El panorama ha cambiado mucho desde que en 1990 se creó la denominación de origen Vinos de Madrid. Es cierto que la denominación respondía a una tradición de siglos en el territorio de la Comunidad, pero no lo es menos que en estos ya casi 35 años esa tradición las bodegas madrileñas han sabido modernizarse sin renunciar a su esencia, se ha depurado y mejorado de forma que hoy en día se hacen los mejores vinos que se han hecho nunca y que, cada vez más, se convierten en referencias de calidad en España y más allá de nuestras fronteras.
Este panorama de bodegas con una producción cada día mejor y más reconocida ha supuesto también que surja una oferta enoturística que también es cada día de más calidad y que tiene, como los propios vinos, un carácter muy personal y original y, además, con bodegas muy distintas unas de otras.
Una denominación, cuatro zonas diferentes
La primera razón para esa variedad es que la Denominación de Origen Vinos de Madrid tiene cuatro subzonas –Arganda, Navalcarnero, San Martín de Valdeiglesias y El Molar– que son muy diversas y, por tanto, dan lugar a caldos igualmente diferentes. Del mismo modo, las condiciones del terreno hacen que conocer las bodegas sea una experiencia muy interesante, porque se verán muchas formas de hacer vino, instalaciones con tipologías muy diferentes…
Hay, de hecho, hasta 23 bodegas de la DO Vinos de Madrid que se pueden visitar y organizan actividades de distinto tipo alrededor del enoturismo. 23 oportunidades para conocer caldos tan interesantes como los que elabora Licinia Wines, que toma su nombre de la Licinia romana, que hoy en día no es otra que Morata de Tajuña, en la subzona de Arganda.
Se trata de una bodega creada para elaborar vinos de la máxima calidad y para ello no repara en esfuerzo y mimo. En sus visitas se puede conocer su precioso viñedo en las afueras de Morata, que además está gestionado con las técnicas más modernas. Incluso realizan investigaciones de campo de la mano del IMIDRA y de algunas universidades. Y, por supuesto, también se puede catar su excelente tinto reserva que ya ha ganado en dos ocasiones premios de los más prestigiosos España.
Muy interesantes son también algunas de las bodegas de Colmenar de Oreja, enclavadas en el mismo casco urbano del pueblo, uno de los de mayor tradición vitivinícola de la Comunidad de Madrid. Dos buenos ejemplos son las de Pedro García y la Peral que, por supuesto, ofrecen visitas a sus cuevas y catas, que en ocasiones también se pueden combinar con recorridos por la población, pequeña pero muy interesante.
Su majestad la garnacha
La subzona de San Martín de Valdeiglesias puede presumir de un paisaje tan hermoso como peculiar y también de viñedos muy especiales, distintos entre sí y, al mismo tiempo, con características comunes entre las que están su pequeño tamaño y su belleza: viñas que trepan por laderas empinadas, que suelen tener árboles como almendros, viejos pinos u olivos entre las vides y que resultan especialmente placenteras a la vista del viajero que las recorre.
El suelo es prácticamente de granito y eso da lugar a unos vinos brillantes, muy minerales, deliciosos, elaborados sobre todo a partir de dos variedades de uva que llevan siglos adaptándose al entorno: la garnacha y la albillo real, cada vez más apreciadas por los expertos.
Las bodegas de las zona –hay una docena– ofrecen una serie de experiencias enoturísticas muy distintas pero siempre interesantes. Una de ellas es Las Moradas de San Martín, en un alto en el que las vides se mezclan con pinos en un paisaje de deslumbrante belleza. Las viñas se extienden en claros que parecen arrebatados a la naturaleza circundante y que van adaptándose al perfil de la propia colina, a los caminos, a conjuntos de rocas graníticas que aquí y allá quitan unos preciosos metros de cultivo…
Ofrece distintos formatos de visita turística en las que en las que se va un poco más allá de conocer el viñedo y la bodega y catar el vino, que por supuesto se hace, pero también hay catas en el propio viñedo o bajo las estrellas – el cielo de la zona es espectacular – e incluso se pueden combinar con una visita al cercano monasterio cisterciense de Pelayos que aunque en principio pueda resultar extraño en realidad tiene todo el sentido: fueron sus monjes los que introdujeron la garnacha en la zona.
En Tierra Calma lo diferencial es una espectacular sala de catas abierta al paisaje a la que se llega después de conocer la bodega y el viñedo. Allí, en un entorno verdaderamente de ensueño se prueban los vinos y se los acompaña de productos – embutidos, jamón, queso, carnes a la brasa– de primera calidad.
Por su parte, las visitas a la cooperativa del Cristo del Humilladero son diferentes, ya que se centran en el propio edificio que está en Cadalso de los Vidrios, aunque también ofrecen rutas a caballo. Y no es de extrañar, nacida como una cooperativa en los años 50 estamos ante una bodega con un especial encanto de otra época, de las que probablemente no quedan muchas.
Enormes depósitos de cemento, testimonio de un momento en el que se hacía muchísimo más vino no allí sino en toda España, llenan prácticamente todo el espacio disponible. Con unos cierres de hierro completamente vintage que contrastan con el amarillo, el rojo, o el gris de las paredes.
Les hemos ofrecido una primera selección, pero hay mucho más: hasta 23 bodegas a menos de una hora de Madrid ofrecen visitas siempre interesantes y, en conjunto, una espectacular oportunidad de acercarse, casi sumergirse, en este mundo del vino.
Ferias del vino
Otra posibilidad para conocer los vinos de Madrid es asistir a alguna de las ferias que se organizan en las zonas con más tradición de la región. Cadalvín, por ejemplo, tiene lugar en el mes de marzo en Cadalso de los Vidrios, un municipio que tiene varias bodegas muy interesantes. Lleva ya una docena de ediciones exitosas y cuenta con la colaboración de la DO Vinos de Madrid.
La Feria del Vino y el Producto Local de Colmenar de Oreja es aún más veterana: la de mayo de 2025 será su vigésimo tercera edición, nada más y nada menos. Incluye venta y cata de vinos, claro, pero también muchas actividades y muchos otros productos: quesos, aceites, cocina popular, incluso actuaciones musicales.
En Villa del Prado, por su parte, el vino comparte protagonismo con los productos del campo en la Feria de la Huerta y el Vino, que se celebra en junio y que incluye la posibilidad de catar los vinos de todas las bodegas, de comprar productos de primera y también concursos, cursos y talleres.
Por último pero no por ello menos importante, en otoño y más cercana a la vendimia se celebran en Cenicientos las Fiestas de la Vendimia, en las que en un ambiente muy festivo incluyen también actos populares, catas, festejos varios y hasta música por las noches.
En resumen, hay un Madrid dedicado en cuerpo y alma a elaborar y disfrutar los mejores vinos, en entornos privilegiados, a veces con la naturaleza como absoluta protagonismo, a veces en la cuevas tradicionales de pueblos con encanto. Y todo, además, muy cerca de la capital, no nos lo pueden poner más fácil.