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Jesús Laínz

Antiguallas sangrientas

Igual que hoy nos escandalizamos de las barbaries pasada, quizá algún día se escandalicen de que nuestra generación considerara un derecho el aborto.

Igual que hoy nos escandalizamos de las barbaries pasada, quizá algún día se escandalicen de que nuestra generación considerara un derecho el aborto.

–¿Sabes por qué el instrumento tradicional judío es el violín? Porque resulta complicado huir por la ventana con el piano.

Este viejo chiste judío reflejó el pasatiempo favorito de los europeos durante muchos siglos: la caza del que se consideraba pueblo deicida desde Mateo 27, 25.

También durante muchos siglos en la cristiandad se pagó con la muerte convertirse a la fe mahometana (por ejemplo, las Partidas de Alfonso X), al igual que lo contrario en el mundo islámico. Hoy, gracias a Dios, a nadie –en Occidente– le importa la fe de cada cual. Por el contrario, según la ley coránica todavía hoy aplicada en algunos países musulmanes, la pena para el apóstata sigue siendo la muerte.

Durante muchos siglos la homosexualidad, entonces llamada sodomía, conllevó para sus practicantes castración, lapidación, horca u hoguera. A Wilde ya sólo le tocó prisión y hoy a nadie en sus cabales se le ocurriría considerarla un crimen.

Durante muchos siglos nadie, ni en el mundo cristiano ni en el judío ni en el musulmán, discutió que la esclavitud fuese el destino natural de la raza negra tanto por la bíblica maldición camita como por ser considerada inferior. Y en algunos países, no sólo en la Sudáfrica del apartheid, sino también en los USA de las Jim Crow laws, se conservaron hasta hace muy poco –en USA hasta finales de los 60– leyes discriminatorias por el color de la piel, lo que hoy nos resulta incomprensible.

Durante muchos siglos la tortura procesal y las ejecuciones en circunstancias espantosas fueron una norma universal que no empezaría a ser discutida hasta que Cesare Beccaria escribiera sobre ello en 1764 su clásico De los delitos y las penas, libro que fue inmediatamente condenado e incluido en el Índice romano.

También durante siglos se consideró circunstancia atenuante, tanto para la madre como para los abuelos, matar al recién nacido "para ocultar la deshonra de la madre", lo que llevó a José María de Pereda a incluir la costumbre del infanticidio entre las pruebas de que el hombre es la peor de las fieras, pues "so pretexto de un pudor que, a serlo, infamara al mismo Lucifer, más de dos veces arroja al fondo de una letrina el fruto de su propia sangre". Hoy el infanticidio ha caído en desuso porque la técnica actual permite deshacerse del problema antes de verle la cara, que es más llevadero.

Igual que hoy nos escandalizamos de toda esta barbarie pasada, quizá algún día nuestros descendientes se escandalicen de que nuestra generación fuera capaz no sólo de matar a los niños en el seno materno, sino también de tenerlo por un derecho. Pero para que llegue ese día tienen que ir dándose cuenta de su atraso los obcecados partidarios del aborto por considerarlo progresista.

Aunque quizá lo que suceda sea lo contrario: que el aborto se consolide como una zancada más, y no precisamente corta, de la imparable carrera de Occidente hacia el abismo.

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