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Volcanes, villas medievales, gastronomía o viajes en globo: La Garrocha, un rincón único de España

Una vista de uno de los volcanes más conocidos de La Garrocha, el Croscat.
Volcanes y gastronomía: lo mejor de La Garrocha

Más acostumbrado a las erupciones jóvenes de las Canarias y sus campos de lava descarnada, a uno le cuesta ver el paisaje de La Garrocha como volcánico, pero la realidad es que sí lo es: esas colinas cubiertas de bosques son viejos volcanes de un sistema que lleva dormido unos 11.000 años, pero que podría despertar en cualquier momento.

Es desde el aire desde donde mejor se aprecian los conos perfectos de muchos de los 40 volcanes de La Garrocha y quizá por eso, o al menos en parte por eso, popularizado mucho los viajes en globo en la zona, que son desde luego una manera muy especial de conocerla.

Tuve la suerte de hacer uno de estos vuelos en un viaje con unos compañeros periodistas y, realmente, fue una de esas experiencias viajeras que es imposible olvidar. El recorrido empezó en las cercanías de Santa Pau –uno de los preciosos pueblos medievales de la zona– con las primeras luces del día.

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Inflado de los globos | C.Jordá

Pero el espectáculo empieza un poco antes, con el propio inflado de los globos, que algunos ya salimos a contemplar y fotografiar, agradeciendo el calor de las enormes llamaradas que dejaban escapar los grandes quemadores de gas. No obstante, como es obvio lo mejor llegó al empezar a elevarse: una sensación de ingravidez muy peculiar y, por supuesto, el paisaje abriéndose ante nosotros como un gran libro.

Nuestro globo fue el primero en elevarse, así que podía incluir al segundo en las fotos que disparaba compulsivamente. La mañana era fresca, el sol todavía se escondía tras unas lejanas nubes y el viento no hizo acto de presencia hasta los 2.500 metros de altura, donde por fin lo encontramos muy tranquilo, pausado y bastante frío.

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Un momento del vuelo | C.Jordá

Desplazándonos con la lenta cadencia de un aire que era más brisa, llegó el momento en el que nuestro amable piloto nos ofreció un poco de comer y unas copas de cava. El gesto se agradeció, pero la verdad es que no hacía falta: el espectáculo del paisaje y de la navegación pausada e ingrávida era más que suficiente.

Desde lo alto vimos los volcanes, los bosques, las carreteras, los pueblos y las montañas del primer Pirineo que estaban a nuestra altura. Todo cobraba una belleza especial, todo parecía moverse despacio, al mismo ritmo plácido en el que nosotros nos movíamos.

Poco a poco el viento nos llevó más allá del espléndido lago de Bañolas mientras empezábamos a bajar, en un paisaje ya ligeramente distinto, justo fuera de los límites de La Garrocha. Tuvimos la suerte, además, de prolongar el vuelo un poco más de lo previsto a la búsqueda de un sitio adecuado en el que aterrizar y, finalmente, el globo tocó tierra con pericia en un campo bastante embarrado.

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El lago de Bañolas | C.Jordá

El coche de apoyo que nos seguía llegó rápido y las maniobras para recoger el propio globo se ejecutaron con celeridad para emprender el camino de vuelta: casi dos horas en el aire nos habían supuesto unos 40 minutos en coche hasta volver a la base donde nuestro madrugón se vio recompensado con un opíparo brunch a base, entre otras cosas, de botifarras locales y unas deliciosas judías blancas pequeñas de por allí.

Una gastronomía especial

Precisamente la comida es otro de los atractivos de una zona que presume de una gastronomía cuidada, muy basada en los productos que pueden encontrarse en un radio bastante reducido de kilómetros.

No estaba nuestro viaje centrado en lo gastronómico y La Garrocha fue sólo una de las etapas, pero aun así creo que pudimos hacernos una idea bastante ajustada de cómo los restaurantes de la zona han crecido desde negocios familiares hasta locales elegantes que van presentado una cocina más elaborada y compleja, sin dejar de ser en buena parte muy tradicional y también muy local, tanto por los productos como por las recetas.

Un buen ejemplo de ello es el Hostal del Ossos, un restaurante situado a las afueras de Olot que lleva desde mediados del siglo XIX ofreciendo una cocina que ellos mismos denominan "volcánica" y que es muy local y muy de temporada. Buen ejemplo de ello era una exquisita costilla de cerdo con setas y como muestra de esa forma de innovar sobre lo tradicional recuerdo una sorprendente, y excelente, mezcla de un bizcocho llamado Tortell de Olot con longaniza de la zona y chocolate.

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Tortell de Olot, longaniza y chocolate | C.Jordá

Aún mejor me pareció una cena francamente memorable en Cal Sastre, un encantador restaurante y hotel en el precioso pueblo medieval de Santa Pau. Probamos allí, entre otras cosas, unas impresionantes judías de Santa Pau, la variedad de la que les hablaba antes y que sólo se cría allí, verdaderamente deliciosa. Además, para el fresco prepirenaico resultó perfecta una sopa de calabaza con frutos secos y el rape con patatas y gamba habría sido de chuparse los dedos en el prepirineo o a mitad del Sáhara. Para terminar, otro ejemplo de esos platos tradicionales elevados a un nuevo nivel: el muy típico canelón, pero relleno de butifarra, setas y con salsa de trufa. Simplemente espectacular.

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Rape con patatas y gamba | C.Jordá

Suele ocurrir que un paisaje singular da lugar a una gastronomía especial. Es sin duda el caso de La Garrocha, sus volcanes y sus pequeños pueblos medievales, que parecen dejados de la mano de Dios, pero en los que pueden encontrarte un restaurante de primera junto a la plaza medieval o la torre románica. En definitiva, una de esas regiones españolas que es imposible conocer sin maravillarse y disfrutar.

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