A menudo se promueve la energía solar y eólica como las salvadoras del planeta en la lucha contra el cambio climático, pero es necesario preguntarse: ¿realmente lo son? ¿cuál es el impacto ambiental de las energías renovables?
Aunque la energía solar y eólica no emiten gases de efecto invernadero durante su uso, en el discurso climático se omite el impacto real y la dependencia que tienen de combustibles fósiles las energías renovables tanto en la fabricación, como en el transporte y el reciclaje. El debate sobre energías renovables y biodiversidad ha llevado a científicos de diferentes países a estudiar y determinar el impacto en la biodiversidad y los ecosistemas locales de parques solares y eólicos, planteando estos estudios dudas sobre la coherencia en los debates sobre el clima de políticos, medios de comunicación y activistas.
Existen evidencias claras del impacto de los aerogeneradores en el medio ambiente, de los parques eólicos y los efectos en el paisaje, así como de la energía solar y su impacto ambiental. Sin embargo, para acelerar su implementación se ha llevado a cabo la eliminación de las evaluaciones de impacto ambiental de las energías renovables, sin ninguna crítica por parte de los activistas, lo que contrasta con la crítica constante hacia sectores como la agricultura y la ganadería, especialmente por su huella de carbono.
Mientras la agricultura y la ganadería enfrentan restricciones más estrictas, como las impuestas por la reciente Ley de la Restauración de la Naturaleza, el impacto de las renovables se trata con mayor indulgencia, y la crítica a la energía solar y eólica es prácticamente inexistente. Esto alimenta dudas sobre la verdadera sostenibilidad de la energía eólica y la solar.
Dependencia de los combustibles fósiles en la fabricación de renovables
Desde la extracción de materias primas hasta la producción y distribución de componentes, los combustibles fósiles son esenciales para el desarrollo de la energía eólica y solar. Esto genera una huella de carbono de las energías limpias, que se pasa por alto en los discursos optimistas de activistas climáticos, políticos y medios de comunicación.
La huella de carbono de las energías renovables mide las emisiones de gases de efecto invernadero generadas a lo largo de todo su ciclo de vida, desde la extracción de minerales necesarios para la fabricación de paneles solares y aerogeneradores, hasta su producción, transporte y disposición final.
A pesar de esta realidad, la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) afirma que las energías renovables son el futuro energético. Sin embargo, su producción todavía depende en gran medida de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. Aunque estas energías no emiten gases de efecto invernadero durante su funcionamiento, otros procesos asociados, tal como detalla el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) en los informes AR5 y AR6, contribuyen significativamente a su huella de carbono.
Comparativa de fuentes energéticas
Diversos organismos, entre ellos la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas (UNECE), clasifican la hidroeléctrica como la fuente de energía con menor huella de carbono entre las que no emiten CO2. En cambio, la energía solar es la que más impacto ambiental tiene en términos de emisiones, mientras que la eólica presenta una huella comparable a la de la energía nuclear. Este escenario reabre el debate "energía nuclear vs renovables" y plantea interrogantes sobre el continuo ataque a la energía nuclear y el desmantelamiento de centrales en España.
Lo prudente sería apostar por un mix energético que incluya la nuclear, permitiendo el desarrollo de la eólica y solar sin ignorar las evaluaciones de impacto ambiental, especialmente en zonas protegidas y áreas rurales, como la "España despoblada", que corre el riesgo de verse aún más afectada si continuamos llenando nuestros montes de "molinillos" y sembrando nuestros campos de "placas solares".
La paradoja de las energías limpias y la contaminación en su cadena de producción
En su búsqueda de un futuro energético sostenible, la Unión Europea (UE) ha invertido grandes sumas de dinero en políticas para fomentar energías renovables y sostenibilidad, promoviendo parques eólicos y plantas solares como soluciones para reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, esta narrativa es incoherente, ya que la mayoría de las materias primas para energías renovables dependen de combustibles fósiles, a menudo importados de países como China, donde el consumo de carbón alcanzó un récord, creciendo un 5% en el último año, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Por ejemplo, los paneles solares están compuestos principalmente de silicio cristalino, aluminio, cobre y vidrio, lo que requiere la extracción y procesamiento de minerales. China es el principal productor de silicio refinado, y su proceso de refinamiento exige temperaturas superiores a los 1,400 °C, alcanzadas mayoritariamente con energía obtenida del carbón, lo que incrementa significativamente las emisiones de CO2 a nivel global. Lo mismo ocurre con la producción de aluminio para los marcos, que se realiza a temperaturas cercanas a los 1,000 °C, evidenciando la dependencia entre producción de paneles solares y carbón.
Asimismo, el acero utilizado en las torres de aerogeneradores se produce fundiendo mineral de hierro a temperaturas entre 1,500 - 1,700 °C. Esta industria es una de las más criticadas por activistas y políticas climáticas, ya que, según datos del IPCC, es responsable de aproximadamente el 8% de las emisiones globales de CO₂. Sin embargo, esto parece pasar desapercibido cuando se trata de utilizarlo en energías renovables.Hipocresía en la transición energética europea.
Hipocresía en la transición energética europea
Esta situación plantea una contradicción evidente: al consumir materias primas y productos fabricados en China, cuya producción depende en gran medida del carbón, estamos contribuyendo al aumento global de las emisiones de CO₂. Así, aunque realicemos esfuerzos por ser más sostenibles, estos logros se ven empañados por la realidad de un sistema interconectado que no estamos dispuestos a enfrentar.
Sin una estrategia global que aborde este dilema, el gasto ingente de dinero por parte de la EU y, los ataques a sectores primarios como la agricultura o la ganadería, por reducir el CO₂ en el proceso de transición energética en Europa se convierten en una farsa. Estamos desviando recursos y esfuerzos hacia políticas que parecen efectivas a corto plazo, ignorando que nuestra dependencia de materias primas y productos obtenidos con altas emisiones de CO₂, provenientes de países como China, socava esos mismos objetivos.
Sin un enfoque coherente y global que reconozca la interconexión de nuestras acciones, cualquier intento de reducir el carbono en Europa se convierte en un mero ejercicio de hipocresía, que ignora una verdad fundamental: la atmósfera no tiene fronteras, y las emisiones, sin importar de dónde provengan, afectan a todos por igual.
¿Estamos listos para reconocer la realidad detrás de las renovables, y buscar un camino más equilibrado? Lo cierto es que, sin una evaluación completa y coherente de su impacto, podríamos estar cometiendo los mismos errores que con los combustibles fósiles.