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Por qué el turismo no sólo nos hace más ricos sino también mejores

En el Día Mundial del Turismo celebramos todo lo positivo que nos trae la actividad turística.

Pasado el verano y sumergidos en el desastre catalán, parece que hemos olvidado ya los despropósitos que vivimos hace no tanto alrededor del turismo. Pero resulta que hoy, 27 de septiembre, es el Día Mundial del Turismo y aunque muchos de ustedes ya sabrán que no creo mucho en esto de los días mundiales sí quiero, por una vez, reivindicar una de las actividades que ha hecho que el mundo cambie y que cambie a mejor.

Porque el turismo puede tener, como toda actividad humana, algunos efectos negativos, pero en conjunto el saldo es tan extraordinariamente positivo que merece, como pocas cosas, que lo celebremos y lo protejamos.

Más riqueza y mejor repartida

En primer lugar están los más evidentes: los beneficios económicos. El turismo es una actividad con una gran capacidad de creación de riqueza y, sobre todo, que logra hacerlo de formas especialmente positivas: en lugares apartados sin grandes infraestructuras, para trabajadores con todos los niveles de cualificación –desde el camarero al director de hotel, por ejemplo-, generando a su alrededor un serie importante de empresas o servicios que también se aprovechan de la llegada del turista.

El turismo además convierte en recursos económicos lo que hasta entonces eran sólo fuentes de gastos, como el patrimonio histórico -que no es precisamente barato mantener-, o permite la conservación de los espacios naturales sin condenar a sus habitantes a la pobreza.

Y por si esto fuera poco el turismo permite también el crecimiento de economías atrasadas o con tejidos productivos muy débiles y en no pocos casos es la punta de lanza de la modernización y una de las formas más eficaces de acumular capital y transferirlo de los países ricos a los pobres.

Más allá de la economía

Pero la modernización del turismo va mucho más allá de la economía: los turistas son en multitud de ocasiones la ventana por la que una sociedad se abre al mundo y a la modernidad. A este respecto no tenemos más que observar lo que el turismo ha hecho por España y calibrar en qué medida si nuestro país es hoy más moderno, más libre y mejor que en 1960 ese cambio se lo debemos, entre otras cosas, a aquellos primeros turistas foráneos que llenaron nuestras playas.

Pero los beneficios del turismo no se limitan sólo a la sociedad de una forma genérica, sino que nos alcanzan a todos como individuos: como indígenas de un país o un lugar al que llegan los turistas porque conocemos a personas de diferentes lugares del mundo, descubrimos lo que les interesa de nosotros mismos, nos asomamos a otras formas de pensar.

También, por supuesto, como viajeros, porque nos permite el disfrute en primera persona de las más hermosas obras del ingenio humano y de los más impactantes paisajes modelados por la naturaleza; nos permite bucear en nuestra propia historia y en la de aquellos con los que hemos comerciado o guerreado, en la de los que conquistamos y en la de los que nos conquistaron; nos permite conocer las culturas y sociedades más cercanas y afines a la nuestra, pero también aquellas lejanas que son el polo opuesto.

Y en todos esos lugares encontrarnos personas como nosotros: buenos, malos, mejores o peores pero esencialmente iguales y con preocupaciones similares a las nuestras como la familia, el trabajo, el bienestar, la seguridad… Porque no hay mejor herramienta contra la xenofobia o la enfermedad nacionalista que descubrir en primera persona que el mundo está lleno de nuestros semejantes.

Por último, el turismo nos permite a muchos, prácticamente a todos en occidente desde que las low cost y otras cosas han democratizado lo que antes era un lujo, disfrutar de la belleza que el mundo nos ofrece en miles y miles de sus rincones, desde las maravillas naturales de África a los rascacielos de Nueva York o las catedrales góticas europeas. Y si de algo estoy seguro es que conocer esa belleza y aprender a apreciarla también nos hace mejores.

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