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Muere Juana Biarnés, la 'fotógrafo de Raphael' y la primera fotoperiodista española

Pionera en una profesión que durante muchos años sólo era de hombres, tuvo ante sus cámaras a los más populares personajes de los años 60, 70 y 80.

Pionera en una profesión que durante muchos años sólo era de hombres, tuvo ante sus cámaras a los más populares personajes de los años 60, 70 y 80.
La fotoperiodista Juana Biarnés | EFE

En estos tiempos donde viene reivindicándose el papel de la mujer con respecto al varón cuando se ejercen los mismos trabajos y ellas son discriminadas, conviene resaltar las figuras de quienes, como pioneras, destacaron en profesiones que durante muchos años sólo ejercían los hombres. Y me refiero especialmente a Juana Biarnés, que acaba de fallecer a los ochenta y tres años y se la conocía como "la fotógrafo de Raphael", lo que era bien cierto. Pero Juana Biarnés era mucho más que acompañante, cámara en ristre, de los pasos del cantante de Linares. La primera fotoperiodista de España. Quien con sus trabajos periódicos, sobre todo en el diario Pueblo, dejó constancia de su talento, de igual modo que también resaltó su arte cuando así sus fotografías requerían un tratamiento más estético que el de la urgencia de la prensa diaria.

Era de Tarrasa. Acompañaba a su padre, fotógrafo deportivo, algunas tardes a los campos de fútbol. Sucedió en 1965 una anécdota que marcaba entonces el criterio machista. Sentada como podía en los márgenes del campo del Barcelona C.F., el árbitro que dirigía el encuentro entre el Barça y el Español al advertir la presencia de la reportera con faldas se acercó a ella, retrasando el comienzo del partido: "Usted no puede estar aquí, no se le permite a ninguna mujer". Parte de los espectadores comenzaron a insultarla: "¡Vete a tu casa a fregar!" Y ella, sin inmutarse, extrajo de su bolso un carné expedido por la Federación Española de Fútbol que la facultaba para ejercer su labor informativa. No sería el único episodio en el que se vio envuelta, sólo por su condición femenina.

Cuando entró en la redacción del diario Pueblo era la única mujer fotógrafo, entre ocho compañeros varones. Las risitas estaban al día. Cuando empezó a firmar exclusivas, se ganó pronto el respeto de los colegas. La afición a la fotografía le había llegado por vía paterna, pues en principio sus sueños eran los de ser telefonista. Cuando ayudando a su padre, cámara en ristre, decía ser fotógrafo, no fotógrafa. Cuestión de dignidad, al margen de cualquier duda académica del vocablo.

Llegados The Beatles a España para dos únicas actuaciones. En la segunda celebrada en Barcelona, al día siguiente de la de Madrid, Juana Biarnés consiguió otra exclusiva, viajando en el mismo vuelo que los cuatro melenudos de Liverpool habían tomado en Barajas, rumbo al del Prat. Y en el transcurso del viaje, metida en el lavabo, con una cámara que extrajo de su bolso dotada de zoom pudo fotografiarlos en sus asientos. El baterista Ringo se dio cuenta y entre risas permitió que la reportera fotografiara al grupo. Continuó su trabajo ya en el hotel barcelonés que ocupaba el conjunto británico. Tomó un montón de imágenes. Y cuando iba a enviarlas a su periódico resultó que el director la disuadió: "No lo hagas. Desde arriba nos han dicho que de estos melenas nada de darles publicidad". La censura franquista, claro, que no quería que nuestra juventud se alborotara. Con aquellas fotos exclusivas, Juana Biarnés no sabía qué hacer. Las regaló a una revista mensual, Ondas.

Juana Biarnés tuvo ante sus cámaras a los más populares personajes de los años 60, 70 y 80. Acudió a una fiesta en Los Ángeles de los corresponsales de prensa, donde tuvo a tiro a Clint Eastwood, que la besó simpáticamente. A Roman Polanski le cocinó una suculenta paella, encuentro del que obtuvo otro de sus excelentes reportajes. Y en cuanto a artistas españoles, puede decirse que los tuvo a todos pendiente de su click o de sus flashes. Desde Joan Manuel Serrat a Massiel, pasando por un sinfín de cantantes. Con esta última estuvo los días previos al Festival de Eurovisión de 1968. Camino de Londres, donde se celebraría el evento, hicieron escala en París. No sabía Massiel qué ropa lucir en el Akbert Hall londinense. Y Juana Biarnés, con su buen gusto le sugirió visitar la casa de modas de Courréges, firma entonces de moda, que confeccionaría a la ganadora del "La, la, la" un vistoso modelo con minifalda.

Fotógrafo exclusivo y personal de Raphael

Pero de quien más cerca estuvo fue de Raphael. Al punto de que en los ambientes periodísticos madrileños se la consideraba poco más que su fotógrafo exclusivo y personal. Cuando se supo que Raphael iba a casarse con Natalia Figueroa, en todas las revistas, sobre todo, amén de los periódicos, menos interesados en el asunto, se produjo una carrera para cubrir el enlace. Pero los novios se habían conjurado para que su unión fuera secreta, sólo en presencia de una treintena de invitados, entre familiares e íntimos amigos. Era complicado saber dónde, cuándo se casarían. Cuantos reporteros, finalmente, supimos la fecha y el lugar, Venecia, con pocas horas de anticipación (un servidor se pasó toda una noche viajando por la Costa Azul hasta arribar a la ciudad de los canales) pensábamos que la exclusiva que, supuestamente, tendría Juana Biarnés, qué menos siendo quien era cerca de los contrayentes, estaba ya "chafada". En realidad sólo acudimos una decena. Hoy nos hubiéramos reunido un centenar entre cámaras de televisión, fotógrafos, gente en demanda de selfies… Juana Biarnés pensaba que de haber sido la única en obtener fotos de aquella boda, se hubiera forrado. Como casi para retirarse varias temporadas. Pero se tomó con deportividad la llegada de sus colegas rivales. Siempre fue una gran compañera.

Y un día se cansó de seguir persiguiendo a los famosos con sus cámaras siempre a punto. Se había casado con un francés, corresponsal de prensa, que colaboraba también para la cadena Ser, muy en concreto con el programa de Alberto Oliveras Ustedes son formidables. Estupendo tipo, que formó con Juana una pareja estupenda, muy querida en nuestra profesión. Dejaron Madrid, instalándose en Ibiza. Allí, ella inauguró un local, C´an Joana, restaurante frecuentado por cuantos personajes llegaban a la isla. Se comía bien. Y sobre todo recibían un trato exquisito. Juana era una exquisita cocinera. Conversadora amena, simpática.

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Enfermó. Sus recuerdos iban borrándose de su mente. Fue perdiendo facultades, que le imposibilitaban ejercer una vida corriente. Jean Michel siempre a su lado. No habían tenido descendencia. Probablemente consciente de su quebrada salud y de que su existencia iba apagándose lentamente decidió publicar un libro, Disparando con el corazón, celebrar una exposición antológica y rodar un documental sobre su vida.

Siempre la recordaré con su sonrisa entrañable. Su generosidad, cuando me abrió las puertas de la casa familiar de su marido, en Versalles. Y como periodista, de su pasión por captar las imágenes de un tiempo que ya es historia.

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