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Montañas, lagos, quesos, pueblos, relojes y más maravillas de la Gran Ruta Suiza

Un par de vacas posando como auténtincas 'influencers' en medio del bellísimo paisaje.
La espectacular Gran Ruta Suiza

Pocos países –yo les confieso que no conozco ninguno– con un paisaje tan espectacular y por momentos abrumador como Suiza. Y eso a pesar de no tener mar y de que su tamaño es más bien modesto: algo menos de la mitad de la superficie de Andalucía, para que se hagan ustedes una idea. Pero en ese espacio modesto caben montañas grandiosas con sus respectivos valles espectaculares, pueblos de ensueño, ciudades tranquilas y hermosas, lagos inolvidables…

Hasta ahora había tenido la suerte de conocer parte de ese fantástico país viajando sobre todo en tren, pero el pasado junio pude disfrutarlo de otra forma: en mi propio coche –obviamente de alquiler– y, además, recorriendo parte de la Gran Ruta Suiza.

Supongo que ahora se estarán preguntando ustedes qué es la Gran Ruta Suiza y, desde luego merecen una explicación aunque yo no sea alcalde suyo: se trata de un recorrido circular con una longitud de más de 1.500 kilómetros y que da una vuelta completa a todo el país. El trayecto se ha trazado a través de carreteras secundarias, más lentas pero que profundizan más en el paisaje, permiten disfrutarlo de una forma más intensa y que, en no pocos casos, son un espectáculo en sí mismas.

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Mapa de la Gran Ruta Suiza

La Gran Ruta Suiza va uniendo las principales ciudades del país –Basilea, Zúrich, Lausana, Ginebra, Berna…– y muchos de sus puntos más turísticos, pero también explora zonas menos conocidas, pequeños pueblos que habitualmente están fuera del recorrido de los viajeros foráneos. Por supuesto, se puede ir haciendo por etapas o hacer sólo algunas, que es lo que he hecho yo en mi último viaje a Suiza, aunque les aseguro que me he quedado con ganas de mucho más.

De Basilea a Neuchâtel

El primer tramo que cubrí fue entre dos bellísimas ciudades –Basilea y Neûchatel– de las que les hablaré más detalladamente otro día. La Gran Ruta Suiza resulta en ocasiones un poco difícil de seguir, sobre todo en la salida de las urbes. A partir de ahí ya no es tan complicado ir encontrando y obedeciendo los carteles de fondo rojo que en la mayor parte de los desvíos y los cruces nos señalan el camino correcto. Es mejor no correr, ir con pausa y sin un horario que nos exija acelerar, al fin y al cabo así también se disfruta más del paisaje.

No mucho después de dejar la ruta principal la carretera se va complicando, un desvío nos ha alejado de rutas más importantes y nos lleva a través de unas colinas en las que Suiza y la idea que todos tenemos de Suiza van presentándose a nuestro alrededor: un verde intenso de granjas, bosques y paisajes amables se va sucediendo más allá de las ventanillas y hasta las vacas se asoman a la carretera como posando para un anuncio de chocolate suizo.

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Paisaje suizo. | C.Jordá

Fue este uno de los tramos en los que la propia carretera me pareció más bella: hermosas curvas que se deslizaban colina abajo para adentrarse después en bosques en los que sentía ese efecto túnel de atravesar una vegetación frondosa, exuberante de puro verde y húmeda.

La primera parada la hice en Saint-Ursanne, un bellísimo pueblo medieval que está a orilla del río Doubs. Un puente medieval con un santo de beatífico rostro a mitad de trayecto completa una imagen de lujo a pesar de la lluvia, que no dejaba de caer mansa y callada, como sin querer molestar.

Un café tranquilo aprovechando la wi-fi de una cafetería, un par de fotos para las que había que esperar que pasase alguien –y no pasaba mucha gente en la tranquila mañana de Saint-Ursanne– y volví a una gran ruta que siguió atravesando bosques y valles sencillos, hermosos, suizos a más no poder, hasta llegar a mi siguiente parada: La Chaux-de-Fonds.

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Despertadores en el Museo Internacional de la Relojería | C.Jordá

Es una ciudad mediana, ordenada y con un acento francés muy evidente. En sus restaurantes se sirve carne de caballo como parte del menú diario y en su pasado y su presente destacan la historia como parte fundamental de la historia relojera de Suiza –de hecho, la ciudad creció adaptándose a las necesidades industriales– y ser lugar de nacimiento de Le Corbusier, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX. De lo primero da fe un interesante y curioso Museo Internacional de la Relojería que es visita obligada; de lo segundo algunas obras de juventud que se pueden visitar en los alrededores.

De Berna a Lucerna

El segundo tramo de la Gran Ruta Suiza que seguí me llevó desde las afueras de Berna hasta Lucerna. Las idas y venidas de las carreteras secundarias seguían atravesando un paisaje hermosísimo y me llevaron a una quesería en la que se fabrica a la vista del público el famoso Emmental. Una pequeña aldea es al mismo tiempo museo, tienda, restaurante y fábrica, todo con grupos de visitas que entran y salen mientras los maestros queseros van a lo suyo en una danza incomprensible para el neófito pero aun así fascinante.

Lo mejor es una vieja casa mantenida como en el siglo XVIII en la que el queso se prepara a la manera antigua: en un enorme caldero de hierro que se calienta sobre el fuego de una gigantesca chimenea y al que el maestro quesero va dando vueltas con una variada gama de instrumentos extraños de los que nadie podría imaginar su verdadero uso.

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Haciendo queso a la manera tradicional | C.Jordá

Más carreteras, más pueblos, más paisajes y lagos de un azul que centelleaba al sol me llevaron hasta otra parada recomendable: el castillo Hallwyll, en el que una familia de la nobleza suiza vivió durante ocho siglos. La visita es interesante aunque aún lo es más el parque a su alrededor y el pequeño río que rodea la fortaleza medieval y en el que aguas arriba grupos de indígenas se aventuraban a un refrescante baño.

De Lucerna a Zúrich

Mi última etapa me llevo con algo de prisa desde Lucerna hasta Zúrich, por carreteras que acariciaban las orillas de los lagos. Es difícil de explicar la maravilla que es conducir junto a esas grandes superficies de agua; la luz y la paz que le dan al paisaje y cómo uno acaba por desear que los kilómetros se alarguen para poder seguir disfrutando de esa perspectiva amplia y del azul que aquí y allá se tachona con barcos de vela o, en los más grandes, aquellos que llevan a indígenas y turistas de uno a otro pueblo de la orilla.

Como les decía, en esta última etapa no andaba sobrado de tiempo, así que sólo pude hacer una parada en Rapperswil-Jona, otra pequeña ciudad de carácter medieval cerca del extremo sur del Lago de Zúrich, allí donde la gran masa de agua se puede atravesar por un puente.

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Rapperswil-Jona, junto al lago de Zúrich | C.Jordá

Asomado a un pequeño puerto en el que sus casas color crema se reflejaban tímidamente, es otro ejemplo perfecto de las pequeñas maravillas que Suiza esconde un poco más allá de los recorridos más turísticos o, mejor dicho, más habituales. Preciosidades que la Gran Ruta Suiza va descubriéndonos con su ritmo tranquilo, entre curvas y lagos, en un viaje que les permitirá, si tienen alguna vez la oportunidad de hacerlo, conocer a fondo uno de los países más bonitos del mundo.

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