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Jorge Vilches

Una conmemoración discutida

Fue un catalán, Antonio Capmany, el que propició que se decretara el Dos de Mayo como fiesta nacional a partir de 1811.

El Dos de Mayo ha sido, y es, un mito patriótico interpretable desde distintos y, a veces, contrapuestos puntos de vista. Los liberales quisieron ver en el levantamiento madrileño el inicio de la revolución nacional en la búsqueda de la libertad y la independencia. Así lo contaron y cantaron sus políticos y poetas desde julio de 1808, tras la victoria de Bailén, que utilizaron las instituciones políticas creadas en la guerra para convertir dicha revuelta en un elemento ejemplarizante y movilizador. El sentido de esa propaganda, equiparable a la Boston Tea Party en Estados Unidos o la Toma de la Bastilla en Francia, era la movilización a través de la identificación con las víctimas, siempre cargadas de virtudes, sacrificadas por los altos intereses colectivos frente a un enemigo que personificaba todos los males.

Fue un catalán, Antonio Capmany, el que propició que se decretara el Dos de Mayo como fiesta nacional a partir de 1811. El acontecimiento se convirtió en el levantamiento patriótico del pueblo por la libertad. En torno al episodio se creó una mitología que se incorporó al imaginario liberal y, por tanto, al discurso político. Sus hombres y mujeres, especialmente Daoíz, Velarde, Manuela Malasaña y Clara del Rey, eran "mártires de la libertad". Ya estaba el cuadro político completo: episodio inicial patriótico que despertó al sujeto contemporáneo, la nación, para luchar por su independencia; esto es, la libertad.

Los realistas, luego carlistas y después tradicionalistas, interpretaron el Dos de Mayo de una manera distinta a la liberal. El golpe de Estado de Fernando VII en 1814 sepultó la fiesta nacional y lo convirtió en un día de luto oficial, en el que se ordenaba la celebración de funerales en todas las parroquias de Madrid. Comenzó entonces una interpretación distinta del Dos de Mayo: los madrileños se habían levantado para defender a su Rey, su Patria y su Dios. Daoíz y Velarde representaban entonces los valores guerreros y católicos de los fieles españoles, en espera de Fernando VII, tal y como cantaba entonces el poeta Abrial:

Gran Fernando; ¡oh, Rey de amor!
Entre nuestros hijos fieles,
coronado de laureles
vivid mil siglos, Señor:
nuestra constancia y valor,
nuestra lealtad sin medida,
dará mil veces la vida
por vuestra Real Persona,
como lo afirma y abona
tanta sangre aquí vertida.

No obstante, los liberales del Trienio resucitaron el mito liberal del Dos de Mayo y le dieron la forma que en 1839 se consolidó con la inauguración del monumento en el madrileño Campo de la Lealtad (hoy, Paseo de Recoletos). La conmemoración se utilizó para identificar a la nueva España constitucional frente a las dificultades de las dos tiranías: la exterior (francesa) y la interior (Fernando VII, y luego el carlismo, derrotado entonces). La poesía que recorrió todas las celebraciones, y la más publicada en la prensa durante años, fue la de Espronceda, liberal y republicano –lo que es significativo–, que decía

Brilla el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena el cañón y el grito castellano
de independencia y libertad responde.

(…)

El trono que erigió vuestra bravura
sobre huesos de héroes cimentado
un rey ingrato, de memoria impura [Fernando VII]
con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para herir la libertad sagrada
el príncipe, borrón de nuestra historia
llamó en su auxilio la francesa espada
que segase el laurel de vuestra gloria [en referencia al Trienio].

Era un Dos de Mayo de nación y libertad, no de reyes o religiones. No obstante, el dominio político del Partido Moderado desde 1844 aguó la conmemoración, ya que intentó eliminar la francofobia por razones diplomáticas y el carácter popular del levantamiento por sus implicaciones liberales, centrándolo en Daoíz y Velarde y limitándolo a una celebración religiosa y militar. El cambio se produjo cuando el Partido Progresista se apropió de la celebración, a partir de 1856, resucitando el modo de conmemorar el Dos de Mayo del Trienio Liberal. El Dos de Mayo se constituía en el inicio de la lucha liberal del XIX. Así lo decía el periódico progresista La Iberia, el 2 de mayo de 1862:

El Dos de Mayo es para nosotros el símbolo de la Guerra de la Independencia, de esa brillante epopeya con que empezaron a un tiempo nuestro siglo y nuestra revolución. (…) ¿No luchaban los españoles por la patria? ¿Y qué es la patria? La patria no es la ergástula del esclavo, la patria no es la cárcel, la primera patria del hombre es la libertad.

Los progresistas, y luego los demócratas y los republicanos, se apropiaron del mito del Dos de Mayo y se presentaron como herederos de aquellos mártires de la libertad. Esa interpretación de la historia de España se hacía acompañar de manifestaciones públicas que finalizaban en el obelisco del Campo de la Lealtad, resaltando la idea de la lucha popular por la libertad contra todo tipo de opresión. Y cuando se decía popular se quería decir progresista o democrática. La exaltación se produjo durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874): se nombraron o arreglaron la Plaza del Dos de Mayo, las calles de Daoíz, Velarde, Ruiz y Malasaña, el arco de Monteleón y el grupo escultórico de Solà, y se eliminó la celebración religiosa, ante la negativa de los obispos a participar.

La conmemoración oficial del Dos de Mayo se oscureció durante la Restauración, pero para entonces ya había varias interpretaciones: los progresistas lo veían como un acto por la libertad, los carlistas se decantaban por la exaltación de la monarquía y la fe, mientras que los republicanos ensalzaban a un pueblo combativo contra las tiranías. La celebración del Primero de Mayo, a partir de 1890, lo dejó en un segundo plano. La fiesta se agotaba, hasta el punto de que los republicanos de fin de siglo quisieron su desaparición; así lo decía El País el 2 de mayo de 1899:

¿Cómo osamos rendir homenajes a los desinteresados y magnánimos patriotas que murieron por España, nosotros que la hemos arrebatado la vida y el honor? (…) después de perderlo todo (las colonias) con indiferencia repugnante, todavía tenemos la desvergüenza de turbar el reposo de los mártires con fiestas en su honor que son un sarcasmo.

Ahora bien, los madrileños seguían acercándose en masa a la fiesta; fiesta en su amplio sentido, con su desfile militar, su espectáculo y el gusto por la confraternización con baile, azucarillos y aguardiente de por medio. Pero el centenario fue un fracaso relativo. Nombrada una comisión de festejos, propuso a todas las provincias españolas que vinieran a la capital a celebrarlo. No quisieron. Gerona prefirió celebrar el Sitio de su ciudad, Barcelona las batallas del Bruch y de Igualada, Cádiz contestó que ningún diputado tenía interés en ir; y Oviedo, por ejemplo, conmemoró el levantamiento de Asturias. Era evidente que el localismo había tomado el lugar del sentimiento nacional, y que se había desbaratado el mito fundador de la nación. Eso sí, los madrileños vivieron plenamente la fiesta, mezclando lo oficial con lo popular.

A partir de ahí, de nuevo el olvido, cuando no la instrumentación. Bajo la Segunda República no cambió nada, salvo que fue una celebración meramente cívica. En la Guerra Civil se utilizó para armar de valor a los madrileños por parte de Dolores Ibárruri y el general Miaja, quien en una alocución radiofónica dijo:

El pueblo de Madrid sabe hacer honor a sus antepasados del 2 de Mayo, que, en lucha con el mejor ejército de Napoleón, lucharon y vencieron. Madrileños, luchad como buenos, y el triunfo será nuestro. ¡Viva el pueblo de Madrid!

El primer franquismo convirtió el Dos de Mayo en una fiesta nacionalsindicalista, equiparando los alzamientos de 1808 y 1936 –"dos guerras de independencia"–, de la mano de Serrano Suñer y los falangistas; de hecho, en 1953 ofrecieron a Franco la alcaldía honoraria de Móstoles, que aceptó. Y se celebraba como en el XIX, con desfiles militares y actos religiosos, y como fiesta nacional. La caída de Falange hizo que la conmemoración del Dos de Mayo se diluyera. Las provincias fueron renunciando a la fiesta; incluso Madrid, que la sustituyó por San Isidro, hasta que se recuperó como festividad autonómica con la democracia. Hoy, alejados de las interpretaciones emotivas pretéritas, se combina una discreta celebración oficial con la fiesta popular.

La explicación de lo que realmente pasó en Madrid aquel día de 1808 es larga, merecedora de otro texto, y se aleja de los usos y las interpretaciones vistas aquí.

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