El equipo de 4A Games siempre ha destacado por su valentía, en muchos casos, desatendiendo las tendencias del mercado. Cuando la mayoría de los juegos de disparos dedicaban esfuerzos y recursos en frenéticas secuencias de acción con demasiados fuegos de artificio y una exigua línea argumental (en el mejor de los casos) para hilar mínimamente una historia, los intereses del estudio ucraniano en relación a la franquicia Metro se encontraban en contradirección, impulsando una narración ultra-inmersiva fiel a los principios que rigen el género e ignorando orgullosamente las modas.
En el estreno de Metro 2033, la primera entrega de la serie de terror y supervivencia de 2010 basada en la novela de Glukhovsky, la dirección del estudio ya había abandonado la idea del disparo ágil y la acción frenética, reemplazándola por un ritmo más lento y dramático. Ahora Metro: Exodus escenifica el final del viaje, la clausura de una odisea exquisitamente narrada que se extiende, prácticamente, durante una década. Por supuesto, también es el capítulo más complicado y audaz de la trilogía. Después de estos años, de hecho, se ha optado por descartar delicadamente algunas de las características clásicas de la franquicia a favor de una estructura nueva, más abierta y en parte, dedicada a la libre itinerancia. Por primera vez, los protagonistas regresan a la superficie y encuentran un breve espacio para la esperanza bajo el sol, uno real, ese que creían que no volverían a ver.
Por lo tanto, además de las variantes que presentan algunas mecánicas anteriores y de la incorporación de nuevas, la entrega también representa un cambio en la ambientación e incluso de los temas que se tratan, un verdadero desafío para el equipo de desarrollo y para los autores del guion, entre ellos el propio Gluchovskij, padre de la obra literaria, que una vez más se ha hecho cargo de la narrativa del juego. Gracias a la participación del autor, la serie ha ido ganando solidez y nunca ha perdido su identidad, una trampa en la que parece aún más fácil caer con una entrega de cierre que varía radicalmente su ambientación.
Repasamos esta nueva fórmula mientras nos movemos veloces hacia el este, devoramos kilómetros en el vientre metálico del Aurora y avanzamos haciendo temblar los rieles hasta que finalmente dejamos atrás el imperecedero invierno de Moscú. Pero primero queremos contaros algo de la historia Artyom, un tipo silencioso y nuestro protagonista.
La cegadora luz del sol
La trilogía Metro siempre ha sido una experiencia explícitamente dedicada al juego individual, y Metro: Exodus, incluso pisando un terreno algo diferente, no lo es menos. La narrativa sigue manteniendo un papel clave, alentando al jugador a continuar el viaje. Para motivarlo, nada mejor que un propósito y un buen plantel de personajes secundarios que le ayuden en la travesía. Todo esto lo encontramos confinado en el Aurora, el tren militarizado con el que nos desplazamos. Las ruedas se mueven hacia lo desconocido mientras observamos desde la ventanilla de la mole metálica el teatro de la condición humana, los cambios en las ciudades, primero castigadas por los vientos de guerra y luego demolidas por el ruido nuclear. Finalmente, tras el silencio, las primeras puertas comienzan a abrirse. Pero como todo, incluso el éxodo tiene un comienzo.
Todavía estamos en Moscú, poco después de los eventos de Last Light, y Artyom, entre una escapada y otra, no ha abandonado la idea de la existencia de vida más allá de los límites que marcan las líneas del subterráneo moscovita. Tras una serie de desafortunados eventos, el grupo de Espartanos termina por aprender una terrible verdad, poco después la situación se precipita, obligándonos a huir para siempre de la capital rusa. Nuestro vehículo de escape es un viejo tren blindado llamado Aurora, que actuará como hogar durante todo el viaje. A bordo, todos los personajes, incluidos Artyom y su esposa, luchan contra sus propios miedos. Aunque nuestro protagonista vuelve a estar completamente en silencio, durante la peregrinación al este habrá numerosas oportunidades para conocerlos a todos, entre historias personales, diálogos, disputas, incluso las leyendas y el folklore contribuyen a tratar sus perfiles.
No es casualidad que el interés haya cambiado a temas más personales. Con la huida de Moscú, los panfletos políticos, las grandes disertaciones ideológicas, los repasos a los sistemas sociales desaparecen para centrar la atención en la visión del individuo, más interesado en sus problemas. En Metro: Exodus hay espacio para la esperanza y el deseo personal, para la decepción, la desilusión, y también, para la búsqueda de un momento de tranquilidad. Lástima que esto último sea un lujo increíblemente raro, porque el corazón de Rusia también nos tiene reservados extraños personajes y peligrosas tribus, como fanáticos que repudian la tecnología e incluso esclavistas del peor tipo. La atmósfera, como ya habrás imaginado es soberbia durante toda la experiencia, mientras, en paralelo, la trama no prescinde de elementos dramáticos que nos arrastran inexorablemente hacia el potente final.
Un viaje a lo desconocido repleto de esperanza
El formato del Metro clásico, es como un enorme calabozo de laberintos construidos con barricadas de metal y vías por las que avanzar, pero en Metro: Exodus el techo lo marca el cielo y por primera vez nos encontramos al aire libre frente a escenarios sin fin. Al principio, todo esto podría asustar a los seguidores de la franquicia, pero, por el contrario, el problema no surge. En primer lugar, porque la itinerancia semi-libre solo se encuentra presente en dos de las cuatro áreas que conforman la campaña, mientras que en el resto de localizaciones, aunque siempre transmiten la misma sensación de enormidad, juegan con hermosas rutas dependientes de un recorrido lineal. Por lo tanto, además de mucha variedad, nuestro éxodo dispone de la cantidad correcta de libertad de movimiento, lo necesario para permitir al jugador elegir el enfoque que prefiera, logrando un equilibrio perfecto. A nivel teórico básico, la historia de Exodus nos lleva constantemente del punto A al punto B, pero mientras tanto, es imposible no explorar los pequeños centros de población y las numerosas ruinas dispersas, tal vez a bordo de un pequeño vehículo de cuatro ruedas si hay suerte.
Obviamente, no todo se engloba bajo estos parámetros, porque para aumentar el ritmo también habrá que sobrevivir a mazmorras, que se presentan en forma de alcantarillas, bunkeres y fábricas en ruinas. Se trata de secciones relativamente pequeñas, caracterizadas por la progresión lineal, el uso del armamento y la templanza del jugador, pero hacen su trabajo de forma sobresaliente. Son lugares de retrospección muy bien articulados, que mantienen en primer plano el glorioso sentimiento patrio de los dos primeros capítulos. Ya sea indagando entre archivos del ejército o atravesando una peligrosa presa, estas secuencias se encuentran entre las más tensas del juego y logran encajar perfectamente con el resto de la aventura.
El ruido sordo de un disparo en la estepa rusa
Comenzamos a hablar sobre la recolección de residuos. La práctica de hurgar en la basura toma más fuerza en el exterior, en cierta manera porque no hay comerciantes en este capítulo, y todo se reduce a un puñado de piezas de metal y algunas sustancias químicas. No obstante, el juego se encarga de servirnos casi todo con una autonomía regular, desde el medikit hasta los filtros para la máscara, pasando también por esas maravillas de la parafernalia post atómica que nos han acompañado en la serie. Sin embargo, para producir objetos más complejos, será necesario usar mesas de trabajo, disponibles tanto en el campamento base, cómo dentro de las casas "seguras" dispersas alrededor de las áreas. Montar nuestro propio inventario y prepararse antes de cada salida no solo es un ritual, además es simple e intuitivo, una de las variables del juego que puede marcar el ritmo de la aventura. No podemos dejar el tema del arsenal sin mencionar brevemente que es el elemento que ha experimentado menos cambios en términos absolutos, pero algo ha variado. De hecho, en esta entrega, si no guardas el arma, te desplazas más despacio y el movimiento resulta más duro, pero también era difícil esperar algo diferente a la inercia neorrealista que impulsa a la desarrolladora. Por ejemplo, cada bala disparada parece diferente de la anterior, como para reiterar la artesanía del armamento, y reforzar la sensación de estar manejando material siempre viejo y pesado.
Técnicamente implacable
La parcela técnica de Metro: Exodus es uno de los buques insignia de la producción, impulsada por el uso de nuevas características de NVIDIA. Los gráficos, tanto en PC como en consola son tan majestuosos como estables (el juego se ha analizado en PlayStation 4 Pro y un HP OMEN 880-012nl, con un procesador i7-7700K y GPU GTX 1070 que nos ha brindado partidas en 4K que marcan diferencias en el rango de plasticidad). Sin embargo, más que referirnos a los gráficos, en este caso y dado su volumen habría que hablar de sets, comparables a los construidos para la industria del cine. El título de 4A Games, además de situarse en la vanguardia técnica, destaca poderosamente por el modelado y la disposición de cada objeto en pantalla. Paseando por los escenarios surge la impresión de que cada elemento se ha colocado específicamente allí, con una precisión milimétrica, incluso el adorno más aislado es como si estuviera esperando para ser contemplado e inmortalizado (algo que podemos hacer con el modo foto). El motor propiedad de la desarrolladora, obviamente, gestiona las texturas de una manera excelente durante las cerca de 25 horas que dura la campaña, y lo mismo sucede con los efectos, especialmente los relacionados con las armas.
Conclusiones
No hay términos medios, Metro: Exodus el último capítulo de la saga desarrollada por 4A Games no sólo es un enorme título de disparos, un juego único e inimitable, también es uno de los últimos bastiones de los shooters en primera persona que se interesa por el jugador, que lo sitúa en el centro de la narrativa y lo hace sentir protagonista de una odisea inconmensurable. La última aventura de Artyom toma la forma de una peregrinación a través del Transiberiano, hasta el corazón de la enorme Rusia, en busca de una esperanza que las consecuencias post atómicas parecían haber enterrado. Con el cambio de aires, Gluchovskij abre la saga a nuevas ideas, centrándose en el desarrollo de los personajes individuales, sin perder el toque que ha hecho grandes los capítulos anteriores y que incluso serviría para ampliar el ámbito de la franquicia.
Pero la historia no es lo único que cambia en el nuevo Metro: Exodus. La estructura evoluciona al mezclarse con esa circulación cuasi libre, creando un híbrido que combina la progresión lineal tradicional con una libertad de acción más pronunciada. El resultado es extremadamente positivo. La historia de Artyom, por lo tanto, llega al final después de nueve años de espera de los que ha merecido la pena cada minuto. Un viaje que no olvidarás fácilmente.