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David Jiménez Torres

Ramiro de Maeztu: nuestro puente con la cultura británica

Ramiro de Maeztu fue uno de los intelectuales más notables de la España de principios del siglo XX.

Ramiro de Maeztu fue uno de los intelectuales más notables de la España de principios del siglo XX.
Ramiro de Maeztu | Libertad Digital

Ramiro de Maeztu Nació en Vitoria en 1874, de padre criollo y madre anglo-francesa. Si bien su familia ocupaba en un principio una posición social desahogada, el estallido del último conflicto colonial en Cuba (donde su padre tenía varios negocios) afectó la economía familiar, y el joven Ramiro tuvo que abandonar los estudios sin haber terminado el bachillerato.

Siendo aún un adolescente viajó a Cuba para ayudar a su padre, y allí desempeñó todo tipo de empleos para salir adelante, desde empujar carros con vasijas de barro cocido por las calles de La Habana a cobrar facturas de puerta en puerta. También trabajó como lector en una fábrica de tabaco, recitando a los obreros páginas de Marx y de Ibsen. Desconocemos si aquellas lecturas encendieron la conciencia social de los obreros a los que iban dirigidas: la del joven Ramiro sin duda lo fue.

Al poco tiempo, el padre de los Maeztu murió y Ramiro hizo el viaje de vuelta a España ardiendo de fiebre en la bodega de un buque. Su madre tomó las riendas de la familia y le encontró un puesto de chico de redacción en un periódico bilbaíno, dando comienzo así a una de las carreras periodísticas más notables de la España de su época.

Maeztu progresó rápidamente como periodista socialista y combativo en el Bilbao de finales del XIX. A los pocos años se mudó a Madrid, donde colaboró con Azorín y Baroja y compartió cabeceras con Machado, Unamuno y Valle-Inclán. Formó parte de aquel clima intelectual que luego se denominaría, de forma bastante equívoca, ‘generación del 98’. Su primer libro, Hacia otra España (1899), resume a la perfección aquella época de entusiasmos nietzscheanos e indignaciones regeneracionistas, socialistas, ácratas y lo que se terciara.

En 1905 Maeztu aceptó el encargo de convertirse en corresponsal londinense de la prensa española. Durante los siguientes quince años, y a través de sus crónicas en La Correspondencia de España, Nuevo Mundo y Heraldo de Madrid, informó al público español de las convulsiones de la Inglaterra post-victoriana, desde las agitaciones obreras y feministas hasta el espantoso calvario de la Primera Guerra Mundial. Contribuyó al conocimiento en España de autores como George Bernard Shaw o G. K. Chesterton, y a la difusión de las propuestas del socialismo fabiano y del new liberalism. También se integró plenamente en el mundo intelectual británico: publicó casi un centenar de ensayos en inglés en la influyente revista The New Age, se casó con una inglesa, y fue amigo de T. E. Hulme, A. R. Orage, A. J. Penty… Tampoco descuidó el mundo intelectual español, desarrollando una importante colaboración con el joven Ortega y Gasset.

Desilusionado con el ideal europeísta, e influido por las críticas a la modernidad de sus amigos ingleses (una influencia evidente en su ensayo La crisis del humanismo, publicado antes en inglés que en castellano), Maeztu regresó a España, donde fue afianzando su nuevo catolicismo autoritario, nacionalista y contrarrevolucionario. Este proceso dejó dos notables trabajos: Don Quijote, Don Juan y la Celestina (1925) y El sentido reverencial del dinero (1927). Sus nuevas convicciones le llevaron a apoyar al dictador Primo de Rivera en el mismo momento en el que el resto de la intelectualidad rompía con él. Quemó así los puentes con las amistades liberales de su juventud, y fue designado embajador en Argentina.

Tras la caída del dictador, Maeztu regresó a Madrid para encabezar la oposición más intransigente a la nueva República. Se convirtió en una de las principales figuras de la revista Acción española y fue elegido diputado de la derecha monárquica y tradicionalista, a cuyo acervo ideológico contribuyó el ensayo Defensa de la Hispanidad. Al estallar la guerra civil, Maeztu fue detenido por las autoridades republicanas y, pocos meses después, ejecutado por milicianos.

El Estado franquista puso su nombre a unas cuantas calles y poco después lo fue olvidando, centrados sus intelectuales orgánicos en los legados de Unamuno y de Ortega. Tras la muerte del dictador, sus descendientes han preferido reivindicar la figura de su hermana, la pedagoga María. Hemos sido muy pocos los investigadores que nos hemos dedicado a la figura de Ramiro desde la Transición en adelante, intentando resaltar su enorme relevancia tanto en la historia cultural como la del pensamiento político de la España del siglo XX.

Así que no resulta muy claro qué lograría un gobierno municipal borrando su nombre del callejero. Quizá suprimir la memoria de uno de los periodistas más influyentes de principios del siglo XX; o la del principal vehículo de transmisión de la cultura británica en la España de su época; o la de uno de los teóricos imprescindibles de la relación entre el catolicismo y el dinero, o entre España y su antiguo imperio; o la del pensador que sintió que la República era antinómica a las esencias patrias y acabaría desembocando en la revolución; o la de una mente rica y compleja, cuyos aciertos y errores pueden enseñar mucho a las nuevas generaciones; o quizás, sencillamente, la de una víctima incómoda.

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