Beja: un rincón del Alentejo en el que ver ese Portugal que recuerda a la España de hace décadas
El interior del Alentejo es un lugar perfecto para viajar por ese Portugal deliciosamente decadente que nos gusta mucho a los españoles.
Toda Beja está dominada por la impresionante torre del homenaje de su castillo, en pleno centro del casco urbano, sin la elevación habitual de otras fortalezas que tuvo que suplirse dándole a la torre una altura muy por encima de lo normal.
Es recia, pero al mismo tiempo bastante grácil y, desde luego, muy elegante, con su terraza superior y un balcón a bastante altura y, sobre todo, con una piedra gris llamativa y que nos da una curiosa impresión de refinamiento que sólo entendemos después, cuando nos dicen que casi toda la torre está hecha con mármol, que obviamente no se ha pulido, pero que aun así tiene un tacto a la vista –permítanme la expresión– completamente distinto al que suelen tener estas construcciones medievales.
Desde allí arriba se ve la ciudad abigarrada de paredes blancas –aunque antes hemos comprobado que no todas lo son– y tejados de teja rojas, pero también se ve mucho más allá: se domina la llanura circundante y la sucesión de colinas y montañas, las últimas ya en España.
Una decadencia elegante
Como otras localidades que he conocido en un viaje reciente por el Alentejo portugués, Beja es en parte lo que esperaba del interior de Portugal y en parte una sorpresa.
En lo primero incluyo las calles, en las que se alterna las fachadas de cal blanca, desconchada aquí y allá, con otras cubiertas por los conocidos y encantadores azulejos típicos del país. Algunas lucen perfectas, como si las hubiesen pintado o alicatado ayer, otras muestran un cierto decaimiento con el que yo siempre he identificado a Portugal, un país que sabe mantener una decadencia deliciosa que nunca es catastrófica pero casi siempre está ahí, como esos edificios modernos de metal cuyo proceso de oxidación controlada les da un toque especial.
A ese pequeño descuido en tantas cosas hay que unir en ciudades como Beja un ritmo de vida y hasta una estética que muchas veces nos recuerda a cómo era España dos o tres décadas atrás, así que viajar por allí tiene para algunas generaciones de españoles algo de retorno a la juventud o la infancia que, por supuesto, es irresistible.
Intensa vida cultural
La parte de la sorpresa viene porque a esa cosa nostálgica y saudadesca muchas localidades de Portugal le unen hoy en día otros atractivos, y en especial una vida cultural llamativamente intensa, especialmente si la comparamos con lo que sería una ciudad española de similar tamaño que no sólo se nota en una serie de museos muy interesantes, sino que se ve en esculturas callejeras o incluso murales o muestras de street art que uno va encontrándose por la calle.
Además, hay varios museos que realmente valen la pena, algunos relacionados con la historia de la ciudad, como el de la Rua do Sembrano, un imponente edificio con suelo de cristal que nos permite ver los restos de parte de la ciudad romana y que también tiene una pequeña pero muy interesante colección de objetos arqueológicos. O el Museo Visigótico, en una iglesia que conserva restos del siglo VI – se dice que es uno de los edificios en pie más antiguos de todo Portugal – y con algunas muestras de arte y objetos de ese periodo, del que tan poco queda en la península.
Otros, están relacionados con una historia mucho más reciente: como el dedicado a Jorge Vieira, un afamado escultor portugués que tuvo una relación muy intensa con Beja y cuyas obras son llamativas y peculiares. Durante mi visita, por ejemplo, había una exposición sobre figuras de toros que realmente me pareció muy notable.
Hay más cosas que no puedo reseñar en detalle: algunos edificios y detalles arquitectónicos preciosos como una ventana de estilo manueliño, el espléndido antiguo convento que hoy en día es la Pousada o la Catedral con sus curiosos azulejos; e incluso otras que no pude ver en mi viaje, siempre demasiado rápido, como el Museo Regional las ruinas de una villa romana en los alrededores… pero incluso sin todo eso, esta pequeña ciudad no muy lejos de España es un acierto seguro en su viaje por el interior de Portugal, de ese Portugal que sabe ser decadente sin perder la elegancia y que tiene la habilidad de ayudarnos a viajar a un tiempo en el que éramos más jóvenes y probablemente no sabíamos apreciar lo que teníamos.