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El activismo climático es un lujo de élites que predican sacrificios mientras ellos continúan contaminando.

Hipocresía climática: salvemos el Planeta desde mi Jet Privado

El activismo climático es un lujo de élites que predican sacrificios mientras ellos continúan contaminando.

En la era del activismo climático, donde cada ciudadano de a pie debe sentir culpa por encender la calefacción o comerse un filete, las élites han encontrado una forma muy particular de luchar contra el cambio climático: desde la comodidad de un jet privado rumbo a una cumbre climática en el otro lado del mundo. La hipocresía ambiental se ha convertido en una seña de identidad de quienes nos imponen políticas ecológicas draconianas mientras continúan con su estilo de vida intocable.

Los grandes salvadores del planeta... en primera clase

Nada representa mejor esta contradicción que el uso del Falcón por parte del presidente español, Pedro Sánchez. Un defensor acérrimo de la reducción de emisiones... siempre y cuando sean las tuyas. Mientras a los ciudadanos se les penaliza con zonas de bajas emisiones, prohibiciones de coches diésel y recomendaciones para ducharse en 5 minutos, el presidente ha convertido el Falcón en su taxi privado.

Desde que Pedro Sánchez asumió el poder el 2 de julio de 2018, son cientos los vuelos que ha realizado con los aviones oficiales, liberando a la atmósfera miles de toneladas de CO₂. Para ponerlo en perspectiva: un solo trayecto en el Falcón puede emitir hasta 14 toneladas de CO₂, lo mismo que genera un ciudadano medio en todo un año. Pero, el problema no son estos vuelos oficiales, sino tu filete de ternera, porque, renunciar a la carne salvará el planeta, aunque el Falcon siga despegando desde Madrid con destino a Toledo.

Sánchez no está solo en esto. Cada año, las Conferencias sobre el Cambio Climático (COP) reúnen a miles de políticos, empresarios, famosos y activistas climáticos en lujosos hoteles, donde discuten cómo reducir nuestras emisiones mientras disfrutan de banquetes que harían sonrojar a un rey medieval.

La COP28 en Dubái recibió a más de 80.000 asistentes, generando según se estima, unas 150.000 toneladas de CO₂. Esto equivale a las emisiones de 30.000 coches en un año o, si lo prefieres en términos más gráficos, unos 400 millones de hamburguesas a la parrilla. Pero tranquilos, que compensan todo con "créditos de carbono".

Y la cosa no mejora. La próxima COP30 será en Belém, Brasil, en plena Amazonia, un sitio ideal para hablar de sostenibilidad... rodeados de miles de hectáreas deforestadas y de un país que sigue dependiendo del petróleo como motor económico. Pero, por supuesto, lo importante es el mensaje, no los actos.

Los créditos de carbono: la indulgencia ecológica del siglo XXI

Los defensores de estos eventos siempre recurren al mismo argumento: "compensamos nuestra huella de carbono". Aquí es donde entran los créditos de carbono, un mecanismo que básicamente permite seguir contaminando siempre y cuando pagues por ello. Es como si un fumador se convenciera de que donando dinero a un hospital deja automáticamente de tener riesgo de cáncer.

Un crédito de carbono equivale a una tonelada de CO₂ no emitida o eliminada. Se compran en mercados de emisiones y se supone que financian proyectos como la reforestación o el desarrollo de energías renovables. En teoría, es un sistema eficaz. En la práctica, se ha convertido en una excusa para que las grandes corporaciones y los políticos sigan contaminando sin cambiar nada. Pero en el informe anual queda precioso.

Mientras tanto, los ciudadanos no pueden acceder a estos privilegios. Si tu coche diésel tiene más de 10 años, te vetan el acceso a las ciudades. Pero si contaminas lo que una persona en todo el año en un jet privado, basta con pagar créditos de carbono y problema resuelto.

Las políticas radicales que no afectan a los de arriba

Las restricciones climáticas siempre parecen estar diseñadas para el ciudadano común, nunca para los grandes responsables de las emisiones. Nos imponen vehículos eléctricos, pero omiten que su producción genera hasta 17 toneladas de CO₂ por batería y, que menos del 5% de las baterías de litio se reciclan correctamente.

Nos venden la energía solar como la panacea, pero olvidan mencionar que el reciclaje de paneles solares es un desafío técnico y económico. Nos dicen que el transporte público es la solución, pero lo mantienen caro, ineficiente y masificado. Y nos repiten que dejemos de volar en avión mientras ellos usan el jet privado hasta para trayectos de menos de 200 kilómetros.

Menos hipocresía, más coherencia

El cambio climático se ha convertido en una industria multimillonaria donde las grandes empresas, políticos y activistas han encontrado su mina de oro. Mientras nos sermonean sobre reducir nuestra huella de carbono, ellos recaudan dinero con impuestos verdes, subvenciones y mercados de emisiones que, lejos de solucionar el problema, solo engordan las cuentas bancarias.

Cada cumbre climática es un desfile de hipocresía y postureo, donde se firman acuerdos vacíos y se venden soluciones mágicas que nunca aplican a quienes las proponen. Las restricciones siempre van dirigidas al ciudadano medio. No se puede exigir sacrificios a la población mientras se llevan un estilo de vida opulento, contaminante e intocable. No se puede prohibir el diésel a las familias mientras los jets privados siguen surcando el cielo sin restricciones.

Si de verdad creyeran en lo que predican, empezarían por dejar sus jets privados en tierra y viajar en clase turista, como el resto de los mortales. Pero no, ellos siguen volando en primera clase hacia una "transición ecológica" que, curiosamente, solo nos cuesta sacrificios a los demás en nombre del planeta.

Porque, al final, el negocio del cambio climático es muy rentable para unos pocos, mientras al ciudadano de a pie solo le trae más impuestos, más prohibiciones y menos libertades.

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