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Katy Mikhailova

Confinamiento y gordofobia

La gordofobia resurge este verano debido al coronavirus.

La gordofobia resurge este verano debido al coronavirus.
Ronaldo y su pareja en Formentera | Gtres

Aun sin tener la claro lo de las fases y encerrado en casa más de 60 días, los psicólogos, los prescriptores y especialistas hablan de una gordofobia que empieza a aflorar y que se manifiesta en mensaje en redes sociales. Se trata de personas que van a evitar acudir este verano a las piscinas y playas porque han "engordado" y les da vergüenza.

Empezó diciéndolo Fonsi Nieto ("este verano la gente no va a ir a la playa, no porque no pueda sino porque no va a querer que la vean con 10 kilos de más"), y del post en la red se hacían eco una tal Blanca Bandarrita y, ¡cómo no!, Lucía Etxebarría.

Lo primero que pienso al leer esto es por qué se han tomado en serio el mensaje del ex piloto y no lo han interpretado como broma; lo segundo que pienso es que la gordofobia no es el miedo a sentirse gordo y avergonzarse de ello condicionando así la conducta de uno (evitando enseñar el cuerpo), sino el odio de terceras personas a la gente gorda. Primer error: si uno engorda y no quiere que le vean en bañador, no es gordofobia, es complejo.

Lucía no dudó en recurrir a contar que hay niños que no ha tenido para comer y que se les ha alimentado durante 50 días con menú de Telepizza y Rodilla. Y me pregunto si es que ahora debemos endemoniar también a estas empresas por ayudar. ¿O es que Telepizza y Rodilla deben cocinar rodaballo y verduras al vapor? ¿Estamos tontos? Es como si nos quejáramos de que las batas de Inditex para sanitarios no huelan a rosas o si los respiradores de Seat no son de color rojo. ¡Es lo que hay! Por algo dice que el refrán que a caballo regalado no le miremos el diente: pues a pizza regalada no le contemos las calorías.

La gordofobia viene de mucho antes: su origen puede remontarse al momento en el que en Occidente los cánones de belleza imperantes son la hiperdelgadez, invirtiéndose así las tradiciones históricas (¿dónde quedan las Venus rollizas de Rubens?) y creando una imagen de ‘mujer perfecta’ que encaje en una regla numérica de 90-60-90 o una talla 36-38. A partir de ahí (¿hablamos de los 70? ¿los 80? ¿los 90?) estar gordo "no mola" (no lo digo yo, lo dicen las décadas de Occidente con las que cargamos).

Antes, estar gordo era un indicio de riqueza: tener comida abundante y no trabajar. Una vida cómoda de abundancias. Ahora, estar gordo (lamentablemente) es un reflejo de ser vago, antihigiénico, antideportista, y alimentarse a base de comida basura y bebidas azucaradas. Porque en esto último, he de darle la razón a la periodista. Habla de que por 3 euros puede uno comer pasta con tomate; y, en efecto, el rodaballo al vapor con verduras es más caro. Pero también diré que comerse una pechuga de pavo a la plancha con arroz integral, maridado con agua (y no bebidas azucaradas) y evitando la bollería industrial para sustituirla por algunas galletas integrales de 2 euros el paquete, tampoco es excesivamente caro.

Yo siempre hago una separación entre gorditos-felices y gordos-infelices. Los primeros son aquellos que se aceptan como son, contribuyen inconscientemente a su gordura y tampoco hacen grandes esfuerzos para controlarla, más allá de asegurarse de que su salud siga "bien"; los segundos son esos gordos de cuerpo y delgados de mente, que no terminan de aceptarse pero que tampoco hacen grandes méritos para adelgazar. Gordos-infelices que justifican su sobrepeso (u obesidad) con "tiroides invisibles", falta de tiempo para hacer deporte, el alto coste de los gimnasios o entrenadores personales, o con eso de "lo cara que está la quinoa".

Que conste que siempre he defendido la diversidad de las tallas y que la belleza va más allá del tamaño y va más en sintonía con la armonía y la elegancia. Esto no es una crítica a las personas con sobrepeso u obesas. Es un mero análisis de que, en la mayoría de los casos, uno está gordo porque quiere. Yo, de hecho, soy la primera que sufre el efecto yo-yo y que tiene en su armario desde la talla 36 hasta la 42. Probablemente tendería más a gorda-infeliz.

La gordofobia es un concepto arcaico, y aprovechar el Estado de Alarma para rescatarlo, si no es para el clásico meme (que hay cientos sobre los "gordos" que vamos a terminar por no salir de casa), no tiene ningún sentido. Me sorprende la importancia que se le ha dado a un tuit de Fonsi Nieto, cuando llevamos ya meses con estas bromas.

No todos hemos venido al mundo con la misma genética. Pero como dice mi buen amigo Manuel Quintanar, a partir de cierta edad todos somos dueños de nuestras caras (y desde luego, de nuestros cuerpos). El que es gordo hoy día, es (principalmente) porque quiere. Si está feliz y sano: lo aplaudo. Si es infeliz, esta ya no es mi guerra.

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