al cumplirse esta primavera el cincuentenario de la muerte de Pablo Picasso han salido a relucir sus amores y amoríos, la forma, a veces cruel, con la que trataba a todas las mujeres de su vida, sin excepción, maltrato que extendía a sus hijos, ignorándolos, con desdén o indiferencia. De los cuatro que tuvo con tres de sus conquistas, viven dos, los hermanos Claude y Paloma. El primero de los citados, de setenta y cinco años, es fotógrafo y diseñador gráfico. Se sabe poco de él. En cambio, Paloma, que el pasado 19 de abril cumplió setenta y cuatro años, es la descendiente del genio malagueño que tiene mayor proyección pública. El apellido, le pesa, aun estando orgullosa de llevarlo, como es natural. Tuvo una experiencia desagradable con su primer marido, al que hubo de pagarle doscientos millones de dólares a la hora del divorcio. Menos mal que muy poco después encontró al hasta ahora amor de su vida, un médico que ha sabido comprenderla y amarla. Paloma Picasso, precisamente por descender del más grande pintor del siglo XX, tiene un carácter fuerte, como pude yo mismo comprobar cuando la entrevisté por vez primera. Todo porque le abruma hablar siempre con los periodistas de su pasado familiar y de su vida personal.

Anne Paloma Ruiz-Picasso Gilot nació en Vallauris, pueblo de la Costa Azul francesa, de los amores extraconyugales de Pablo Picasso y la pintora franco- norteamericana Françoise Gilot, con quien también tuvo un varón, el antes mencionado Claude. Ambos tuvieron serios problemas para llevar legalmente el apellido de su progenitor: sencillamente porque éste seguía casado con su primera mujer cuando Françoise era su amante y dio a luz a esos dos retoños. Según la ley francesa eran hijos naturales, y únicamente podían llevar el apellido maternal. Tal circunstancia los llevó a sentirse preteridos familiarmente. Tardaron mucho tiempo hasta que lograron ser considerados hijos de Pablo Picasso con derecho a llevar sus apellidos. "Es una herencia pesada – ha dicho Paloma no hace mucho – pero llena de amor. Con mi padre tuve una relación mágica, maravillosa, siendo yo una niña muy callada, al que adoraba por dejarme estar cerca de él en su estudio cuando estaba trabajando. A cambio de no interrumpirlo, como fumaba incesantemente, tomaba un paquete de cigarrillos, y en el papel que los envolvía dibujaba unas figuras para que yo las coloreara. Pero cuando mi madre, ya separada de él y viviendo en Estados Unidos publicó su libro de recuerdos Mi vida con Picasso, ya no pude visitar más a mi padre al tiempo que dejaron de hablarme muchas de sus amistades. Pero mi madre lo que contó no fue nada ofensivo, sino una manera de humanizarlo".

Como la última esposa del artista malagueño, Jacqueline Roque, madrastra por lo tanto de Claude y Paloma, les prohibió acercarse a su padre, cuando éste falleció no tuvo siquiera la misericordia y sentido común de autorizarlos a que dieran su adiós al autor de sus días, de cuerpo presente en el castillo de Vauvenargues. Hubieron desde lejos, llegados a una colina, de columbrar malamente cuanto sucedía en su interior durante las honras fúnebres. Ese dolor los acompañó siempre. A partir de ese momento, Paloma Picasso se sintió muy sola e hizo lo posible para superarlo. Por ejemplo, aceptando participar en un controvertido rodaje de una película erótica lindando con la pornografía: Cuentos inmorales, del polaco Borowczyk, donde incorporó el personaje de la condesa Isabel Báthory.

Picasso temía a la muerte. Supersticioso, se negó siempre a ir al despacho de un notario para preparar su testamento. Y por tal decisión sus hijos y nietos se enzarzaron en una prolongada disputa para heredar una cuantiosa herencia. Dejó alrededor de cincuenta mil obras, porque trabajaba diariamente a destajo. Llegaron a un acuerdo tras una larga, interminable lucha judicial. En el caso de Paloma, heredó setecientos millones de dólares, entre pinturas, esculturas y dinero en efectivo. Una desorbitada cantidad que la convirtió, como al resto de los herederos, en dueña de una fortuna; de las mujeres más ricas del mundo. Y quien fue su primer marido supo sacar tajada del asunto.

Un divorcio carísimo

No se sabe nada acerca de los novios que tuviera Paloma Picasso hasta que se enamoró de un argentino, Rafael López-Cambil (también identificado, ignoramos por qué, como Rafael Sánchez), dramaturgo y director teatral. Después de cinco años de convivencia contrajeron matrimonio en 1978. Boda por todo lo alto a la que acudieron personajes vinculados al mundo de la moda, en razón a que Paloma era una cotizada diseñadora durante ese tiempo. Para tal ocasión vistió una creación de Karl Lagerfeld (en cuya casa tuvo lugar uno de los eventos del enlace) y también otro modelo de Yves-Saint Laurent. Se daba la circunstancia que estos dos grandes modistas estaban enemistados, después de que en su juventud fueran inseparables. Paloma Picasso fue quien rompió el distanciamiento entre ambos.

Después de residir unos años en París, Paloma y su marido se marcharon a Nueva York, tras adquirir un "penthouse" en Park Avenue, una de las calles más caras de la ciudad. Sus negocios relacionados con la moda iban viento en popa. Rafael era muy emprendedor. Paloma, hizo unas declaraciones a la prensa afirmando que le debía mucho a éste por la ayuda que le prestaba en los negocios. Hasta que tarifaron, eso sí sin romper su relación empresarial. Fue en 1995 cuando se separaron. A partir de entonces iniciaron los trámites de divorcio, contratando cada uno a sus respectivos bufetes de abogados, que les costaría un dineral, cifrado en seis millones y medio de dólares. El contencioso en la pareja duró dos años. Finalmente, Rafael López consiguió lo que pedía en calidad de indemnización: doscientos cincuenta millones de dólares. El divorcio del siglo, titularon muchos medios informativos. Influyó mucho en la decisión judicial aquella declaración periodística de ella, afirmando que gracias a su esposo la empresa que tenían iba viento en popa. Así es que esos setecientos veinte millones acreditados que Paloma había heredado de su padre sufrieron una mengua tan importante que fue a los bolsillos de su ex, un listillo sin duda, que se aprovechó en gran parte de la fortuna de su esposa. Yo lo conocí y me pareció un tipo muy antiguo, tanto por su peinado como su ropa, quizás asimismo un tanto cursi. Pero no tonto, claro.

Encontró un segundo marido

A poco de divorciarse en 1998 dejó Paloma Nueva York, tras vender el piso de Park Avenue, en tres millones y medio de dólares, instalándose en Londres. Su "status" ya era importante. A sus diseños de vestidos unía su marca de cosmética, que comercializaba, y sigue haciendo, la firma L´Oreal. Perfumes y una serie de complementos con el nombre de Paloma Picasso, tan influyente. Eso le proporcionaba unas elevadas ganancias, con las que paliaba esos millones que hubo de pagar a su ex marido para divorciarse. Y por añadidura, para la muy acreditada joyería Tiffany, diseñó en exclusiva una colección de joyas.

Necesitaba Paloma alguien en quien confiar para olvidarse del pasado. Y en poco tiempo se enamoró de un osteópata, el doctor Éric Thévenet, con quien desde 1999 sigue conviviendo. Con ninguna de sus dos parejas ha tenido descendencia.

Desde que se casó en segundas nupcias, Paloma vivió primero en Chelsea, Inglaterra y después en Suiza y en Marruecos. Por lo sabido, esta vez su matrimonio le ha proporcionado una gran estabilidad.

"No es normal que no pueda ver a mi padre"

Tal y como ya apunté pude entablar una entrevista de alrededor de media hora con Paloma Picasso. Sucedió una tarde de 1974 en la galería de la madrileña calle de Núñez de Balboa, donde exponía sus pinturas, sus "collages" y sus joyas. No había nadie cuando entré. Recuerdo los ojos grandes de Paloma, su nariz prominente, sus labios gordezuelos. Y una mirada penetrante. La piropeé por ello: "Son ojos andaluces", me dijo a modo de entrada. Contaba entonces veinticinco años. Condenso lo más interesante que me dijo entonces: "Yo pintaba siendo niña, lo que era natural siendo mi padre quien era. Y mi madre, también pintora. Hasta los doce años yo viví entre pintores. Mi padre no me dio clases nunca, ni consejos, ni críticas. Creyó siempre en la espontaneidad del artista. Hasta los cuatro años viví con él. Luego, sólo lo veía en vacaciones. La última vez que lo vi fue en 1967. Nuestras relaciones se interrumpieron. No era lógico. No es normal que una hija no pueda ver a su padre. Pero ¡basta, no quiero hablar más de eso!"

Poco menos me echó de la galería con cajas destempladas, aunque también me habló de su madre, Françoise Gilot, que continúa en la actualidad viviendo en California, con ciento un años., Entonces, tras divorciarse de Pablo Picasso, se había casado con el famoso investigador doctor Salk. Acerca de si poseía cuadros de su progenitor, Paloma me contestó: "No, sólo algún dibujo. No me dieron ninguno y no iba a robarlos...". Acerca de si posó para él: "Desde 1949 hasta 1953, los años de mi infancia a su lado, hizo varios retratos míos, cuando se separó de mi madre. Después, teniendo yo once años, volví a posar para él por última vez".

Picasso tuvo fama de tacaño, lo que me corroboró Paloma, a quien sólo le regaló un brazalete, según recordaba: "Le aburría comprar cosas".

Años más tarde me encontré a Paloma, todavía con Rafael, su primer marido, en la entrega de los premios teatrales Mayte, una noche de 1977. Conversamos unos minutos. Hablaba perfectamente español con un fuerte acento francés. Allí estuvo más simpática conmigo. Seguía mirándome con sus turbadores ojos negros. Ya digo: casi casi como los de su genial padre.

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