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El Lago de Como o lo que tienen en común Clooney, Versace, Madonna, Liszt o Stendhal

Como ya expliqué por aquí hace algún tiempo, el Lago de Como es uno de esos lugares en los que la belleza de la naturaleza y de las obras de los hombres no sólo son excepcionales, sino que además tienen una forma especialmente amable, hospitalaria si me apuran: no nos costaría nada quedarnos allí dejando la vuelta para, digamos, dentro de unas décadas.

De hecho, es algo que viene sucediendo desde hace milenios: la costumbre empezó con los romanos y siglos después ya eran los millonarios de media Europa los que elegían las empinadas riberas del lago como sitio para establecer residencias de verano, en villas que hoy son auténticos museos.

Y, más aún, es algo que sigue ocurriendo pero ya no solo en Europa: actores, millonarios, aristócratas o futbolistas de todo el mundo han tenido o tienen casas en la zona, o visitan con cierta frecuencia alguno de sus paradisíacos hoteles de lujo como el Villa d’Este, un habitual de los primeros puestos de la clasificación de los mejores del mundo.

Hotel Villa d'Este

¿Quieren ejemplos? De entre los de antes podemos citar –además de a media aristocracia europea- a personajes como Liszt, Mary Shelley o Stendhal, que decía de Bellagio que era "la más hermosa vista del mundo después de la Bahía de Nápoles".

Entre los modernos están George Clooney, Madonna, el diseñador Versace, Ronaldinho o Shakira, que estuvo por allí viviendo su recién estrenado amor con Piqué. Como ven, un ramillete de gente que no tendría mayor problema para elegir cualquier otro lugar del mundo como su punto de descanso y recreo... pero que se acercan a este lago italiano ya junto a Suiza.

¿Por qué el Lago Como?

Supongo que una de las razones del éxito del Lago como destino turístico es su proximidad con Milán: en aproximadamente una hora de coche llegamos desde el aeropuerto de Malpensa a la ciudad de Como, capital y puerta de entrada de la zona. Eso, obviamente, lo deja al alcance de casi cualquier urbe europea.

La ciudad, por cierto, está situada al sur del lago, que tiene una curiosa forma de Y invertida, con dos ramales hacia el final de los cuales están la propia Como y, en el otro, Lecco. Es una ciudad interesante, no espectacular, pero muy italiana y agradable, con tiendas de lujo y mercados callejeros, algunas iglesias interesantes y un centro histórico de calles bonitas y llenas de peatones.

La ciudad de Como, vista desde Brunate

De Como parte un funicular que sube hasta Brunate, un pequeño pueblo con cierto encanto un tanto viejo y casi abandonado. Desde allí, un empinadísimo camino serpentea entre preciosas casas y bellísimos bosques subiendo hasta el Faro Volta, un curioso monumento y homenaje al genio inventor de la pila –nacido en Como- y desde el que se tienen unas vistas impresionantes.

Visto el faro y las otras atracciones de cómo, lo mejor es alquilar un coche, a ser posible un descapotable, y conducir despacio por las carreteras que, atrapadas entre el escaso espacio entre el agua y la ladera, van siguiendo la costa en dirección norte. Cernobbio, Laglio, Carate, Tremmezzo, Menaggio y otros pueblos irán saliendo a nuestro paso, todos preciosos, todos con un aire familiar y cada uno también con su propia personalidad.

Laglio, el pueblo al que ha hecho famoso George Clooney

Mientras tanto, el lago también irá mostrándonos su paisaje, abriéndose cada kilómetro que recorramos con un matiz distinto, pero ofreciéndonos en todos y cada uno de ellos una belleza que, de verdad, es difícil de igualar: el agua tranquila de colores azules o verdes, intensísimos; las laderas boscosas; los pueblos de paredes ocres o anaranjadas con pinceladas pastel aquí y allá; la nieve en las montañas más altas al fondo...

También pueden, por supuesto, recorrerlo en barco, en los muchos turísticos o en los pequeños ferrys que van de una orilla a otra llevando a una mitad de viajeros foráneos y otra de lugareños que van a trabajar, a comprar o a visitar a un amigo. Sus amplios ventanales o sus cubiertas abiertas serán el lugar desde el que disfrutar el pausado pasar de la costa, con los pequeños pueblos y las grandes villas aristocráticas, con los hoteles lujosos, los jardines y, un poco más arriba de la ladera, los campanarios de iglesias modestas de no muchos feligreses porque, ¿quién va a seguir yendo a misa si ya vive en el paraíso?

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