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El pasado de ‘Her’

¿Sueñan los hombres con mujeres mecánicas?

La inteligencia artificial que coprotagoniza Her tiene un buen número de ancestros en el mundo real.

La inteligencia artificial que coprotagoniza Her tiene un buen número de ancestros en el mundo real.

– ¿Te enamorarías de un software?

– No –contesta mi pareja sin dudar–; en todo caso de un hardware, que se puede tocar.

Samantha es servil, cariñosa, complaciente y entregada. Y no es el primer programa de inteligencia artificial con estas características que enamora a un hombre en la ficción. Para descubrirla hay que ver Her, la película dirigida por Spike Jonze que se estrena este viernes en España. El argumento, por si a alguien aún no le ha llegado, es la historia de amor entre un hombre y un sistema operativo inteligente, sin cuerpo, pero con la voz de Scarlett Johanson.

Situada en un futuro cercano, Theodore Twombly (Phoenix), que acaba de divorciarse y está hecho polvo, se instala en el ordenador un súper sistema operativo para que le ayude a organizar su vida, enviar mails, repasar su trabajo etc. Y ella es Samantha.

Los que no somos Joaquin Phoenix, tenemos una Samantha más de andar por casa. Siri, la voz de Apple, con la que liga Raj Koothrapalli en The Big Bang Theory. Aunque entre Samantha y Siri hay una rara distancia –me cuesta explicar en qué tipo de realidades se mueven una y otra– ambas comparten ancestros comunes. La capacidad de Siri para comunicarse contigo es el resultado de décadas de experimentación con programas de lenguaje e inteligencia artificial.

La pionera, desarrollada en el año 1966, se llamó Eliza. Un profesor del MIT, Joseph Weizenbaum, creó entonces un chatbot con carácter femenino, que imitaba a una psicoterapeuta. Eliza era un programa muy básico, solo unos pocos cientos de líneas de código. Sin embargo, muchos de los que hablaron con Eliza estaban convencidos de que les respondía una humana. En algunos casos, la gente pedía hablar con Eliza "en privado", algunos lo hacían durante horas, y contaban que habían tenido una magnífica experiencia terapéutica. Varios confesaron sentir "algo especial" por ella.

Desde entonces se describió el llamado "efecto Eliza", que consiste en la tendencia inconsciente de ver en los ordenadores cualidades humanas, por ejemplo, creer que la máquina de tabaco es amable cuando te da la gracias.

Este es uno de los modelos de conversación que podían mantenerse con ELIZA:

Humano: Mi novio me hizo venir aquí.
Eliza: ¿Su novio le hizo venir aquí?
Humano: Dice que estoy deprimida la mayor parte del tiempo.
Eliza: Siento oír que usted está deprimida.
Humano: Es verdad. Soy infeliz.
Eliza: ¿Cree que hablar conmigo le ayudará a no ser infeliz?

Tanto Eliza como Samantha, para los expertos en inteligencia artificial son bots conversacionales (chatbots). Se ha producido un gran avance desde el nacimiento de Eliza, sin embargo, ninguno de los nuevos ha logrado, hasta hoy, superar el conocido como Test de Turing, es decir, pasar completamente por humano. Algunos han estado a punto, como Eugene Goostman, un bot con el que puedes charlar, que tiene la personalidad de un adolescente.

La prostituta y el unicornio

En 2007, programadores rusos introdujeron en sitos web de chat a CyberLover. Enviaba mensajes ofreciendo relaciones sexuales. Con su capacidad robótica, en pocos minutos conseguía toda la información personal que necesitaba, y su objetivo, lejos de vivir una noche loca, era dirigir a los incautos a sitios web donde contagiaba virus/malware que te fundían el sistema.

A veces estos bots han tenido fracasos enternecedores. El que más me gusta es el de Cleverbot. En una prueba, le dejaron a solas con otro bot, a ver qué hablaban entre ellos. La cosa derivó tanto que Cleverbot se hizo un lío y acabó confesando esto: "No soy un robot. Soy un unicornio".

Her, el título de la película que se estrena el viernes, es un nombre que alude a Eliza Doolittle, la protagonista principal de la obra de George Bernad Shaw, escrita en 1913, Pigmalion. Inspirado en el mito del artista que crea una escultura tan realista que se enamora de ella. Es recurrente la fantasía de robots que enamoran a hombres a lo largo de la historia, como Samantha, casi siempre dulces y abnegadas.

Hay otra idea recurrente: la robot maligna. Esta llegó sobre todo en el XIX, cuando no existía la perfección femenina sin maldad. Ahí está El hombre de arena, de E.T.A. Hoffmann donde Olimpia se la juega al protagonista, y la inquietante Maria, en Metrópolis, del director alemán Fritz Lang, probablemente la primera villana robótica de la pantalla grande. Hay contadas revanchas femeninas. Una de ellas es la novela de Ira Levin, Las mujeres de Stepford.

Las robots perfectas de Stepford

Es una novela satírica y de suspense escrita en 1972. En los 70 estaba en pleno auge la liberación femenina y nacía ese miedo raro de los hombres a que ellas dirigieran su vida. A Levin se le ocurrió contar la historia de Joanna Eberhart, una fotógrafa que comienza a sospechar que las amas de casa dulces, perfectas y sumisas de su nueva vecindad en un idílico Connecticut pueden ser robots creados por sus maridos.

Levin trataba de mofarse del sueño masculino de recrear mujeres a las que podían dominar pero, para sus desvelos, tenían un no-corazón de lo más perverso. La novela se ha llevado dos veces al cine, pero el que más me gusta es este cartel que realizaron en su versión para la tele.

Casi un siglo antes, el que más desbarró a la hora de imaginar mujeres robots fue Auguste Villiers de l´Isle Adames, autor, en 1886, de La Eva futura. Su propuesta era crear una mujer perfecta, porque la de carne y hueso le parecía simple y vana.

En la novela, Hadalay (que, por cierto, inspiró una canción de Radio Futura, La ley del desierto) es una mujer artificial creada a imagen y semejanza de otra mujer, bella pero boba. Hadaly se alimenta de electricidad y se lubrica con aceite de rosas, y el objetivo de su creador es que sea lo que la mujer real no es: inteligente. T.A. Edison, el brujo de Menlo Park, creador en la novela de Hadalay, anuncia a los hombres el nacimiento de la mujer ideal, y les invita a desechar para siempre a la embustera y voluble mujer real.

La ficción está llena de robots de sexo femenino, ginoides, que encandilaron a los hombres. Sin embargo, no conozco mujeres enamoradas de robots.

¿Para cuándo el Adán cibernético?

A la espera del software libre con voz masculina que enamore a las homínidas, a día de hoy tenemos, por ejemplo, a HAL 9000, el inteligentísimo súper ordenador que controla el sistema vital de Discovery, la nave de 2001 Un odisea en el espacio. Pero HAL está ocupado en cosas demasiado importantes, nada de ordenar papeles, que es la tarea de Samantha, así que no parece tener tiempo para hacerle un guiño a nadie, así le va. También tenemos, como modelo robótico masculino, a C3PO, un tipo flaco e ideal si te van los dorados.

En fin, el Adán cibernético me falta.

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