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Antonio Escohotado

Los amigos del resentimiento

Armémonos de paciencia e ironía.

Armémonos de paciencia e ironía.
Cordon Press

Lo políticamente correcto evocaba condescendencia antes que alarma hasta hace poco, porque parecía más cursi que orwelliano. Me asombra no reparar en ello tiempo atrás, cuando dediqué un artículo irónico a Bourdieu y su "violencia simbólica", que clama contra el machismo en términos absolutos, sin comparar el de entornos prósperos y civilizados con el de otras zonas. Algo después el estatus de las islámicas se soslayó con despilfarros melifluos como la Alianza de Civilizaciones, y lamento darme cuenta tan tarde, por una mezcla de flaqueza y pereza mental.

Se me pasó aclarar que Bourdieu fue ayudante del gran Raymond Aron hasta Mayo del 68, cuando le pareció reaccionario su ideal sensato –"aquél no unido a destruir lo que se pretende defender"– y se sumó al naciente posmodernismo, desdoblado en la rama lesbofeminista lanzada por Monique Wittig y el grupo formado en torno a Lacan, Derrida, Foucault, Deleuze y Althusser. De Wittig tomó nociones como falocracia capitalista y que no hay categorías neutrales, pues todas sirven al explotador o al explotado. De la cepa Lacan-Althusser aprendió a promover escuelas de altos estudios, prolongadas en otras de estudios todavía más altos, que no tardaría en colonizar la Universidad europea y ser recibida en territorios anglosajones, seduciendo al profesor en formación con su ejemplo.

No era poco lograr ahorrarse las dos tesis preceptivas e incluso la oposición, como Foucault y el propio Bourdieu, ni el alivio de poder ignorar las fuentes primarias en cada asunto –relegando al desván cualquier prestigio derivado de manejarlas–, mientras la línea bolchevique instalada en cada Departamento blindaba "estar siempre a la izquierda de la izquierda". Tras apoyar los brotes terroristas de los años 70 y 80, Bourdieu asumió frenar el desconcierto suscitado por la implosión de la URSS, y produjo un texto altermundista tan seminal como La miseria del mundo (1993), donde denuncia el dolor de "los desheredados por el progreso tecnológico y la globalización".

Durante las dos décadas siguientes el lesbofeminismo marxista se convirtió en lesbofeminismo chicano, el castro-guevarismo en redención bolivariana y el leninismo en banderines como Podemos, demostrando lo tenaz de un ánimo indiferente –cuando no hostil– al testimonio de los sentidos y la lógica de la consecuencia, que tras optar por creer en vez de ver acabó descubriendo en la posverdad una manera de no atarse tampoco a credos. Convendrá, pues, admitir que un porcentaje considerable de la población europea pasa en general de Aristóteles y el término medio, o no vería al orbe sumido en una escasez creciente inducida por el capitalismo, ni propondría recomenzar desde cero, poniendo primeros a los últimos.

Tampoco conviene olvidar que dicho plan no existió hasta surgir la única Roma relativamente próspera –la de Augusto y Tiberio–, cuando se generalizó el hombre de negocios grecofenicio, que fue llamado novus homo por inventar un oficio distinto del labriego. Antes de verse amenazado con el infierno por el Sermón de la Montaña, el empresario solo había sido maldito por la cultura espartana, que propuso no distinguirle del esclavo, y cierta secta israelita que vio pecado de hurto en toda compraventa. Por otra parte, Roma fue la primera civilización resueltamente esclavista, y pagó el experimento de no remunerar el trabajo mermando su capacidad inventiva, un factor que pronto impidió amortizar cada presente.

De ahí que los Siglos Oscuros comiencen cuando solo sobrevive un décimo de los habitantes en tiempos de Augusto, canonizando con más o menos hipocresía el culto a la santa pobreza. Vilipendiado y perseguido, el negotiator pareció una excrecencia tan maligna como inútil, mientras Europa vivía de vender a bizantinos y sarracenos su propia juventud más agraciada, los captivi, careciendo de otra mercancía exportable. Pero la miseria rebotó hacia arriba tras tocar su último fondo, gracias a siervos desertores que reabrieron las vías de comunicación por afán comercial, y hacia el siglo XIII puede fecharse el restablecimiento de mercados, cuyos bienes y servicios sustituirán a las lonjas de cautivos.

De hecho, los españoles debemos sentirnos orgullosos de que la primera economía política de corte científico fuese planteada por los jesuitas y dominicos agrupados como Escuela de Salamanca, a mediados del siglo XVI. Cien años antes de Hume y Adam Smith, desmontaron el derecho de conquista a partir del "la verdad os hará libres" evangélico, deduciendo de ese principio no pocos corolarios impecables. Entre ellos, que el imperio ilimitado de la coacción debe dar paso a relaciones contractuales, que la supuesta gracia divina de los reyes usurpa la soberanía de cada sociedad y que el ser humano es titular de derechos civiles inalienables, tanto si le tocó ser católico y blanco como indio e infiel.

Mientras ellos estudiaban la trama mercantil, el escándalo suscitado por ella alimenta los alzamientos comunistas de campesinos checos y alemanes, y el Utopía de Tomás Moro, primicia de un género cultivado luego con creciente éxito de ventas, donde lo común a sus distintas islas perfectas sería prescindir del dinero. Durante los siglos que median entre el opúsculo inicial y el Manifiesto de 1848, los ricos no dejaron de ser los reos del Juicio Final, aunque el desahogo abonase sustituir la migración masiva al cielo por paraísos terrenales rigurosamente ateos, e ignorar el desempeño de la empresa soviética permitió a Engels y Marx morir convencidos de que abolir la empresa privada transformaría a los empleados de las públicas en titanes de la diligencia y la inventiva.

El resto es de dominio público. Sintiéndose delegado del "yo/masa", Lenin fue el primero en mostrar que el confort y las libertades retrocederían a las condiciones del Bajo Imperio romano, decretando no solo monopolio ideológico y reclutamiento laboral obligatorio sino instituciones como el pasaporte interno. El 24 de enero de este año cuatro sacerdotes cubanos le echaron valor dirigiendo una carta a Raúl Castro que cualquiera encontrará a golpe de clic, donde empiezan recordando cómo desde 1960 "toda voz diferente ha sido silenciada (…) y los cubanos se cuidan de no decir lo que piensan y sienten, porque viven con miedo, muchas veces de aquellos con quienes conviven cada día". Le recuerdan luego "el desamparo económico que vive este pueblo, obligado a mendigar la ayuda de familiares que lograron marchar al extranjero o al turista", pues "no pueden adquirir serenamente lo básico". Terminan pidiendo "la clara distinción e independencia de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial (…) y elecciones en vez votaciones, donde podamos decidir no sólo nuestro futuro, sino también nuestro presente".

El papa Francisco visitó la isla en el verano de 2015, y empezó su discurso saludando a los hermanos Castro, llamando luego a "vivir la revolución de la ternura con María, madre de la caridad", mientras encargaba a su diplomacia los contactos secretos con Obama conducentes al posterior apretón de manos en La Habana. Basta repasar las fotos de Francisco con los Kirchner, Correa, Chávez, Morales Castro y Maduro para colegir que celebraban el chiste más divertido en la más rendida fraternidad, y cuán doloroso le resultó recibir a Trump y su familia, aunque fuesen peregrinos con tanto o más derecho a audiencia. El papa Ratzinger, Benedicto XVI, escribió que "Dios no solo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla, o no tendríamos modo de ir eligiendo el bien mayor". Su sucesor ve en el dinero "el estiércol del Maligno", y bien podría preferir pasar un rato con adalides del lesbofeminismo chicano, o el imán Jamenei, a soportar de otra vez algo con remoto aroma a Wall Street.

Por caminos tan sinuosos como implacables, pasar del tam-tam a los móviles no ha modificado quizá el porcentaje de humanos inclinados a conquistar la ecuanimidad por medio del estudio. Sin embargo, algún día descubriremos quizá manera de calmar a los rabiosos e imperiosos sin necesidad de vencerlos en las urnas como desde 1848, cuando se celebraron en Francia los primeros comicios democráticos. De venerar la pobreza y la intolerancia pasaría esa grey al "vivan las cadenas", y ha inaugurado el siglo XXI con una convergencia de integrismo marxista e islámico. Así como hoy pretende que el género es un invento reaccionario, mañana podría insistir en que la amnesia sea tan subvencionada planetariamente como en Cuba, Irán y Cataluña. Armémonos de paciencia e ironía.

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