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Ira de Fürstenberg, la princesa rebelde que vivió entre lujo y se enfrentó a la muerte de su hijo

El fallecimiento de Ira abre una nueva página en la vida social de Marbella.

El fallecimiento de Ira abre una nueva página en la vida social de Marbella.
Ira de Fürstenberg con el periodista Manuel Román. | M. R.

Ira de Fürstenberg ostentaba el título de princesa, y tratamiento de Su Alteza Serenísima. Naturalmente ello correspondía a una fórmula protocolaria, que ni ella misma se tomaba en serio, comprendiendo que no era sino una tradición añeja, pasada de moda. La entrevisté en varias ocasiones y resultó ser una dama exquisita y a la vez sencilla y nada ampulosa en el transcurso de la conversación. Por supuesto que su pasado la situaba en un entorno aristocrático: su padre era el príncipe Tassilo von Fürstenberg y su madre, Clara Agnelli, hermana de quien fuera todopoderoso fundador de la empresa automovilística Fiat. Mas sucede que en Centroeuropa, desde lejanos tiempos, se mantienen esos rangos principescos en algunos países, Alemania y Austria particularmente, en tanto en las auténticas Cortes europeas quienes sí que han de ser tratados como tales son los hijos, herederos de los Reyes. No era el caso de Ira de Fürstenberg, por lo tanto. Ni el de tantos otros que se siguen conociendo como príncipes. La aristocracia está bien servida en países como Inglaterra, España, los Países Bajos y otros con títulos más adecuados, como pueden ser los de conde, duque o marqués, en sus versiones, por supuesto para nobles de ambos sexos.

Todo ello viene a cuento del mundo del que procedía quien acaba de morir a punto de cumplir el próximo abril ochenta y cuatro años. Nació en Roma y en Roma ha muerto. Cuando desde su mayoría de edad viajó por todo el mundo, se casó muy joven, tuvo dos matrimonios, un par de hijos, y conoció el "glamour" en los grandes salones, en las fiestas más lujosas que puedan imaginarse, sin problemas económicos: era rica de cuna, y sin embargo un día recurrió al cine para convertirse en actriz, sin tener la más mínima idea de lo que es el arte interpretativo, y ganar con ello unos sueldos elevados. Lo justificaba diciendo que gastaba muchísimo en vestidos y tenía que hacer frente a un ritmo de vida sólo propio de millonarios. Y no se refugiaba en el dinero que pudieran tener sus maridos y amantes. Tomaba decisiones propias. No nos extraña que ella misma se autodefiniera como "La princesa rebelde". Lo fue. Hizo lo que le dio la real gana. Desde luego sin dar escándalos. Era elegante, tanto por fuera como de pensamiento. Independiente. Con esa clase que no se aprende en ninguna Universidad.

Primero, lo que no era normal en familias como la suya, es que se convirtió en modelo de Alta Costura. Ello siendo adolescente. La ayudaba su estatura, la naturalidad, sus movimientos cuando desfilaba por las alfombras rojas. Comenzó a aparecer en las revistas de moda, fotografiada por los acreditados Helmut Newton y Cécil Beaton. A los quince años sintió los primeros cosquilleos del amor. Y tan joven, apenas sin que su noviazgo fuera largo, dio el sí a un príncipe como ella, es decir de los que no descendían de monarca alguno: Alfonso de Hohenlohe. Desde luego, emparentado con la aristocracia más rancia de su estirpe. Se casaron en Venecia; ningún lugar más romántico, pensaron ellos. Dos hijos tuvieron: Hubertus y Christopher. Y vivieron felices un tiempo, a partir de aquel día de 1955 de su enlace, en una todavía desconocida Marbella que no había iniciado el "boom" turístico de la siguiente década, a lo que tanto contribuyó Hohenlohe, complicado apellido para muchos que lo pronunciaban como si estuvieran en un tablao flamenco: Ole, ole.

Tras las mieles llegaron las hieles. Y la princesa comenzó a aburrirse. De su separación matrimonial en 1960 tengo fidedigna información. Si bien Alfonso era un hombre dinámico, muy emprendedor, desde su Marbella Club, digamos un hotel de lujo o utilizando un término actual, "resort" envidiable hasta entonces desconocido en nuestros pagos, en cambio se le acusaba de algo avaro. Vamos, que no atendía las necesidades de su joven esposa, quien aunque tenía más dinero que él, precisaba de lo propio en una joven mujer como ella, admirada por cuantos seductores caballeros encontraba a su paso. Joyas, vestidos, viajes… Pero el príncipe estaba más empeñado en su negocio y, harta, Ira lo dejó plantado, lo que a él le supuso una época depresiva que le costó superar. Por sus influencias consiguió que la Sagrada Rota le facilitara la nulidad eclesiástica de su matrimonio religioso. Y de alguna manera podría decirse que se tomó la venganza, al quedarse soltero. Había firmado un acuerdo con Ira para que sus dos hijos estuvieran medio año con uno, y otro medio con la otra parte. Pero al final, Hubertus y Christopher quedaron bajo la custodia y potestad paternal. En una de mis conversaciones con Ira de Fürstenberg, me confesó: "Aquello fue muy duro para mí". Si quería encontrarse con sus retoños no tenía otro remedio que irse a Marbella.

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Ira de Fürstenberg | Cordon Press

Pero hasta que tomó esa única opción, Ira procuró resarcirse de su fracaso conyugal, pues volvió a casarse, en Reno con un millonario brasileño, empresario de éxito, conocido como Francisco "Baby" Pignatari, con quien a partir de 1960 comenzó a convivir en el país de éste. La vida con el tal "Baby" fue muy distinta que con Hohenlohe, pues le permitía divertirse y trasladarse de un país a otro cuando le apeteciera, bien juntos o ella sola. Lo malo es que ese modelo matrimonial tiene sus riesgos, máxime teniendo en cuenta que Pignatari estaba considerado como uno de los "playboys" mundiales más conocido por sus conquistas femeninas. Ni qué decir que la princesa de Fürstenberg, coronada no con diadema alguna ni portando cetro sino con unos abultados cuernos, se divorció. Firmaron la disolución de aquel matrimonio en Las Vegas; y en adelante llevó su vida amorosa por libre. No había tenido descendencia esta vez, así es que nada podía retenerla ya en aquel país de carnavales y favelas.

Cuatro años duró aquella unión. Ira sacó sus consecuencias. Y a partir de entonces no se dejó dominar de ninguna manera por hombre alguno. París fue su centro de vida en adelante. Cuando París no era el de ahora, sino la capital europea que dictaba la moda. Y donde la vida era una fiesta para personajes como la princesa. Allí fue feliz. Se la disputaban importantes varones de las finanzas, la aristocracia siempre, hombres de mundo que trataban de lucirse en su compañía. Achille Lauro Jr., descendiente de los famosos armadores, fue uno de ellos. La lista de pretendientes ocuparía mucho espacio. Pero juró para sí no casarse nunca más.

Avanzado el decenio de los 60 el más importante productor cinematográfico italiano, Dino de Laurentiis, pudo convencerla para encauzar su existencia como actriz. Ganaría mucho dinero y reconocimiento público. Aceptó, llegando a intervenir en cerca de una veintena de títulos y dirigida por importantes realizadores: Franco Zeffirelli, Alberto Lattuada, Jean Negulesco…Ello no significa que consiguieran de ella convertirla en una respetable intérprete: sólo aportaba, fundamentalmente, la estela de su nombre. Desde luego, su incontestable belleza. La ex emperatriz del Irán, Soraya, también lo intentó, con mucho menos éxito.

Tres años después de su debú ante las cámaras, en 1970, Ira de Fürstenberg vino a Madrid contratada para una película por José Frade, argumento de comedia vodevilesca que, en principio, iba a titularse "Es cosa de hombres". Lo cambiaron, quizás pensando que por entonces era una frase publicitaria asociada a una marca de brandy. Acabó llamándose "No desearás al vecino del quinto". Durante varios años era la película más taquillera. Su protagonista: Alfredo Landa. Disimulaba haciéndose pasar por mariquita, lo que le proporcionaba mayor libertad para sobar a cuantas mujeres pasaban por su negocio, el de un modista provinciano.

Landa contaría luego en sus memorias que aquella película era espantosa. Ira le pareció un bombón, pero muy sosa. El director de aquel embolado, Tito Fernández, le pedía a la princesa más pasión en sus secuencias con el galán de la historia, el actor Jean Sorel.

Conseguí entrevistar a Ira de Fürstenberg a solas. Su simpatía y cordialidad resaltaban paralelamente a su belleza. Extracto cuanto me dijo: "El mundo del cine es muy divertido, pero créame, yo soy mala actriz, aunque a estas alturas ya haya intervenido en diez películas. ¿Rasputín?" Nada, no era buena. Ni El robo en el Vaticano, que rodé junto a Walter Pidgeón. Y las restantes, lo mismo". Con Alberto Sordi hizo de enfermera en El médico de la Mutua. "Gano un buen dinero y me lo gasto en ropa. Me pregunta por el título de Lady Europa. Me sirvió, simplemente para obtener publicidad". Le inquirí si debía llamarla princesa: "No, prefiero simplemente ser Ira". Un apelativo, por cierto, que se debía a un capricho de una tía suya, y así fue conocida en su ámbito familiar y luego en todas partes.

"¿Son su debilidad esas fiestas a las que usted acude regularmente en Roma, París o allí donde se encuentre? "¡Oh, no, me aburren soberanamente! Verá, me considero una mujer como las demás, huyo de todo protocolo, hago lo que me parece, nunca uso pelucas, por ejemplo. Son falsas y a mí me gusta en la vida todo lo que sea sinceridad".

"¿Qué hombres prefiere?", a lo que me respondió: "Los que se comportan tal y como son, naturales, sin afectación. Prefiero la espontaneidad, lo sencillo, que es como soy yo. Me enfado si me catalogan de forma diferente".

Volví a encontrarme con ella en otras ocasiones, una de ellas a la salida de una corrida de toros en Las Ventas, espectáculo que al parecer le gustaba. Y en Marbella. Aquella Marbella de los años 70, cuando importantes personajes se hospedaban en el Marbella Club de Alfonso de Hohenlohe. Cierta noche, (Ira acababa de llegar a la ciudad para ver a sus hijos) la encontré en la discoteca "Mau-Mau", sentada junto a su exmarido y al lado de sus hijos. Tres o cuatro reporteros gráficos tomaban testimonio en imágenes de ese encuentro familiar. "¿Los has llamado tú?", le inquirió a Alfonso. Y éste: "¡Nooooo!" Pero aunque molesta, Ira no se enfadaba con los fotógrafos a no ser que la asediaran demasiado. Era muy educada y guardaba las formas.

Dada su notoriedad, presentó el Festival de San Remo en 1970 junto al actor Enrico María Salerno. Del cine se despidió en 1982. Y ¿qué otros hombres llenaron su vida amorosa? Entre ellos Raniero de Mónaco, una vez fallecida la princesa Grace. Llevaron su idilio discretamente. Ninguno de los dos lo admitió públicamente desde luego. El arquitecto Roberto Federici (luego amante de María del Carmen Martínez-Bordiú) fue otro de sus amantes.

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Ira en la noche de Marbella | Cordon Press

Con el paso del tiempo, Ira de Fürstenberg fue resistiéndose a mantener aquella existencia de "glamour" y sorprendió a cuantos la conocimos al dedicarse al diseño de joyas y objetos artísticos. Llegó a exponer, en distintos años, un total aproximado de dos mil piezas realizadas en cuarzo, jade, coral, oro, cristales de roca, malaquita, plata dorada, ébano, nácar, bronce… Las vendía en cada una de esas exposiciones en las más importantes capitales europeas, y por supuesto en Marbella, adonde viajaba, repetimos, para encontrarse con sus dos hijos En julio de 2006, uno de los dos, Christopher (Kiko), encontró la muerte en una celda de Thailandia. Había viajado a aquel país con un pasaporte caducado y no se le ocurrió mejor manera de solucionar ese problema que en las propias narices de un funcionario; tomó un bolígrafo y añadió de su puño y letra una fecha, que le podía suponer, pensaba, entrar en el país en el acto. Pero, no, claro. Lo detuvieron inmediatamente, acusado de falsificar un documento público. Pasó un tiempo, no mucho, en la cárcel, en condiciones extremadamente difíciles. Contrajo una maldita enfermedad y murió. Para sus padres, fue un dolorosísimo trance. Ira no se recuperaría nunca, recordándolo. Era a sus cuarenta y nueve años, un hombre inteligente y valioso que quizás equivocó a esa edad cierta forma de vida.

Ira de Fürstenberg más bien vagó desde entonces por medio mundo para encontrar la paz que necesitaba. En una época se estableció en Marruecos. Su otro hijo, Hubertus, procuró consolarla. Es esquiador olímpico, fotógrafo y ofició unos años de cantante pop, casado actualmente con Simona Gandolfi. Compartía la princesa algunas temporadas con Hubertus en el cortijo rondeño "Las Monjas", que éste había heredado a la muerte de u padre, rodeado de viñedos. Allí pasaron los dos años largos de la pandemia.

Y ya en el último recodo de su intensa vida, Ira de Fürstenberg se quedó ya más tiempo en su palacete sito en la colina romana del Quirinal. El año 2022 celebró su cumpleaños en una fiesta organizada en su honor en el palacio de Liria, en Madrid, de la Casa de Alba. Y cuanto le quedaba ya de vida lo empleó en crear más piezas de diseño, también de ropa, y atender ese negocio con una marca de perfumes. No era la princesa ociosa que muchos creían, sino una apasionante mujer que procuró gozar al máximo de su existencia, haciendo lo que siempre quiso. Su pasado sentimental quedó atrás entre las brumas del recuerdo.

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