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Eurovisión 2019: nuevo escarnio español con Miki y "La venda"; Paco salva los muebles

Todo bien en Eurovisión, incluso Miki. Salvo los resultados que obtuvimos. Ahí mal, muy mal.

Todo bien en Eurovisión, incluso Miki. Salvo los resultados que obtuvimos. Ahí mal, muy mal.
Paco, la marioneta española de Eurovisión | Archivo

Lo de España con Eurovisión roza la ciclotimia. Pesan nuestros aciertos del pasado, cuando el concurso era otra cosa (y España, también) y que siguen generando expectativas poco razonables. Pero una vez puestos a ello, también los reiterados errores de elección: cuando no falla el cantante falla la canción, cuando no la coreografía y luego al final viene la geopolítica, esa palabra que resucita cada 365 días para aguar la fiesta a los fans, a arrasar toda esperanza.

A Tel Aviv le cayó bien Miki, salido de la fracasada segunda edición de Operación Triunfo, y el buen rollo de "La Venda", canción pop con toques de charanga. Pero lo que vino en las votaciones no tuvo nombre: podríamos decir que fue a Miki a quien se le cayó la venda, y no solo que se le cayó, sino que se le enredó en los pies y Miki acabó dándose (metafóricamente) con la cabeza en el suelo: España fue la última en las votaciones de los jueces profesionales, con solo siete puntos, y más tarde solo sumamos 53 con el televoto, hasta el puesto que ocupamos, el vigesimosegundo. El ganador de Eurovisión fue Duncan Laurence con "Arcade", de los Países Bajos, tal y como se esperaba.

Este 2019 pasaron dos cosas: por un lado, el autor de la canción decidió al escribirla que había que encajar los versos como un niño haría con las piezas de la cara de Mister Potato, un poco al azar. Indescifrable mezcla de reivindicación y autoayuda ("Te vendes porque te sobras/Te pierdes porque hay camino"), sus frases son intercambiables, su mensaje incomprensible. La música de fiesta nos indica que esto es para despertarse, una cosa optimista, pero uno se despista si presta atención. Y en esta tesitura, llega la escenografía representando las distintas habitaciones de una casa y la presencia de Paco, una gran marioneta de tres metros en medio del escenario, que acabaron de confundir al personal. ¿Qué hace Miki, qué hace por Dios, de qué va esta película? ¿Por qué suena pachanga pero todo tiene un aire a instalación de arte contemporáneo de Bellas Artes? ¿Qué hace ahí Paco, meneándose? Pese a la simpatía saltimbanqui del catalán, que fue de los pocos que osaron acercarse al público, la confusión y la geopolítica hicieron el resto.

A favor del verbenero Miki, que lo hizo muy decentemente, el haber tomado cierta distancia del lánguido Alfred o la intensidad impersonal de Barei. Realmente lo hizo muy bien, y el público reaccionó en consecuencia. Pero esta canción los españoles nos la sabemos. Lo cierto es que el catalán fue a Israel con la lección bien aprendida: es más, entre OT y esto han mediado unos pocos meses, un espléndido cambio físico y un silencio digno de Albert Rivera en la calidad y cantidad de sus opiniones políticas. Miki ha añadido capas de músculo a su cuerpo al tiempo que se desprendía cual cebolla de capas de declaraciones independentistas, un inesperado brote de generosidad surgido después de que se filtrase una imagen portando una estelada (ya saben, por si algún malintencionado lo acusase de representar a una nación que no era la suya). Porque lo importante –ya saben– no son estas comprensibles confusiones del pasado sino el futuro profesional que se presenta ante uno. Y cayó bien, en serio que lo hizo. Pero (y ojalá nos equivoquemos) lo cierto es que detrás de Miki lo que se proyecta es la alargada sombra de Manel Navarro (¿qué fue de Manel Navarro?).

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Miki, durante su actuación | Cordon Press

Más cosas: la alucinante actuación de Kate Miller-Heidke con "Zero Gravity", de Australia, un país recién llegado al certamen. Columpiándose del techo y con unos zancos sobrepuesta a una escenografía espacial, la australiana precedió a Miki casi al final de la gala con una actuación hortera pero de las que se recuerdan. Pero para escenografía la de Madonna vestida de Willy el Tuerto con "Like a prayer", tan espectacular como sus gallos a lo Manel Navarro. La propia canción de Duncan Laurence para Países Bajos, aun siendo una ganadora más bien floja, fue ciertamente superior y de un tono muy James Bond. También está lo bien que aprovechó Israel a una de las presentadoras, la modelo Bar Refaeli, que condujo la gala con aplomo y carisma.

De modo que otro escarnio más, otro año menos. "Ah, Eurovisión es esta semana", recitaban con cansada sorpresa todos aquellos ajenos a la pachanga anual del legendario concurso, y al final hubo que darles la razón. Un show que algunos califican como de nicho que genera entusiasmo y pasotismo a partes iguales. Pero menudo nicho, podrían aducir éstos: 200 millones de personas en todo el mundo, ya sean fans irredentos o casuales espectadores, no son en absoluto pecata minuta y se merecen su programa. Nada oculta un hecho constatado, aparte de que solemos morder el polvo en Eurovisión: esto es un acontecimiento en Europa y Australia (que el resto del planeta observa con incredulidad) y sigue siendo importante para mucha gente. ¿Cómo encajamos sus cifras con el descrédito y la burla que cada año las redes sociales se encarnan de volcar, cual camión de estiércol, sobre el mayor festival de la canción jamás realizado?

Dudas existenciales aparte, en Eurovisión hay varios baremos antes del voto definitivo, la mitad de él proveniente de los espectadores, los únicos que quisieron un poco al pobre Miki. Casas de apuestas como Sportium situaban a Holanda como ganadora y España 15ª. Otras apostaban por Países Bajos, con Australia como posible sorpresa, ascendiendo puestos sin parar antes del inicio. El aplausómetro de los ensayos en Tel Aviv, por su parte, situaba a Suiza, Australia e Israel y España como los favoritos. Todos fueron optimistas, tenían la venda puesta. Miki estaba subiendo puestos en días previos y su tardía salida al escenario en ocasiones ha ayudado a las votaciones. Al menos hemos mejorado la 23ª posición de Amaia y Alfred, que el año pasado empujaron al mundo a los brazos de Morfeo.

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