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Ginés Morata: "El ser humano podrá llegar a vivir entre 350 y 400 años"

Este científico que acaba de entrar en la Royal Society se ha pasado la vida investigando por qué los órganos están donde están y qué genera un tumor.

Lo ha ganado casi todo. El último reconocimiento le ha llegado de la mano de la Royal Society, que le ha nombrado Foreign Member (miembro extranjero). En España, solo Ramón y Cajal, Severo Ochoa, García Bellido y Avelino Corma tienen esta distinción que, admite, es la que más le ha emocionado. En el haber del biólogo almeriense están otras condecoraciones, como el Príncipe de Asturias que recibió hace diez años. Hoy, con 72 ya cumplidos, sigue a pie de microscopio para averiguar por qué somos como somos y no con tres piernas o cuatro ojos.

¿Qué papel tiene la ciencia española a nivel mundial?

Nos estamos quedando atrás. Sería importante que el Gobierno y la sociedad se dieran cuenta de que las ventajas de la ciencia no son solo culturales, sino también de gran valor económico. Por ejemplo, los últimos desarrollos, como la técnica de edición genética CRISPR, están dando lugar a actividades multimillonarias.

¿De dónde viene esa falta de apuesta española?

Estamos subdesarrollados en cuanto a investigación. No es que seamos más torpes, es que no hay tradición científica. Instituciones como la Royal Society asesoran y ayudan al Gobierno británico desde el siglo XVII. Nosotros nunca hemos tenido nada parecido. La corona inglesa sí ha apoyado la ciencia. La casa real española, no. Ha tenido literatos y pintores de cámara, pero nada más.

¿Tampoco esta monarquía?

Hace años, un grupo de investigadores dimos a los reyes actuales un cursillo de casi una semana sobre temas de biomedicina y demostraron estar muy concienciados. Pero las grandes decisiones no las toman ellos. Y sucede que hay muy pocos científicos en las instituciones. La mayoría de nuestros representantes son abogados, economistas… ¿No sería bueno que hubiera algún especialista que incorporara el rigor de la ciencia a las actividades políticas? Fijémonos en Angela Merkel que es física. Su marido, también. Son personas con formación científica. La señora Thatcher era química…

A priori, los científicos no han estudiado para legislar.

Su papel es decisivo para que las ciencias estén presentes en la sociedad. Pueden aportar una gran frescura a la política. Pero hay algo más: fíjese en que los artículos técnicos que cualquiera de nosotros mandamos a las revistas son estudiados por referees que, de forma anónima, hacen críticas durísimas. Muchas veces, acertadas. Eso quiere decir que tenemos que estar cambiando continuamente nuestra forma de pensar porque con frecuencia nos equivocamos. Sin embargo, algo así no existe en el Parlamento o el Senado. No conozco a ningún político que haya rectificado alguna de sus declaraciones.

¿No hay algo de victimismo científico en todo esto?

En absoluto. Para el Gobierno actual la ciencia no ha sido una prioridad. Y esto es tremendamente negativo porque, en última instancia, lo que vamos a dejar a nuestros hijos es el conocimiento. Nuestro país invierte un 1,3 % del PIB en I+D frente al 2 % de media de la Unión Europea, lo que quiere decir que nuestra distancia respecto a países como Reino Unido, Francia y Alemania se va a ir agrandando. Es más, España ha empleado tiempo y dinero en formar a jóvenes con talento que terminan siendo contratados por instituciones extranjeras. La gente más talentosa está produciendo para Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos. Cosas así tendrían que preocupar a cualquier gobierno. No debe recortarse en conocimiento porque es el futuro de la sociedad.

¿De dónde entonces?

Entiendo la dificultad, pero hay prioridades. Un gobierno tiene que saber a qué dar importancia y no parece que este tenga gran preocupación por el desarrollo científico. Debería haber algún organismo con capacidad autónoma para poder desarrollar políticas positivas en esta área. En los últimos años, sin embargo, la asignación científica ha descendido en casi el 30% y es previsible que empeore. Esto es un completo desastre. Debe haber un mayor soporte político. El formato es lo de menos.

¿Qué Gobierno ha apoyado más la ciencia?

Sin duda, el de Felipe González, de los 80 a los 90. Fue la época dorada de la ciencia. No es que hubiera cantidades masivas para la investigación; habría sido un dispendio. Pero se hicieron las cosas de forma sensata. Se encargó la gestión científica a gente competente. El apoyo de Solana en el Ministerio fue también muy importante. Se copió lo que hacían otros países más adelantados. Se crearon agencias para evaluar los proyectos de investigación. Y se puso dinero en ello. El resultado se notó en poco tiempo. Se apostó por una inversión que potenciaba los mejores proyectos. Podría haberlo hecho un Gobierno de derechas, pero lo cierto es que fue el de Felipe González de entonces. Después, bueno, pues… Zapatero tuvo buena intención, pero no llegó a cuajar. Con el Partido Popular, el apoyo ha sido de muy bajo nivel.

¿Podría la financiación privada paliar las carencias?

En los países anglosajones hay mucha tradición en este sentido, pero no en España. Quizá a partir de ahora. La biología está despertando mucho interés en el ámbito privado. La codificación de ADN, por ejemplo, es uno de los aspectos con más posibilidades de negocio. A la Policía le interesa para identificar delincuentes; también es interesante para demostrar relaciones de consanguinidad… Muchas empresas necesitan ya especialistas que sepan secuenciar el ADN porque permite una identificación mucho más precisa que la de las huellas dactilares.

Nosotros recibimos una herencia genética de la que no somos responsables. ¿Lo somos de los actos que cometemos por su culpa?

Este tema, el de la autonomía moral de las personas, es de un enorme calado. Es posible que alguien no sea responsable de sus actos, pero eso no quiere decir que pueda andar suelto por ahí. Habrá que juzgarlo y meterlo en la cárcel si procede. Es muy injusto, desde luego, pero ha tenido la mala suerte de ser víctima de sus circunstancias genéticas.

Pero empieza a haber vías para modificar el ADN.

Sí, claro. CRISPR, por ejemplo, apareció como un mecanismo de las bacterias para protegerse de los ataques de los virus. Hoy, sin embargo, se ha visto que se puede utilizar como un sistema extraordinariamente preciso de modificación y edición del genoma de cualquier especie. Tiene unas posibilidades de negocio inmensas. En principio, nadie hubiera previsto que un proceso bacteriano pudiera dar lugar a una tecnología tan poderosa. Eso evidencia lo difícil que es predecir el potencial económico del conocimiento básico.

Los intereses privados buscan rentabilidad a corto plazo.

Hace unos años, las compañías americanas enviaron al Senado estadounidense una carta. Se llamaba El momento de la verdad y planteaba cómo la investigación básica podría integrarse en la industrial para generar beneficios. Lo que los Gobiernos deben hacer es delimitar cómo se compensa de forma equilibrada ese esfuerzo inversor. Ha habido empresas que han ganado enormes cantidades de dinero. Pero entre recuperar lo invertido y obtener rentabilidades multimillonarias hay un trecho.

¿La Iglesia y la ciencia jamás se entenderán?

Ciencia y religión son áreas totalmente separadas. La religión cree que hay soluciones mágicas para algunas cosas. Y hay otras personas que pensamos que no hay soluciones misteriosas para nada. En mi opinión, las diferentes creencias religiosas surgieron porque al ser humano le resulta insoportable la idea de la desaparición definitiva, de la muerte.

La ciencia también persigue la inmortalidad.

La muerte no es inevitable. Las bacterias no se mueren. Los pólipos, tampoco; crecen y generan uno nuevo. Parte de nuestras células germinales se perpetúan en nuestros hijos y así sucesivamente. Por eso una parte de cada uno de nosotros es inmortal.

¿Habla usted de eternidad?

Se ha logrado que un tipo de gusano, un nematodo, viva siete veces más tras manipular los genes implicados en su envejecimiento. Si aplicáramos esa tecnología a humanos, podríamos llegar a vivir 350 o 400 años. Claro, no se puede investigar con material humano, pero no es descartable que algún día alcancemos esa longevidad. Dentro de 50, 100 o 200 años las posibilidades serán tan grandes que es difícil imaginar qué pasará. Podremos tener alas y ser capaces de volar, o medir cuatro metros… Será la humanidad la que decida cuál va a ser su futuro.

¿Pasa ese futuro por mayor cooperación entre científicos?

Uno investiga en el entorno de su laboratorio con las tecnologías que él mismo desarrolla. Esto no quiere decir que no sea bueno colaborar con otra gente. Pero a mí me gusta mi entorno y hacer las cosas de forma independiente. ¿Cuántos pintores hay que firman junto a otro el mismo cuadro? Lo bonito de la ciencia es que es una actividad creadora. Y tú estás en el límite de la ignorancia. Intentas averiguar cosas que no sabe tu entorno. Entiendo que las técnicas genómicas actuales requieren equipos multidisciplinares, pero para los más veteranos como yo… De todas maneras, los grandes biólogos del siglo XX, como Morgan, Delbruck, Brenner, Crick o Benzer, apenas tenían equipos de tres o cuatro personas, y eran un vivero de ideas.

¿No hay un poco de vanidad en todo esto?

Claro. Uno quiere el reconocimiento de haber descubierto algo. Uno de los mayores motores de la actividad humana y de la ciencia es la vanidad, el ser reconocido por descubrir algo.

Y en su caso es…

El establecimiento de la teoría del comportamiento que nos ayuda a entender por qué el cuerpo humano es como es.

Si la naturaleza hablara, ¿que le preguntaría?

El secreto de la vida se descubrió hace tiempo. No tiene secretos. Lo que sí hay es una serie de problemas que me gustaría resolver. A mí siempre me ha llamado mucho la atención saber cómo se organiza el cuerpo en las tres dimensiones del espacio. Sobre este asunto hicimos contribuciones de interés hace algún tiempo. Todos tenemos la cabeza en un sitio, los brazos en otro, y los ojos en otro. Pero ¿por qué cada uno de ellos está donde está y no en otro lugar? Tenga usted en cuenta que el ADN es una estructura unidimensional que se traduce en un individuo tridimensional. ¿Cómo se logra esto? Toda la información está contenida en los genes.

Drosophila melanogaster, la mosca con la que investiga, es casi parte de su familia.

Sí, llevo trabajando con ella desde los años 60. Ha permitido desarrollar toda la genética animal del siglo XX. Dado que comparte con los humanos más del 65 % de los genes, muchos de los descubrimientos son extrapolables a nosotros. Drosophila ha contribuido a la ciencia como pocos han lo hecho. Pero yo creo que va a dar cada vez menos alegrías. Y lo digo con pena. Hoy día las tecnologías como CRISPR pueden aplicarse prácticamente a cualquier especie. Yo creo que será el ser humano, y no Drosophila, quien dará las grandes sorpresas en el siglo XXI.

¿Cuál es la mayor iniquidad que le ha hecho a una mosca?

Le hemos recortado algún trozo para ver cómo se regeneraba y cosas así. Esto es de una importancia médica enorme. Un pez cebra, por ejemplo, tiene capacidad de regeneración. Un humano, sin embargo, pierde un brazo o un pie y se queda sin él. El objetivo es convencer a sus células para que lo repitan. Al fin y al cabo, ya lo hicieron en su día. También hemos generado cánceres a moscas manipulando genes que producían tumores en humanos. Me imagino que no les habrá gustado mucho.

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