
Un castillo impresionante, unas viejas fotografías y el monumento más antiguo de Europa

En una de las dos colinas que contienen Montemor-o-Novo está su espectacular castillo, en la otra, justo enfrente, la mucho más modesta ermita de Nossa Senhora da Visitaçao. Es un contraste que me parece que resume muy bien esta zona del interior del Alentejo, que es al mismo tiempo monumental y humilde, medieval y como de ir por casa, si me permiten la expresión.
Sin embargo, dentro de esa modestia, y esta es seguramente la otra gran virtud alentejana, en cualquier momento puede saltar una sorpresa que nos impresione y nos conmueva. Por ejemplo, en el interior la ermita, coqueta, bonita pero tampoco tan especial, una habitación la convierte en algo inolvidable: sólo son unos pocos metros cuadrados pero miles y miles de fotografías abarrotan sus paredes y van enseñoreándose de más y más espacio, repletos ya los cuatro tabiques se van expandiendo incluso por el suelo como una invasión silenciosa, tan lenta como implacable.

Son los exvotos que los habitantes de Montemor-o-Novo han ido dejando a la virgen para proteger a sus hijos, hermanos, maridos o mujeres, una tradición que según me cuentan empezó con la Guerra de Angola, cuando algunas madres quisieron estar seguras de que así la Virgen sería capaz de reconocer a sus hijos y protegerlos de las balas enemigas. Y debió de hacerlo con tanto éxito como para que esa forma de pedir el favor de la Madre de Dios se generalizase, creando lo que ahora es un pequeño pero impactante tesoro de imágenes de varias épocas, una crónica apasionante de las caras, las modas y los modos de la zona.
Alucinado –los guías que nos acompañan no me habían dicho nada antes e incluso dudo de que sean conscientes de la impresión que la cosa puede llegar a causar– sentí el impulso de pasar allí el resto del día, mirando una a una todas las imágenes, fijándome en cada rostro, estudiando cada composición y tratando de adivinar por el estilo de la imagen o la ropa de qué año era cada foto.
Pero no puede ser: el viaje debe seguir y aún tenemos que visitar una parte de la pequeña ciudad, que se diría que se ha ido extendiendo entre la ermita y el castillo con el propósito consciente de colmar ese espacio.
No es sólo un castillo

Lo cierto es que estoy hablándoles del castillo, que hasta donde yo sé es el nombre que usan también los locales para referirse a la fenomenal fortaleza que vigila la ciudad desde lo alto, y en realidad es más que eso: esa vieja muralla contenía en tiempos todo el pueblo de Montemor, una pequeña pero importante ciudad amurallada desde la que se dominaba una gran porción del terreno circundante.
Hoy, quedan sobre todo una muralla que todavía es impresionante, algunas ruinas, dos viejos conventos que parece ser que van a rehabilitarse y los restos de un castillo que tuvo un papel singular en la historia y no sólo en la de Portugal, sino en la de todo el mundo: allí se decidió el viaje de Vasco de Gama en el que se circunnavegó África y se llevó a Europa a una frontera mucho más lejana.
A los pies de la extensa fortaleza se levanta un casco viejo que en realidad es nuevo, más o menos, pues se creó cuando la gente decidió abandonar las incomodidades de la ciudad amurallada. Es una zona de calles empinadas y casas decoradas con azulejos que responde a la elegante decadencia que tanto nos gusta –al menos a mí– de Portugal: que las cosas viejas parezcan viejas y no esté todo completamente restaurado como si se hubiese hecho ayer, pero que al mismo tiempo todo se mantenga en pie, aunque parezca que por pura suerte.
Una decadencia controlada y bella, vamos, que además es pura fotogenia y que supongo que acabará perdiéndose en todo el país, pero que todavía se puede disfrutar en estos rincones del Alentejo.
Sí, el monumento más antiguo de Europa
A una media hora de Montemor-o-Novo –y muy cerca de Évora, por cierto– está un lugar singular que presume de ser, nada más y nada menos que el monumento más antiguo de Europa. Les parecerá una exageración, pero tiene toda la pinta de no serlo: 8.000 años tienen las partes más antiguas del Crómlech Les Almendres, que para que ustedes se hagan una idea son 3.000 más que Stonehenge.

Dicho sea lo anterior y apuntado el dato, lo cierto es que tampoco estoy seguro de que la edad del centenar de menhires que forman el crómlech sea lo esencial a la hora de disfrutar del lugar. Personalmente me impresionaba saberlo y creo que el dato es parte de la experiencia, pero el lugar tenía una cierta magia, por darle un nombre, que no dependía de mil años arriba o abajo.
Tuvimos la suerte, además, de llegar allí en un atardecer precioso, con el sol poniéndose despacio entre el espectacular bosque de alcornoques que rodea el monumento megalítico. Fue, sin duda, uno de esos momentos gloriosos de los viajes que se recuerdan mucho tiempo después.
Quizá si ustedes visitan el Crómlech Les Almendres no sientan esa emoción o no tengan la suerte de hacerlo durante una puesta de sol así, claro, pero en ese caso siempre les quedará haber estado en el monumento más antiguo de Europa que, oigan, tampoco es moco de pavo.