
Creado en 1993 por un grupo de universitarios de Budapest que buscaba descubrir nuevos aires artísticos después de cuatro décadas de comunismo, el Sziget Festival ha zarandeado, una edición más, y ya van 29, la escena de rock europea.
La isla de Óbuda, en medio del Danubio, ha vuelto a reunir este verano –del 11 al 15 de agosto– a más de medio millón de asistentes con propuestas que combinan grandes nombres de la industria con nuevas apuestas musicales. Desde Billie Eilish, David Guetta, Imagine Dragons, Mumford & Sons a M83, Arlo Parks o los afro franceses Lass. En 2011, The Independent lo clasificó como uno de los cinco mejores festivales del continente y es uno de los más reputados de Europa.

El festival, que se define a sí mismo como La Isla de la Libertad, ha acogido más de 600 actuaciones en 50 escenarios, con artistas de 62 países. El repertorio ha dado cabida a sonidos pop, rock, cumbia, jazz, música clásica y hasta a divertidas sesiones de folk húngaro o bandas tributo a clásicos como Abba.
A los conciertos se han sumado pasacalles –con presencia de la compañía gallega Troula–, drag queen, djs, destellantes photocalls para los fieles instagramers y por supuesto, una gran noria, como en todo festival que se precie.
Acampada libre: el orden bajo el aparente caos

Entre la encantadora arboleda de una isla que se yergue sobre el azul del Danubio, durante el festival Sziget han brotado cientos de tiendas de campaña que, lejos de crear un ambiente de caos o desaliño, demuestran que los asistentes a este festival húngaro tienen las cosas claras: un macrofestival es posible sin que vayan asociados a él conceptos como la masificación, las esperas, el descontrol o la suciedad. En este caso al menos, no debe extrañarnos que la acampada ilimitada en medio de un evento de tal envergadura no sea un problema.
Billie Eilish, la enigmática estrella que deslumbró a Budapest

La voz hipnótica de "Bad Guy" cerró la programación del escenario principal la noche del martes en el Sziget y reunió en comunión a miles de veteranos musiqueros y a jóvenes que se han quebrado con su reciente "What was I made for?", el tema que ha compuesto la cantante de 21 años para Barbie, el film más taquillero del año.
El festival ha apostado en esta edición por un cartel heterogéneo, con otras voces femeninas alejadas del brilli-brilli y los artificios de la sensualidad coreografiada. Divas del descaro punk como Amyl and The Sniffers, la dulzura andrógina de Arlo Parks, la expresividad desinhibida (y casi coplera) de Lorde o el desmelene de 070 impregnaron de personalidad las principales tablas del Sziget.
Ibis X All Europe

Entre la propuesta de 50 escenarios, el Ibis x All Europe ha apoyado en esta edición a artistas emergentes locales e internacionales, como la catalana de sangre granadina Queralt Lahoz, que llenó de requiebros flamencos y urbanos la noche del domingo. Conviene estar muy atentos a las propuestas de este escenario cada edición, dicen que quien lo pisa, tiene el triunfo internacional asegurado.

La marca Hoteles IBIS apuesta por la música como pilar fundamental para reunir a sus huéspedes en diferentes ciudades europeas, donde viajes y conciertos pueden ir juntos en una misma experiencia. De hecho, en el hall del Ibis Castle Hill de la capital húngara, no faltan espacios que recuerdan a los ruinbars de Budapest, donde puedes animarte a tocar la guitarra o el címbalo, un instrumento nacional que llevó el pueblo gitano a Hungría en el siglo XIII y que hoy suena en sus canciones más populares.
Una joya llamada Budapest

Hay que recorrer en profundidad la hermosa capital de Hungría para completar la experiencia festivalera del Sziget. La ciudad proyecta al este y al oeste del Danubio su espíritu atrevido, moderno, elegante, pero con un poso histórico que no olvida su pasado imperial ni sus episodios más oscuros, que van del nazismo al comunismo.
De todo ello, hoy quedan joyas como el edificio del Parlamento, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es el segundo parlamento más grande de Europa (por detrás del de Rumanía) y sus cifras son mareantes: 268 metros de fachada sobre el Danubio, 690 estancias, 10 patios y 27 puertas de acceso.
La sinagoga de Budapest también se erige como la mayor del continente –la cosa va de récords–. Se encuentra en el barrio judío, hoy convertido en la zona más underground, alternativa y fiestera de Budapest. Allí se esconden los ruinbars, locales nocturnos que han hecho del escombro y del desconche de sus paredes todo un arte (no te pierdas el jardín Szimpla, el Csendes o el Corvin Club). La alternativa emocionante en recuerdo al pueblo judío que fue masacrado en la ciudad la pone el Monumento de los Zapatos, a orillas del Danubio y donde se exponen reproducciones del calzado que abandonaban las víctimas del holocausto antes de ser aniquiladas junto al río.

Ascender hasta las murallas de la ciudadela del Castillo de Buda y el Bastión de los Pescadores despliega bajo sus pies una de las panorámicas más impresionantes, desde donde se contempla el cauce del Danubio y el skyline de Pest, repleto de colinas verdes. La emperatriz Sissí adoraba pasar horas de desconexión en una de ellas, hoy conocida como El Mirador de Sissí, y a la que se llega a bordo de un tren gestionado por adolescentes voluntarios de varias escuelas.
Si Budapest se divide en tres (Buda, Pest y la isla de Óbuda), es gracias al Danubio, por lo que un recorrido a través de los puentes más emblemáticos de la ciudad debe estar presente: el Puente de las Cadenas, el más antiguo, con sus inmaculados leones, o el de Margarita, de 1870. Los alemanes explotaron con dinamita la mayoría de ellos, así que lo que hoy vemos son reproducciones posteriores, como muchos de los elementos monumentales más importantes de la ciudad. De ese ánimo por la reinvención nace el espíritu de Budapest, una urbe que no se resiste a brillar como la Perla del Danubio que es. De ahí que el eclecticismo y la mezcla de estilos se haya convertido en su propia manera de ver la vida.
Moverse por la ciudad implica darse cuenta de que los medios de transporte son variados, sencillos y, lo que más interesa al viajero, muy prácticos. La cuestión no es baladí, tomar el metro de Budapest significa moverse por el subterráneo más antiguo de Europa Continental.

A la faceta urbana aquincense –el gentilicio de Budapest– hay que sumar su amplia y renovada propuesta cultural: del Museo Etnográfico a la Ópera, pasando por la Casa de la Música, en pleno Parque de la Ciudad, y diseñado por el arquitecto japonés Sou Fujimoto. En sus nueve mil metros cuadrados, divididos en tres alturas, este espacio se ha convertido en una obra maestra icónica de la arquitectura contemporánea, con múltiples exposiciones, salas de conciertos y un escenario al aire libre.
Cualquier mal tiene remedio en la ciudad: si los conciertos del Sziget Festival o el recorrido por Budapest nos han dejado exhaustos, ahí están las veintiún piscinas del Balneario Széchenyi o las termas modernistas del Gellért para relajar la mente y el cuerpo. La ciudad se asienta sobre una falla que produce más de cien manantiales (de 21 a 76ºC), de ahí que relajarse en el agua sea una afición histórica desde tiempos de los romanos.