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Katy Mikhailova

Parásitos y sabandijas

La desfachatez y la caradura de los “pseudoprofesionales” que viven del crowdfunding no tiene límites.

La desfachatez y la caradura de los “pseudoprofesionales” que viven del crowdfunding no tiene límites.
Catalin Onc y Elena Engelhardt | Instagram

Una pareja de influencers (Catalin Onc y Elena Engelhardt) pide donativos a través de un portal de crowdfunding para financiarse unas vacaciones de lujo. Lo primero que pienso, al leer un titular así, es que se trata de una broma y de un fake-news. Paso de largo y no le doy más importancia. Al rato, veo otro titular similar, pero ya de medios convencionales. Abro la noticia, la leo de pe a pa, y no doy crédito (y nunca mejor dicho).

La desfachatez y la caradura de estos "pseudoprofesionales" no tiene límites. Piden nada menos que 10 mil euros para irse de vacaciones a Àfrica y así hacer partícipes a sus cientos de miles de seguidores. ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad?

Ahora resulta que si no contamos con una noria en nuestra boda no somos nada; y, si en la comunión de nuestros hijos no hay ponys pintados de lila y violeta, nuestras vidas carecen de sentido.

Automáticamente, después de intentar asimilar esta cantidad de basura moral, el segundo golpe emocional que recibo es la horripilante estética que presenta el novio. Los tatuajes cubren íntegramente su cuerpo. Y, si creíamos que su cara se salvaba, pues no. Tattoos en la calva (imagino que rapada y no a causa de la alopecia); tattoos en la frente, en la zona de las ojeras y… en fin… ¡Qué les voy a contar! Si lo cuento, no me creen. Debe de tener unos cinco mil euros en tinta en la dermis. Ojalá nunca tenga que verse en la situación de buscar un trabajo serio y real, cuando sus padres dejen de financiarle sus caprichos.

La tercera reflexión que realizo, y les invito a compartir la suya en los comentarios, es si no será esto de ser "influencer" una burbuja y un paripé maquillado de falso glamour que empieza a deshincharse, convirtiéndose en todo una crisis de una microindustria ficticia que no es más que otra crisis de la ausencia de valores. Esto salta a la palestra una semana después de otra instagramer que, aun teniendo cientos de miles de followers, no fue capaz de vender 36 camisetas. Ancha es Castilla. Y ancha es la red social.

Hablar del término "influencer" me recuerda a la conversación que mantuve con Carmen Lomana, volviendo del festival de ‘Ciudad de Úbeda’ en el coche oficial, sobre el término "personaje público". Cuando una persona se autodefine en su perfil de Instagram como "personaje público" creo, humildemente, que debería hacérselo mirar con un experto de psicología. Lo de "personaje" ya es ofensivo; pero lo de "público" suena a que te financia el Estado. Más allá de ceñirnos a estos términos, que un medio de comunicación hable de una personalidad notoria como <persona público> puedo entenderlo; que le persona en cuestión se autodenomine así, me genera mucha lástima.

Se puede ser médico e influencer; se puede ser abogado e influencer. Periodista e influencer. Barrendero e influencer. Guardia civil e influencer. Chef e influencer. ¿Por qué no? Pero lo de "influencer" (término tan ambiguo como sobrevalorado) debería ser una segunda actividad paralela en la que no deberíamos fundamentar nuestras vidas. Primero, porque como tal no es una profesión: es una actividad secundaria, paralela, en la que uno, debido a que su vida empieza a ser atractiva para la gente en la red, gana muchos seguidores, y lo rentabiliza de algún modo. ¿Que con ello caen algunos contratillos remunerados o viajes gratuitos? Muy bien. Bienvenido sea. El error empieza cuando se deposita todos los "huevos en el cesto de Instagram": ya no sólo por el profundo y peligroso abismo cultural que se practica en este tipo de "pseudoprofesiones", sino también por el hecho de que el día de mañana (ya, el día de hoy) el modelo económico y marketiniano dé un giro y esta actividad deje de generar ingresos.

Cuando la red está tan saturada de estímulos, todos cortados bajo el mismo patrón y repitiendo la misma estrategia… ante tal exceso de oferta, la demanda se devalúa considerablemente. Ley de la economía recogida en "cómo saber de economía en 5 horas" (si no existe este libro, hablen con Zapatero para saber qué no hacer).

El otro día Laura Matamoros subía una foto con su madre y escribía: "mi primera influencer". Y francamente me encantó leer aquello. (Laura es también una influencer, pero, es una actividad paralela que combina con su rol de tertuliana en televisión, por lo que volvemos a lo que decía anteriormente: una profesión real, adornada con una secundaria).

Deberíamos buscar "influencers" héroes de verdad: personas de carne y hueso que nos han influido (pero no en qué comer y en cómo vestir). No: dejarnos influir por aquellos que, o bien nos dan la vida o nos evitan que nos la quitemos. La primera fuente de influencia debe partir desde nosotros mismos. Nada como ser nuestro propio influencer: no siguiendo los consejos de terceros sino buscando nuestra propia verdad y encontrando nuestro verdadero camino. Siguiendo las intuiciones, practicando el respeto, la solidaridad con sentido, la espiritualidad que más nos ayude, la cultura que más nos complete. Parar para ser, y después sentir. La influencia viene de dentro.

En Chic

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