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Tres secretos escogidos en el corazón de Castilla-La Mancha... y a tiro de piedra de Madrid

Un ruta muy cómoda cerca de la capital nos permitirá conocer un par de lugares sorprendentes y disfrutar del enoturismo y la gastronomía.

Un ruta muy cómoda cerca de la capital nos permitirá conocer un par de lugares sorprendentes y disfrutar del enoturismo y la gastronomía.
La Mancha desconocida

Con millones de habitantes deseando escaparse de la gran urbe a la menor oportunidad, resulta casi milagroso que a unos pocos kilómetros de Madrid queden cosas atractivas casi por descubrir, minoritarias, poco menos que desconocidas. Pero España tiene un patrimonio turístico tan enorme que así es: aún es posible sorprenderse a más o menos una hora en coche de la capital.

Y eso es lo que les voy a proponer en esta ocasión: una ruta en la que mezclar historia, paisaje, arqueología, gastronomía, vino y relax, miren ustedes qué cantidad de cosas, partiendo de Madrid y adentrándonos en Castilla-La Mancha siguiendo la A3, la carretera por la que los madrileños huimos hacia las playas de Levante, probablemente sin prestar la debida atención al aparentemente monótono paisaje manchego y a los secretos que esconde.

Uno de ellos es, por ejemplo, la Finca la Estacada, un complejo enoturístico en el que podemos asentar nuestro campamento base y disfrutar de varias cosas. En primer lugar de la tranquilidad del lugar, a poco más de 80 kilómetros de la capital pero que parece estar a cientos y de su pequeño pero bien equipado y relajante spa con vistas; en segundo de un paisaje de bonitos viñedos por los que pasear y de las visitas, catas y experiencias alrededor del vino; y por último de una muy buena cocina con una relación calidad precio que sólo se puede calificar de excelente.

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Una de las delicias que se pueden comer en la Finca la Estacada | C.Jordá

La Mancha romana

Desde la Finca la Estacada no nos llevará más de 20 minutos llegar al Parque Arqueológico de Segóbriga, del que ya les hablé por aquí hace muchísimo tiempo pero sobre el que vale la pena insistir: Segóbriga era una de las ciudades romanas más importantes del centro de la península y hoy sigue siendo un lugar que vale la pena visitar.

Aunque poco conocido, el yacimiento tiene prácticamente todo lo que podemos esperar de una ciudad romana: un imponente anfiteatro, restos de termas, calles, casas, templos, muralla y hasta de un teatro precioso del que por desgracia no se conserva el frente escénico, pero que gracias a eso se abre al precioso paisaje manchego, lo que tampoco es un mal telón de fondo.

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El teatro romano de Segóbriga | C.Jordá

Precisamente esa integración en el paisaje es una de las cosas que me gusta mucho de Segóbriga: abandonada con la invasión musulmana, la ciudad permaneció olvidada durante siglos y hoy sus restos se encuentran un poco en mitad de ninguna parte, rodeados sólo por la naturaleza y relacionándose con ella de una forma que es imposible allí donde los restos arqueológicos se encuentran rodeados del frenesí de una ciudad moderna.

Eso da a la visita al yacimiento un encanto especial y tranquilo, como todo lo que vamos a hacer en nuestro viaje. También nos regala lo que yo definiría como es una capacidad mucho mayor de viajar no sólo físicamente, sino también con la imaginación, y no les voy a decir que volar a la Segóbriga pujante de hace diecinueve siglos, pero sí de sentirnos un poco más cerca de ella, algo más conectados con aquel pasado del que los enormes restos que nos rodean nos darán una impresión realmente vívida.

Uclés tiene un monasterio

Muy cerca de Segóbriga y a sólo unos minutos de la A3 está un pequeño pueblo cuyo nombre es Uclés. De casas blancas y modestas, refugiado del calor manchego en un minúsculo valle más arbolado, entre varios pequeños cerros en uno de los cuales está la imponente mole del monasterio que fue la sede central de la Orden de Santiago.

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El Monasterio de Uclés, visto desde la distancia | C.Jordá

Nuestro viaje no puede ser más simbólico y acorde con la historia, ya que parte de las piedras usadas en la construcción del enorme edificio se trajeron de una cantera en el cerro Cabeza de Griego, que es precisamente donde está la antigua ciudad romana. Y también tiene otro toque gastronómico, ya que aprovechamos para hacer parada y fonda en el sorprendente restaurante Casa Palacio, con su carta de platos tradicionales pero de elaboración muy refinada que la hacen una de las mejores cocinas en muchos kilómetros a la redonda, además de un lugar preciosa y una gente que hace de la amabilidad y la cercanía casi un arte.

Con la panza llena y tras una experiencia deliciosa también para los otros sentidos nos encaminamos al Monasterio de Uclés, cuyo estratégico emplazamiento fue ya el lugar de una fortificación musulmana de la que aún quedan torres y murallas. El edificio que actualmente se ve es el resultado de un proceso de construcción que se inicia en el siglo XVI y termina en el XVIII. Y por desgracia es también resultado del saqueo y la destrucción que sufrió en 1936.

Restaurado tras la Guerra Civil, aunque su interior está prácticamente desprovisto de muebles y de lo que debió de ser una esplendorosa decoración, el monasterio sigue siendo impresionante, especialmente algunos lugares concretos como el refectorio con su espectacular artesonado, el bellísimo patio o la espectacular iglesia en estilo herreriano.

En conjunto, y aún a pesar de lo cruel que el tiempo ha sido con él, es una auténtica maravilla. Con esa impresión nos marchamos de allí, echándole una última mirada desde la carretera y viéndolo en lo alto del cerro, desde donde pese a todo nos sigue transmitiendo una increíble sensación de fortaleza, de poder y de riqueza, aunque ya hace mucho que no es nada más, y nada menos, que una visita imprescindible para todo aquel que pase por este rincón de la provincia de Cuenca.

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