Una investigación publicada por Nature Communications sugiere que los grandes terremotos podrían avisar meses e incluso años antes. El estudio, firmado por autores alemanes y turcos, analiza el terremoto de magnitud 7,8 registrado el pasado febrero en Turquía y Siria, que dejó miles de muertos, e indica que hubo señales que comenzaron aproximadamente ocho meses antes.
Unos datos que se suman a la evidencia de que, "al menos algunos grandes terremotos, presentan una fase de preparación que se puede monitorizar y que guarda cierta similitud con los modelos teóricos y de laboratorio del proceso de fallo", escriben los autores.
El equipo encabezado por la Universidad de Postdam (Alemania) descubrió que en las zonas afectadas por el terremoto de Turquía y Siria se habían producido una aceleración en las tasas de eventos sísmicos y una mayor liberación de energía a partir de aproximadamente 8 meses antes, organizados en grupos dentro de los 65 kilómetros del epicentro.
Aunque la ruptura principal se produjo en una falla y en una región previamente identificadas como de muy alto potencial de riesgo sísmico, las señales preparatorias tuvieron lugar tanto en esa zona como en una falla secundaria, que anteriormente había recibido poca atención.
Algunos grandes terremotos pueden mostrar una fase de preparación monitorizable, pero debido al gran número de variables implicadas, "con nuestro estado actual de conocimientos, la alerta de terremotos a medio plazo -si es posible- sigue estando en el futuro de la sismología", señala el estudio.
Los resultados ponen de relieve los retos que plantea la detección de la fase de preparación y nucleación de los grandes terremotos, por lo que sugieren que sería necesario comprender plenamente los fenómenos preparatorios para desarrollar futuros sistemas de alerta. Una vigilancia más exhaustiva de los terremotos, junto con registros sísmicos a largo plazo, podría mejorar la capacidad para reconocer los procesos de preparación de terremotos a partir de otros signos de deformación regional. Los autores proponen más redes de detección locales y regionales, así como la vigilancia de las fallas secundarias, que acompañan a las fallas de ruptura principales.