En enero de 2015 el Parlamento Europeo aprobó por una amplia mayoría la nueva directiva sobre cultivos transgénicos que permitía a los países miembros prohibir los transgénicos aunque hubieran sido aprobados por las autoridades europeas, que los someten a unos controles mucho más exigentes que a las demás variedades. Y lo permite sin que sea necesario aducir ninguna evidencia científica que justifique esa decisión. Una directiva que ataca de forma frontal el mercado único, la razón de ser de la existencia de la Unión Europea.
Varios meses después, ya ha aparecido el primero en optar por hacer caso omiso a la ciencia y prohibir todos los transgénicos, sin excepción. Pero no ha sido Francia, como todo el mundo esperaba, sino Escocia. El secretario de asuntos rurales, Richard Lochhead, ha anunciado esta prohibición con el curioso argumento de que "no hay evidencias de que exista una importante demanda de cultivos modificados genéticamente por los consumidores escoceses", algo que, de ser cierto, sería un argumento en contra y no a favor de la prohibición. ¿Para qué prohibir lo que nadie usa?
Lochhead también afirma que pretende así proteger la imagen del país, conocido en todo el mundo por sus paisajes y entornos naturales, como si esa imagen fuera reflejo de lo que se cultiva en sus campos y, sobre todo, eso fuera a cambiar porque se empleen transgénicos, que desde luego no son de un color diferente.
No obstante, hasta ahora en Escocia no se han empleado transgénicos porque el único aprobado por la UE, pese a tener más de una docena en espera que han recibido ya el plácet de los organismos especializados, es una variedad de maíz, y en Escocia casi no se cultiva maíz. Pero como indica Maurice Moloney, responsable del canadiense Instituto Global por Seguridad Alimentaria, se está desarrollando "una patata capaz de protegerse contra el tizón tardío", la plaga que provocó la gran hambruna irlandesa en el siglo XIX, "que sigue diezmando las cosechas escocesas y obligando al uso habitual de fungicidas".
La bióloga escocesa Anne Glover, que fue consejera científica jefe en la UE, ha indicado que "la tecnología transgénica puede ofrecer una vía para la agricultura sostenible al reducir la necesidad de uso de productos químicos que beneficia al consumidor, el agricultor y el medio ambiente". El cargo de Glover fue eliminado por Juncker tras las presiones de los lobbies ecologistas, a quienes molestaba que un cargo científico oficial de la Unión Europea hiciera caso a los argumentos científicos, y no a su propaganda.
Pero entre las opiniones de los expertos, quizá la más cínica y a su modo optimista sea la de la también bióloga Ottoline Leyser, directora del Laboratorio Sainsbury de la Universidad de Cambridge. "A corto plazo, este anuncio no tendrá ningún impacto, porque no existen OGM apropiados para su cultivo en Escocia. A largo plazo, sin embargo, cuando productos como las patatas resistentes al tizón lleguen al mercado, los agricultores escoceses se encontrarán en desventaja", indica Leyser, "pero una semana es un tiempo muy largo en política, así que cuando llegue ese momento, no hay duda de que se hará un giro completo".
El presidente del sindicato agrario NFU Scotland, Allan Bowie, ha expresado su preocupación ante la desventaja competitiva que esta medida podría suponer a los agricultores escoceses frente a los ingleses, poniendo de ejemplo a la famosa patata resistente. En su opinión, en lugar de una prohibición lo que habría que hacer es educar a los consumidores sobre las ventajas de los transgénicos en la alimentación, ya que a su parecer el uso de estas tecnologías en la medicina sí está bien visto.