Los amores de adolescencia pasaron, y llegó esa edad fantástica, los veintitantos, los cuales, la mitad yo me los pasé en un internado estadounidense...
Allí me enteré de tu boda, si de tu boda, pero claro cuando yo tenía 20, tu tenías 30... Lo normal, a los 30, casarte, formar una familia y tener hijos... La verdad que no fue uno de mis días más felices, pero decidí pasar página. Mientras tanto, relaciones fallidas, romances de unas semanas, amores imposibles, amores no correspondidos gracias a Dios (esto lo he pensado después, claro...), y de repente, apareces tú.
Divorciado de tu mujer, y a mí se me ilumina la cara con la mejor de las sonrisas... Muero por decirte que te quiero, que estoy hasta las trancas por ti, y que deseo hacerte el hombre más feliz del mundo. Que me quedo con tus achaques, con tus problemas y con tus debilidades de cincuentón. Que te voy a cuidar y a disfrutar como nadie lo ha hecho hasta ahora...Como dice la canción de Gloria Stefan, "con los años que me quedan los voy a dedicar a ti, a hacerte tan feliz..."
Pero la vergüenza me invade, no, no puedo, y entonces me armo de valor, y dejo pasar el tiempo, y sobre todo esa estúpida idea de decirte todo lo que siento... y me refugio en mi cobardía, en mi parte racional, de "a dónde voy yo", "total no sirve para nada", "el vive lejos de aquí."
¡Excusas, excusas! Pensamientos que me alejan de ti. Si al menos viera algún gesto por tu parte, pero no, no veo nada. Tan solo cariño, el que siempre me has profesado. Mientras tanto los días pasan, e intento evadirme de la realidad soñando que otro "Mister X" aparezca en mi vida, y sólo entonces lograré olvidarte... un poco, eso sí, porque siempre te llevaré en mi corazón.
Constanza