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Agapito Maestre

Los pozos negros del pensamiento

La publicación reciente de los 'Cuadernos Negros' confirman lo que ya sabíamos: el nazismo era heideggeriano.

Es fascinante intentar responder las preguntas sencillas del hombre de la calle: ¿es posible que un nazi sea un gran pensador?, ¿es conciliable la maldad extrema con ser un gran filósofo? Las respuestas son aparentemente obvias para quienes se dedican a la filosofía. Forman parte del trabajo cotidiano de los historiadores, en realidad, son el arsenal intelectual de quienes investigan que la sabiduría no lleva siempre y directamente a la virtud. Se puede ser muy malvado y a la par muy inteligente. Esta cuestión es un tópico entre los profesores de filosofía, pero el hombre de la calle, el ciudadano medio, rehúsa este tipo de explicaciones. No quiere hacerse cargo del asunto, vela lo real, y solo excepcionalmente acepta que haya algunos casos célebres de personas que aúnan en sus vidas la crueldad personal con una profunda sabiduría. Por eso, precisamente, el trabajo filosófico es fascinante. Inacabable.

Además, la interpelación del hombre de la calle al filósofo lo deja, casi siempre, desnudo. Al borde del abismo. Hagan ustedes el experimento de pedirle a un profesor de filosofía que le dé una explicación sencilla sobre la compatibilidad de sabiduría y crueldad en una misma persona. Se llevarán más de una sorpresa. Espero que la complejidad de las respuestas que oigan de sesudos intelectuales, y no es lo peor que puedo decir sobre esos profesores, no les obligue a matricularse en una facultad de Filosofía para entender su lenguaje abstracto y, generalmente, carente de encadenamiento deductivo entre argumentos y conclusiones. Sí, témanse lo peor del filósofo y de su filosofía a la hora de hablarle al ciudadano medio. Los filósofos, cuando no hablan para filósofos, son generalmente malos filósofos. Son ideólogos. O repiten tópicos con un lenguaje alambicado o enmascaran y ocultan la realidad con extrañas fabulaciones. La verdad desaparece. Son tipos que desprecian al hombre que no se deja engatusar, ellos dirían hechizar, por un lenguaje sin prueba.

Ahí tienen el caso Heidegger, entre otros pensadores de corte nacionalsocialista, que no sólo fue nazi sino que fue más nazi que los propios nazis. Inventó, diríamos hoy, el nazismo. José María Valverde, poeta y crítico literario, llegó a decir que el nazismo fue heideggeriano. Sin embargo, hay cientos de profesores empeñados en negar lo evidente que el comportamiento político de Heidegger forma parte integrante de su filosofía. Más aún, se diría que buena parte de las corrientes existencialistas francesas, españolas, norteamericanas y, por supuesto, alemanas, han trabajado para quitarle importancia al compromiso político de Heidegger con el nacionalsocialismo. Ha sido la mayor aportación de la filosofía académica, a veces espontánea y otras veces muy interesada, para que el proceso de desnazificación, posterior a la Segunda Guerra Mundial, quedara en nada, o sea una cosita políticamente correcta.

Ha habido, sin embargo, grandes pensadores que han roto esa cadena de corrección y engaño, de manipulación e ideología, sobre Heidegger. Son filósofos políticamente incorrectos. Son filósofos. Un ejemplo sobresaliente de gran filósofo e investigador para quienes hablamos en español es el caso de Víctor Farías, quien logró, en 1987 con su Heidegger y el nazismo, hacer saltarpor los aires todos los resortes de la corrección filosófica. Del engaño. Los ataques que recibió el gran Farías llegaron al paroxismo, pero, después de su libro, todo cambió. Todos le copian miserablemente pero sin citarlo. Otro tanto sucedió con pensadores como Guido Schneerberger, Rainer Marten, Hugo Ott o Enmanuel Faye. Este último, en 2005, hizo el trascendental descubrimiento de los textos en que Heidegger explicaba filosóficamente conceptos fundamentales del nazismo. También los ataques que recibió el francés fueron parecidos en perversidad a los que había recibido Farías. Los ataques políticamente correctos a esos filósofos siguen, pero ellos persisten en seguir descubriendo la profunda conexión entre el nazismo y la filosofía de Heidegger.

Otra vez el ejemplo nos lo da el incansable y sabio Víctor Farías; sus geniales comentarios e investigaciones, aparecidas en la editorial Tecnos, después de la publicación de los Cuadernos Negros, de Heidegger, en 2013, son una fuente única de sabiduría y, además, han venido a confirmar la tesis clave de su libro de 1987. En efecto, esos Cuadernos reproducen, a veces casi literalmente, la tesis politológica fundamental del libro de Farías, a saber, "la mutación filo-populista de Heidegger al ver que la ‘verdadera Revolución del Socialismo Alemán’ era traicionada y reemplazada por un socialismo de Estado con injerencia del gran capital monopolista, ‘judío’, por tanto, para Heidegger. Los ‘judíos’ son para los Cuadernos Negros seres carentes de raíces, carentes de mundo propio, falsos que ni siquiera tienen acceso a la nada, a su propia nada". En fin, Farías demuestra, una vez más, que el profundo antisemitismo de Heidegger es constitutivo de su filosofía.

La publicación reciente de los Cuadernos Negros confirman lo que ya sabíamos: el nazismo era heideggeriano. Aunque esta vez, como asegura Farías, se pueden escuchar escuchar más cosas y más agresivas aún. Los judíos no sólo son aludidos esta vez por su nombre, sino simultáneamente como seres que ontológicamente no pueden ser considerados como iguales en su relación al Ser. En el país del Holocausto, de la Shoah, el "mayor pensador del siglo XX", según sus seguidores, humilla no solo a algunos seres humanos de memoria dolorida, sino que agrede brutalmente a un país que, con dificultad y lentamente, ha logrado recuperar el rostro de una nación civilizada y de memoria decente. En un país que ha tratado con eficacia el rostro respecto al "otro pasado reciente", el de la así llamada República Democrática Alemana y su cruel totalitarismo comunista, el novísimo escándalo Heidegger es un tremendo golpe y ello en relación al "pasado más terrible" anterior, al que nunca se podrá perdonar.

Y, sin embargo, la rápida y amplia reacción de la prensa alemana e internacional no fue muy diferente, me sigue asegurando Farías, a la que surgió en 1987 y en 2005 cuando yo primero, y Emmanuel Faye después, dejamos en claro algo mucho mayor que la punta del eisberg fascista y racista del pensador. Así, ahora el conservador y ponderado Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), apuntó al vecino en la hora de encontrar perjuicios: "Una debacle para la filosofía en Francia. La bomba estalló en París, la siniestra capital del más irracional culto a Heidegger". Pero muy pronto se recuperó el buen tono que corresponde al trato de un compatriota alemán: "Yo no lo tendría en modo alguno por un antisemita" afirmó Der Spiegel. El progresista semanario protestante Die Zeit relativizó cuidadosamente el asunto: "Un desenraizamiento fundamental" era todo lo que Heidegger reprocharía a "los judíos". Uwe Wenzel, un publicista, creyó poder hablar de un hecho meramente político: "Es un antisemitismo artificialmente elaborado". Y el semanario Die Zeit volvió a insistir en "Una herencia envenenada". Der Spiegel, que en su tiempo negó todo acceso a Farías a los textos originales de la célebre entrevista publicada póstumamente, debió confesar esta vez que el redactor jefe Rudolf Augstein, se negó entonces a interrogar a Heidegger sobre el Holocausto por temor a que "el viejo profesor hiciera fracasar la entrevista".

Más todavía, se reveló que uno de los periodistas que participaron en el diálogo, Georg Wolff, había sido oficial de las SS e incluso un alto funcionario de la Policía Política Secreta (SD) (L.Hachmeister en SWD). Die Zeit estuvo entonces en condición de proclamar con entusiasmo que "¡Heidegger se distanció en los Cuadernos Negros de su discurso de 1933!". Silvio Vietta, el dueño de los manuscritos llegó entonces a decir sin reparos: "En mi Cuaderno Negro no hay ni una sola frase contra los judíos, ni una sola palabra antisemita" (Die Zeit, 30.1.2014). Es característico que Vietta ni siquiera pudo (o quiso) percibir el lenguaje extremadamente agresivo de Heidegger. Su muy valiosa mercancía debía conservar una apariencia aséptica para no echar a perder la gran demanda. En fin, el heideggeriano más fundamentalista, Francois Fedier, pudo afirmar que los ataques a Heidegger "estaban dirigidos al falso sospechoso" porque "el pensador no pudo percibir que su juicio sobre el Judaísmo y los judíos eran algo monstruoso". Cuál es la razón de este impedimento, Fedier no la nombra. Los amigos norteamericanos pudieron formular una pregunta higiénica e ingenua: "¿Está Heidegger contaminado de nazismo?" (The New Yorker, 28.4.2014). El progresista periódico español El País se permitió incluso hablar de un "Heidegger privado" (12.4.2014). El profesor Trawny, el encargado por la familia Heidegger para elaborar la edición formuló la absolutamente impresentable e infundada hipótesis de que "Heidegger quizá (sic) quiso con estos cuadernos mostrar hasta qué extremo una decisión filosófica puede perder el rumbo…". En su libro sobre Heidegger y los judíos, Trawny pone como conclusión de su estudio que con los Cuadernos Negros "el pensamiento de Heidegger nos pone frente a un enigma".

Todas esas declaraciones son, en realidad, mentiras y más mentiras para negar lo evidente. En verdad, los Cuadernos Negros nos han puesto ante una evidencia vergonzosa: Heidegger fue nazi y antisemita. Y, sin embargo, serán ciento de profesores de filosofía, ideólogos, que seguirán negando lo evidente, lo real, cuando el hombre de la calle les siga preguntando cómo es posible que un filósofo, un sabio como Heidegger, sea un nazi. Ahí está el toque.

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