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Pedro Fernández Barbadillo

¿Pisaron alguna vez las Indias los catalanes?

Entre las ofensas históricas con las que el nacionalismo catalán manipula a las masas destaca la exclusión de los catalanes de la Carrera de las Indias.

Entre las ofensas históricas con las que el nacionalismo catalán manipula a las masas destaca la exclusión de los catalanes de la Carrera de las Indias.

Entre las ofensas históricas con las que el nacionalismo catalán manipula a las masas que tiene a su alcance mediante la escuela y la televisión destaca la exclusión de los catalanes de la Carrera de las Indias, lo que corroboraría que Cataluña era un ente ajeno al reino de España hasta la conquista militar de 1714 y, además, permitiría reforzar otras dos consignas: el egoísmo castellano y la pureza de los catalanes, que no participaron en el genocidio de los nativos americanos.

Como sucede siempre con los nacionalistas, sus investigaciones históricas están alejadas de la realidad. Carlos Martínez-Shaw (Cataluña en la Carrera de las Indias) recoge el dato del primer historiador contemporáneo del comercio de Cataluña con América, Federico Rahola y Trèmols, de que sólo tres barcos procedentes de Cataluña habían llegado a las Indias españolas antes de la fundación de la Real Compañía de Barcelona, en 1755.

Este dato, sin embargo, no significa la ausencia de relaciones comerciales entre Cataluña y los mercados ultramarinos hasta la misma fecha. Por el contrario, los catalanes intervinieron, con mayor o menor intensidad, en la Carrera de las Indias desde la apertura misma del mercado americano, a pesar de la vigencia del monopolio de la ciudad de Sevilla.

Después del Descubrimiento, la postergación de Cataluña en el comercio con las Indias fue sólo temporal.

Los comerciantes catalanes sólo sufrieron alguna discriminación en el período que media entre 1504 y 1524, a causa fundamentalmente de las cláusulas restrictivas sobre los súbditos de la Corona de Aragón contenidas en el testamento de Isabel la Católica. Sin embargo, incluso en esa etapa encontramos a algunos mercaderes catalanes establecidos en Sevilla y Cádiz y comerciando con el Nuevo Mundo.

El reparto del mundo

Desde 1524, los negociantes catalanes podían comerciar con las Indias como el resto de los súbditos del Austria, con la condición de respetar el privilegio del puerto sevillano, que servía para controlar las mercancías introducidas en España, perseguir el contrabando y cobrar impuestos.

Hay que entender estos privilegios, asociados al mercantilismo, como algo típico de la Edad Media… y buscado por todos los solicitantes en las cortes. Incluso Cristóbal Colón quería un privilegio para las tierras que descubriese. Aragón había sido jurídicamente excluido del comercio con las Indias mediante el Tratado de Tordesillas (1494), en el que se repartían el Atlántico Castilla y Portugal. De la misma manera, mediante el Tratado de Monteagudo (1291) Jaime II de Aragón y Sancho IV de Castilla se habían repartido las conquistas y el comercio en el norte de África: el territorio al este del río Muluya para los aragoneses y el correspondiente al oeste para los castellanos.

Pierre Vilar (Cataluña en la España moderna) asegura que el rey Carlos I "se sentía más a gusto en Barcelona que en Valladolid, durante los primeros años" de su reinado; en 1519 la ciudad "fue punto de mira del mundo cuando Carlos, a la muerte de Maximiliano, se convierte en candidato al Imperio". Sólo en ese año, se vieron en Barcelona los regalos que mandó Hernán Cortés al rey y a los asistentes al capítulo de la Orden del Toisón de Oro, cuyos paneles heráldicos están en la catedral barcelonesa.

Las autoridades catalanas tenían tal relación de confianza con el nuevo monarca que le entregaron la carta de los procuradores de Valladolid al Consell barcelonés en la que pedían apoyo para las comunidades castellanas. Antes habían dejado partir al mensajero para que no corrieran peligro sus paisanos y bienes en Castilla. Un comportamiento parecido tuvieron en 1591, cuando no movieron un dedo ante el ataque de Felipe II a los fueros aragoneses. Se pregunta Vilar si esta "sumisión" se debía a la satisfacción de los catalanes con el poder real o a su debilidad.

La decadencia catalana en el siglo XVI

¿Por qué no aprovecharon los catalanes para pedir al futuro césar Carlos que les abriese el comercio con las Indias? Por un lado, para las autoridades y el pueblo los asuntos más perentorios eran la represión del bandidaje y la defensa frente a la piratería berberisca; por otro lado, sólo los genoveses (banqueros y navegantes, como la familia Doria) comprendieron la riqueza fabulosa de las Indias y se atrevieron a hacer préstamos a la Corona, con las mercancías y el oro que viniesen de la otra orilla del Atlántico.

Los catalanes estaban enfrascados en problemas internos, padecían una demografía menor que la castellana y habían perdido el ímpetu financiero y navegante de la Baja Edad Media. "¡Qué lejos estamos del tiempo en que consellers y diputados eran almirantes en sus propias flotas!" (Vilar). Además, gran parte de la actividad de los astilleros se derivó en los reinados de Carlos I y Felipe II a la construcción de flotas para la Corona:

Barcelona ya no era la capital organizadora. Sus arsenales eran el instrumento de un poder lejano.

A lo largo del siglo XVI y XVII la mayor parte de los mercantes catalanes se dedicaban a la navegación dentro del Mediterráneo, que conocían desde siglos antes: los puertos de Marsella, Génova y Nápoles, los de Cerdeña y Sicilia, los presidios de Orán, Túnez y Argelia, y los peninsulares como Denia, Alicante y Málaga.

Concluye Vilar:

El famoso monopolio castellano sobre las Indias estuvo lejos de ser, incluso jurídicamente, un absoluto. (…) Para gentes audaces, el monopolio castellano no habría presentado, en efecto, un bloque sin fisuras.

Franceses e ingleses lo rompieron mediante la piratería y el contrabando. Vascos, cantábricos, castellanos, genoveses y flamencos, mediante el recurso a socios sevillanos, que les proporcionaba la cobertura legal.

Esta última fue la opción de numerosos comerciantes catalanes que vendían sus productos a miembros de la Casa de Contratación o que los transportaban en barcos fletados por éstos.

En 1674 los patrones de barcos catalanes que solían acudir a Cádiz pleitearon contra el cónsul flamenco en esta ciudad, que pretendía que se exigiese un impuesto a los navíos de "naciones extranjeras" que entrasen en el puerto, categoría en la que quería incluir a los catalanes. La regente Mariana de Austria apoyó a los demandantes, que ganaron el pleito.

Peticiones a Felipe V y al archiduque

Antes de concluir el siglo, parte de la actividad económica catalana se dedicaba al comercio trasatlántico. En 1683 los daguers (cuchilleros) de Barcelona se quejaron de que había irrumpido en su monopolio de fabricación de cuchillos de alta calidad para exportar a las Indias la competencia de Mataró, donde había 14 molinos dedicados a afilar las hojas.

Y en los años entre 1693-1696 al menos 54 barcos mercantes catalanes arribaron a Lisboa y Cádiz.

Durante la Guerra de Sucesión, la iniciativa catalana no se detuvo.

Como ya hemos contado aquí, las Cortes catalanas juraron voluntariamente a Felipe V como rey. Esas Cortes, reunidas en 1702, así como las de 1705-1706, que retiraron el juramento de lealtad al Borbón y lo trasladaron al archiduque Carlos de Habsburgo, plantearon a ambos reyes peticiones para levantar los obstáculos que padecían en el comercio con los virreinatos americanos.

Con los aliados del archiduque Carlos controlando casi todos los puertos mediterráneos españoles (en la península, Baleares y norte de África) y Portugal, la plaza de Gibraltar se convirtió por unos años en escala de los navíos catalanes, en detrimento de Cádiz.

Barcelona, centro económico de Cataluña

Barcelona, "tras la Guerra de Sucesión, se convierte en el centro indiscutible de la vida mercantil y la economía del Principado", como destaca Martínez-Shaw. Y se sabe por los numerosos comerciantes que, a partir de los años 20 del siglo XVIII, se instalan detrás de sus murallas. Una consecuencia es que la rica vida mercantil que existía en otras partes de Cataluña, como sobre todo Mataró (cuyo consejo municipal había solicitado en 1702 al rey Felipe que le concediese el título de ciudad y ofreció a cambio 3.500 doblones de oro; el Borbón así lo hizo, pese a la oposición de Barcelona), decayó a favor del centralismo barcelonés.

Además, en 1720 una real orden de Felipe V cursada a los puertos españoles para que todas las regiones del reino contribuyesen con sus producciones al abastecimiento de las Indias. A su amparo, el intendente Rodrigo Caballero ofreció a los comerciantes catalanes todo tipo de facilidades para la incorporación de navíos fletados por ellos a la Flota de Indias, y hasta la formación de una compañía de que asegurase la exportación a las Indias.

Entre la colonia mercantil catalana afincada en Cádiz (agentes, marineros, comerciantes…) los tres principales nombres catalanes en la primera mitad del siglo XVIII fueron los de Jaume Campins, Fèlix Almerà y Tomàs Prats.

El principal producto de exportación a las Indias españolas era el aguardiente, seguido del vino (en el siglo XVII se había extendido la viticultura, sobre todo en el Campo de Tarragona y Reus, y la abundancia de vino la señaló el brazo real en las Cortes catalanas de 1702), vendido a Cádiz y otros puertos andaluces. Los otros productos eran los frutos secos y después los textiles, las metalurgias y el papel. De América, los catalanes importaban graña, añil, algodón,campeche, carey, azúcar, palta labrada, cacao, tinta…

Concluimos con otras palabras de Martínez-Shaw:

En relación con estos hechos y desde otro punto de vista, la exclusión legal de Cataluña del comercio americano se nos aparece hoy (1981) como una mera leyenda, a pesar de la insistencia en este punto de un sector mayoritario de la historiografía catalana.

Sin embargo, ni la investigación académica ni el paso del tiempo han enterrado el tópico.

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