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Carta de amor

Aquella Navidad

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, me iría con los míos a aquella Navidad.

Carta de amor: "Aquella Navidad"

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Mis abuelos habrían salido de la tienda a las tantas, así que nuestra Nochebuena habría empezado tarde, casi tanto, como la Misa del Gallo que siempre acabábamos por perdernos.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos les enseñaría a los niños el pesebre de figuritas de plástico, con el Rey que se sentaba de lado y el camello que tenía una rebabita de plástico en la pata y siempre acababa por volcar. Y el río de papel de aluminio y la nieve de harina con que mi madre espolvoreaba mi imaginación infantil.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, yo volvería a hacer cien viajes a buscar aquel cacharro misterioso al que mi abuela nunca atinaba a poner el nombre ni el lugar ("ve allí y trae aquéllo" decía como toda pista). Y nos sentaríamos alrededor de la mesa decorada con las mismas hojas secas, las mismas bolas, el espumillón de siempre, la seguridad del disco rayado de Villancicos y su chocolatero rin-rin.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, pondría a cada uno de mis hijos sobre las rodillas de sus bisabuelos. Mis cuatro abuelos se sentaban aquel día en la misma mesa, así que no cabía un centímetro cuadrado más de felicidad en mi corazón. Mi abuelo relojero le enseñaría al pequeño Bufón su calculadora sin pilas que yo nunca llegué a entender, y el otro yayo le contaría a los ojos abiertos de Marlin cómo había sido la Batalla del Ebro, o la alineación del Sabadell del año 54.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, mis padres ayudarían a los niños con las dichosas arañas de mar, que esconden lo rico por dentro, y besarían sus dedos pringados de langostinos, y les contarían cómo era su Navidad sin bicicletas, y huirían a carcajadas de la amenaza de "¡Que vuelva Herodes y se los lleve a todos!" cuando le acariciaran la calva. Yo seguiría sentada "dejando correr el aire" entre mis tíos, como siempre. Y mis hermanos y yo, volveríamos a ser libres por una noche, sin trabajos ni hipotecas, y él y yo volveríamos a vivir nuestra primera Nochebuena de novios, con todo el amor por estrenar. 

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, entre los cardos y el ternasco nos habríamos dado cuenta de que había nacido ya el Niño, y brindaríamos por él. Y la abuela volvería a amenazar a su yerno con pintar el techo si descorchaba el champagne a lo bestia. "Si ya tenía razón mi madre -diría- Yerno yerno, sol de invierno". Y beberíamos en las copas Pompadour que tanto gustaban a la abuela. Y cantaríamos "Campana sobre campana", mientras alguien empezaría a cambiar platos cargados de premios para el viejo perro dogo, por bandejas de turrones.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos, habría ponche, y abriríamos los regalos fingiendo que no conocíamos la letra de mamá, y serían muñecas con olor a nuevo atadas a sus cajas, y Barriguitas, y un juego de mesa, y el Monopoly. Y se harían los corrillos de siempre: los del café y la eterna sobremesa, los que juegan al guiñote, los niños que estrenan juguetes nerviosos, las de siempre, recogiendo un poco la mesa. La abuela murmurando mientras sacaba los platos sucios del lavavajillas para fregarlos a mano. Y luego mi tío, agotado de hacer enfadar a su suegra, roncaría en el sofá sin inmutarse por las risas y las imitaciones de los niños, que sonarían como gruñidos de cerdito glotón.

Si pudiera ser la dueña de los tiempos volvería a estar deseando todos los días de mi vida que llegara por fin la Navidad, que era, sin duda alguna, el mejor día del año después de mi cumpleaños. Pero sólo soy dueña de mis recuerdos, que dejo escritos aquí para que despierten los vuestros. Bienvenidos a mi mesa.

Feliz Navidad

Ana Bergua

En Chic

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