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Carta de amor

¡Bienvenida a mi mundo, Sagrario!

Mi memoria tiende siempre a buscar consuelo en las historias gratas que he vivido...

Carta de amor: "¡Bienvenida a mi mundo, Sagrario!"

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...y sobre todo, aquella que me ocurrió en el primer encuentro visual con Sagrario.

Ahora, en la decrepitud de mis años, me siento ante el ordenador dispuesto a empezar este relato amoroso y sin levantar los ojos sé que todo el escenario que voy a describir se halla en mi subconsciente y que todo el cuerpo es un músculo de alambre tenso ante esta situación tan inquietante.

La belleza de aquel recuerdo del pasado aún se resiste a abandonar totalmente mi mente. Espero un rato a que vayan fluyendo, con el interés pactado de antemano; sin emociones ni razones; ya van surgiendo, porque hasta las ideas me sobran cuando escribo sobre ella y más, si se trata de plasmarlo en una carta de AMOR.

Algunas veces he reflexionado sobre este tema, pequeñas evasiones que me sirven para entretener esperas aburridas, rellenar silencios mentales e incluso preocupaciones diarias. ¿De dónde sale ese impulso que invade la nostalgia que me domina? Pido perdón por utilizar recuerdos de mi ayer, pero expresivos de toda la vida que disfruté.

Puede que de la memoria, de la mala memoria, al menos en esa parte del cerebro cansado, que algunos llaman veterana, otros, ancianos de siempre y los cursis, tercera edad: porque los viejos también viven de sus recuerdos. La memoria. La dichosa memoria. Mira que tiene gracia y, explicación pedante, que yo me acuerde cómo iba vestido en aquel día la ví por primera vez. Y es que, en esos casos, la memoria nunca traiciona.

¡Bienvenida a mi mundo, amor mío! Un día leerás en los libros que cuando se abrieron tus ojos a mis sentidos, las trompetas anunciaban una pasión desorbitada, en un pequeño universo de Montehermoso.

¡Bienvenida a mi mundo, Sagrario!

Bienvenida a mi mundo que viaja a las estrellas y descubre el enigma de la vida con sentido: que ha descubierto la poesía, la música, la filosofía, la física, la matemática, el periódico, la radio y la tele, y aún he conseguido la jubilación sin tormento y no me marchito entre cuatro paredes por falta de tu amor y dedicación. Algún día te contaré qué pasaba en el mundo cuando llegaste a mi corazón.

Pero hoy lo importante es que me has abierto los ojos y surge espontáneamente ¡¡TE QUIERO!!. Si quieres, cambio "te quiero" por cualquier otra de las grandes palabras que llenan mi boca, mi corazón y hasta mi alma, y llegaremos a la misma renuncia. También en el amor hay que renunciar.

Los amantes pronuncian mil veces el nombre de su amado. Lo repiten en voz baja, cuando nadie los oye. Lo escriben en un trozo de papel, jugando con distintas caligrafías. Primero, en letra menuda, minúscula, para que cueste leerlo, como si así el nombre se transformara en un secreto. Después, las formas se alargan e inclinan, en una especie de danza del corazón y el papel. Utilizan también la caligrafía redonda de los niños, clara como el agua de río.

Con la punta del dedo recorren los trazos de la tinta. Cada vez que pronuncian el nombre en voz alta, vierten una intensidad distinta: la voz puede ser un tintineo de campanas, condensarse hasta hacerse gruesa como la cepa de un árbol, volverse lenta al desear que la palabra no termine.

Al pronunciarlo quedamente, con la cabeza hundida en la almohada y los brazos a su alrededor, el nombre se transforma en un hilo de aire. Es un murmullo que se escapa de los labios entreabiertos, que pierde nitidez para confundirse con el aliento.

¡Bienvenida a mi mundo, Sagrario!

José Antonio

En Chic

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