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Mario Noya

'Tank Man'

Se han cumplido 25 años de este hombre, del que no sabemos nada, quién era, por qué lo hizo y qué se hizo de él cuando se lo llevaron.

(A Rafael Carbonell Solís, in memoriam)

Se han cumplido 25 años de este hombre, el Hombre del Tanque, del que no sabemos nada, qué hacía ahí, quién era, por qué lo hizo y qué se hizo de él cuando se lo llevaron no sabemos quiénes a no sabemos dónde. Un año después de ese 5 de junio de 1989 –"el año de las revoluciones modernas"preguntaron a uno de los tiranos, el risueño Jian Zeming, qué había pasado con Tank Man. Y Jian Zeming, que en chino de primeras dijo no saber si lo habían arrestado o dejado de arrestar, por obra y gracia de la extraordinaria Barbara Walters finalmente balbuciría en un terrible inglés:

I think… never… never killed.

Barbara Walters en esa misma entrevista aventuró un nombre para Tank Man: Wang Weilin, 19 años por aquel entonces, estudiante que habría sido juzgado por "hooliganismo político" y por promover la sedición en el Ejército del Pueblo que estaba derramando la sangre del Pueblo (… cientos de trabajadores y estudiantes y médicos y niños...). Lo cierto es que BW no sabía, quizá verdaderamente nadie sepa qué fue de este icono de la era de la imagen que dio la cara pero del que sólo conocemos la espalda; de esas ciento cincuenta libras de carne que en aquel momento imborrable no devinieron Masa amorfa sino nada menos que todo un Hombre.

Tank Man. No sabemos si era uno de los innumerables estudiantes que durante tantos días abarrotaron la Plaza de Tiananmen, donde al hierático retrato de Mao el Infame opusieron su estatua de la diosa Democracia, "su" porque la erigieron ellos, a imagen y semejanza de la que les alentaba desde muy lejos:

Dame tus pobres, cansadas,
hacinadas masas que claman por respirar en libertad.

Esos estudiantes, la mayoría, eran de la Universidad de Pekín, poderoso polo propulsor de las protestas. Allí, muchos años después, ya en este siglo XXI de la China fabulosa con sus jóvenes sobradamente preparados y sus instituciones académicas de referencia, hicieron una encuesta sobre Tank Man y los encuestados se mostraron "genuinamente desconcertados". ¿Genuinamente? ¿También el chico que pregunta si se trata de "una composición artística" después de susurrar a una de sus compañeras el número prohibido, 19"89"? Sea como fuere, parece cierto que "una escalofriante mayoría de jóvenes" y no tan jóvenes habitantes del país más poblado del mundo jamás ha visto una de las imágenes más difundidas de la historia.

¿Quizá fuera Tank Man un aldeano, una suerte de estupefacto palurdo recién aterrizado en ese otro planeta que son pero sobre todo eran, hace estos 25 vertiginosos años, las ciudades chinas para los moradores del miserable campo ancestral? Yo diría que no; y diría también que no era un estudiante sino un trabajador de vuelta a casa, con la chaqueta a cuestas y la bolsa de plástico de los derrengados. Un hombre cualquiera y de orden que hasta para parar una fila de tanques respeta los pasos de cebra. Algo parecido pensó el fotógrafo Charlie Cole, uno de los que le inmortalizaron: que lo mismo estaba siendo testigo de un día de furia de un señor hastiado. Furia contenida: Tank Man no propina a su enemigo metálico una sola patada, un mal puñetazo. Simplemente parece fatigado, haber llegado a ese punto de cansancio extremo en el que hasta la rebeldía se aventa con resignación. Fíjense en cómo mueve el brazo con el que pretende ahuyentar al mastodonte mecánico que podría triturarlo. Es la agitación del exhausto. Que sin embargo o precisamente por eso produce un llamamiento memorable: marchaos de aquí, fuera, basta, dejadnos en paz. NO PODEMOS MÁS. El más demoledor yo acuso que quepa asestar a los malditos comunistas y su engendro antihumano: esto habéis hecho del Hombre cuando no lo habéis exterminado.

***

A decir verdad, Tank Man fue el hombre contra el tanque. Literalmente el Hombre del Tanque fue el que renunció a aplastarlo. Otro héroe, inciden Pico Iyer y, sobre todo, Miller Kimball:

Honremos también al hombre que manejaba el tanque, que detuvo ese tanque letal para impedir que destrozara a otro ser humano. A la hora de la verdad, los déspotas y los tiranos no pueden imponer su voluntad a un país, sea cual sea su tamaño, sin la ayuda de tantos criminales y sicarios que les hacen el trabajo sucio.

Cada vez que un individuo se niega a reforzar el Mal, el Mal se debilita.

Sin vergüenza Jian Zeming presumió ante la Walters de ese acto clamorosamente antirrevolucionario. Qué pena que la Walters no le reparara aquí también, porque tampoco de este otro Tank Man sabemos nada, si pagó o no con la vida su reincidente decisión de no cobrarse la de su compatriota ejemplar. Qué pena que no le repreguntara, ya digo: seguro que aquel asesino afable se habría vuelto a aturdir.

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