Menú

El estrés psicológico debilita las defensas en la piel y facilita infecciones bacterianas

El estrés psicológico inhibe las defensas naturales de la piel frente a infecciones bacterianas.

El estrés psicológico inhibe las defensas naturales de la piel frente a infecciones bacterianas.
El estrés psicológico debilita las defensas en la piel y facilita infecciones bacterianas (Ana Hernández) | Libertad Digital

Sabemos que el estrés puede pasar factura al cuerpo: insomnio, problemas digestivos, o incluso hipertensión. Pero un nuevo estudio liderado por el investigador Hung Chan, del Departamento de Dermatología de la Universidad de California, La Jolla, en Estados Unidos y, publicado en Science Immunology da un paso más allá: demuestra que el estrés psicológico no solo afecta la mente, sino que desactiva una de nuestras primeras líneas de defensa frente a las bacterias que habitan nuestra piel.

El trabajo, realizado en modelos murinos, muestra cómo el estrés suprime la producción de un péptido antimicrobiano clave, llamado Catelicidina (Camp), fabricado por los fibroblastos dérmicos.

Estos fibroblastos, habitualmente relegados al papel de "obreros" del colágeno, cobran aquí protagonismo como soldados inmunitarios que, bajo estrés, pierden su capacidad de combate. ¿El responsable? Una molécula conocida: el factor de crecimiento transformante beta (TGFβ), que actúa como un interruptor molecular, silenciando las alarmas inmunes de estas células.

Un enemigo invisible que desarma nuestras defensas

Para entenderlo, imaginemos una ciudad amurallada (la piel) que, además de murallas, cuenta con una red de centinelas encargados de patrullar las calles (los fibroblastos dérmicos) y emitir alarmas en cuanto aparece un intruso. Estos centinelas no solo avisan: también lanzan proyectiles (como la catelicidina, un péptido antimicrobiano) para frenar a los atacantes, en este caso, bacterias como Staphylococcus aureus.

Sin embargo, cuando la ciudad entra en estado de pánico general —es decir, bajo estrés psicológico— ocurre algo sorprendente: se activa una orden interna, emitida desde la torre de mando (el cerebro), que obliga a los centinelas a dejar sus armas, apagar las alarmas y replegarse. Esa orden tiene nombre: TGFβ, una molécula que actúa como un interruptor molecular, silenciando la capacidad defensiva de los fibroblastos.

Así, justo cuando más se necesita protección, los defensores abandonan su puesto. Y los intrusos —las bacterias— tienen vía libre para causar daños sin apenas resistencia.

El eje cerebro-piel: un teléfono roto bajo presión

El hallazgo esencial del estudio es la existencia de un eje "cerebro-piel" mediado por adrenalina y TGFβ. Bajo estrés, el cuerpo activa su sistema nervioso simpático —el que prepara al organismo para huir o luchar—,liberando catecolaminas como la adrenalina. Esta hormona no solo acelera el corazón o dilata las pupilas: también manda señales a los fibroblastos dérmicos que, en lugar de defender la piel, se ven forzados a "retirarse del frente".

La grasa de la piel también cuenta

Otra clave del estudio es la relación entre el estrés y la adipogénesis dérmica, es decir, la capacidad de los fibroblastos para convertirse en células productoras de grasa. Aunque suene paradójico, este tipo de grasa cutánea no tiene que ver con lo que conocemos como "michelines", sino con la defensa inmune.

Los investigadores descubrieron que, ante una infección, los fibroblastos generan una "reserva grasa" con alto contenido en catelicidina para frenar el avance bacteriano. Pero el estrés corta esta ruta de producción. Se podría decir que el estrés le quita el combustible a las "trampas moleculares" que la piel usa para atrapar bacterias.

¿Y si silenciamos al TGFβ?

El equipo de Chan no se quedó en la observación. Experimentaron con ratones a los que inhibieron farmacológicamente el TGFβ o eliminaron genéticamente su receptor en fibroblastos. El resultado fue sorprendente: la producción de catelicidina volvió a niveles normales y la piel recuperó su capacidad de defensa frente a la infección por S. aureus.

En otras palabras, bloquear el TGFβ es como volver a poner en marcha la sirena de alarma en una ciudad que había sido silenciada. Esto abre una nueva vía terapéutica: intervenir en la comunicación entre cerebro y piel para reforzar la inmunidad local en personas sometidas a estrés crónico o con riesgo de infecciones recurrentes.

Implicaciones clínicas y preguntas abiertas

Aunque el estudio se basa en modelos animales, los mecanismos celulares involucrados están altamente conservados entre ratones y humanos. Las aplicaciones clínicas potenciales son amplias: desde mejorar la inmunidad cutánea en pacientes hospitalizados, hasta ayudar a quienes sufren infecciones crónicas por estrés.

El propranolol, un viejo conocido en cardiología, o los inhibidores de TGFβ, usados en oncología, podrían ser reutilizados con fines inmunológicos. Y aunque aún no se recomiende tomar Xanax para prevenir infecciones, la idea no resulta tan descabellada si se piensa que reducir el estrés podría reactivar las defensas naturales de nuestra piel.

La piel, ese espejo del alma... y del sistema inmunitario

Este estudio da respaldo molecular a una intuición popular: que el estrés "se nota en la piel". Lo que ahora sabemos es que no se trata solo de acné o eccema: también se trata de infecciones reales, que podrían complicarse si dejamos que el estrés tome el timón de nuestro cuerpo.

En el fondo, esta investigación nos recuerda que cuerpo y mente están más unidos de lo que creemos. Y que, en ocasiones, protegernos del estrés puede ser tan importante como lavarnos las manos. Porque, cuando el cerebro grita, los fibroblastos se callan. Y las bacterias, entonces, escuchan el silencio.

Ana Hernández es Doctora en Química Orgánica, especializada en Química Médica y Biología, con más de veinte años de experiencia como investigadora tanto en España como en el extranjero. Es autora de múltiples publicaciones científicas y patentes.

En Tecnociencia

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Alta Rentabilidad