Colabora

La dictadura de los datos: cómo te engañan con métricas falsas

Los datos lo justifican todo: decisiones políticas, tendencias sociales y éxitos televisivos. Pero ¿y si esas cifras no fueran tan objetivas?

Vivimos bajo el imperio de los datos. Todo se mide, todo se compara, todo se justifica en base a datos. No hay decisión en la esfera pública o en la empresa privada que no se justifique con una cifra. Pero lo que no se dice —lo que nadie se atreve a decir en la sociedad paniaguada hasta la perfección del siglo XXI— es que esas cifras no son neutrales en numerosas ocasiones; ni siquiera, representativas de nada. Son, muchas veces, una máscara, una farsa cuidadosamente orquestada para controlar la narrativa. Si usted cree que los datos no mienten, permítame mostrarle lo contrario.

Comencemos por las redes sociales. A diario, vemos cómo ciertos temas incendian la red X (antes Twitter) y se convierten en tendencia nacional. Al margen de que el algoritmo de la red de turno decida con absoluta falta de transparencia qué entra en esa categoría, se podría pensar que se trata de millones de personas indignadas al mismo tiempo. Pues no. En muchos casos, son bots. Programas automáticos que replican mensajes, amplifican consignas y dan la ilusión de parecer usuarios reales, gracias a la IA. Pero hay algo aún más grave: los "bots humanos". Gente real, con nombre y apellidos, que cobra —sí, cobra— de partidos políticos para repetir argumentarios, atacar a adversarios y moldear la opinión pública. Y lo hacen desde cuentas que aparentan ser ciudadanos espontáneos. Por cierto, ¿quién paga el sueldo de esos bots humanos? Usted. Yo. Todos. Conviene recordad que la financiación de los partidos políticos sale de nuestros impuestos.

Las audiencias televisivas

Vayamos a otro caso muy diferente: los datos de audiencia en televisión. Aquí voy a desenmascarar que el emperador va desnudo, pero me da igual, como sucederá con todo el ecosistema que vive de esta pantomima. No espero que nadie mueva un dedo tras la denuncia de este artículo, ¡faltaría más! Bien, en España, una única empresa —Kantar Mediadecide qué es lo que ve el país en televisión. Lo hace con un sistema que depende de hogares voluntarios que aceptan que les monitoricen mediante un aparato instalado en sus salones o Smart TV. Pregunto: ¿quién acepta eso voluntariamente? Desde luego, no quienes valoramos la privacidad. Tampoco quienes apenas encendemos la televisión, que no somos "candidatos válidos". Queda fuera de la estadística, por tanto, un segmento representativo y bien diferenciado de la población. Pero la realidad es que no queda fuera, pues se asume que los datos de los medidores representan al total de los españoles. ¿El resultado? Un retrato sesgado de la sociedad, que sirve de excusa para programar lo que ellos llaman "éxitos de audiencia", aunque usted y yo jamás los veamos.

AENA instala control facial en los aeropuertos. ¿Y tu privacidad?

Esos datos, sesgados y distorsionados, justifican millones de euros no solo en anuncios que van a una audiencia que en realidad no es tal, sino también en gasto público —insisto, dinero que le quitan a usted y a mí del bolsillo porque así lo decide el gobierno de turno— para contratos multimillonarios vinculados a programas de la televisión pública que revuelven el estómago a quien lo ve pensando que le está regalando más dinero de su bolsillo al tipo que lo presenta que a todos sus hijos y nietos juntos en Navidad, en muchos años. Uno jamás entenderá la misión de servicio público de la televisión pública actual. ¿Desde cuándo entretener con basura subvencionada forma parte de esa misión? Quizá desde que algunos políticos descubrieron que controlar el relato es más rentable que decir la verdad y de ahí esa obsesión por ser el NÚMERO UNO. ¿Cuántas veces ha escuchado usted "lo dice la ciencia" o "los datos son claros"? Pero no se indica qué datos, cómo se han obtenido, ni quién ha financiado el estudio. Y mucho menos se cuestiona si esos datos contradicen lo que usted ve y vive a diario.

En realidad, esto no es nuevo. En los años treinta del siglo pasado, el nazismo utilizó con maestría estadísticas sesgadas para construir enemigos, justificar políticas atroces y perpetuar su poder. No estoy comparando directamente contextos, pero sí alertando de una constante: los datos, sin espíritu crítico, son herramientas de sometimiento.

La dictadura de los gráficos

Hoy, la dictadura no se impone con tanques —por ahora—, sino con gráficas. El nuevo autoritarismo no grita; susurra con tablas y "powerpoints". Se cuela en las redacciones, en los platós, en los informes de "comités de expertos". Y usted, sin saberlo, va creyendo que el mundo es tal como se lo pintan.

La solución no pasa por despreciar los datos, sino por cuestionarlos. Preguntar quién los produce, con qué método, con qué interés, si son verdaderamente fieles y representativos. Desarrollar una mirada escéptica, incómoda, libre. Porque la libertad comienza cuando uno deja de creer ciegamente en las cifras que le dan, sobre todo cuando un NÚMERO UNO sale a "cantar a medias" desde un atril para intentar convencernos de algo.

Y ahora, después de esto, dígame: por mucho que vivamos en la era digital, ¿cree usted en los datos?

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario