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Homenaje a Raúl del Pozo en la Complutense: la gloria no sólo es para los muertos

El periodista total ha reconocido la pulsión literaria, el sustrato cultural y el periodismo efervescente de este genial domador de palabras.

El periodista total ha reconocido la pulsión literaria, el sustrato cultural y el periodismo efervescente de este genial domador de palabras.
Homenaje a Raúl del Pozo en la Universidad Complutense

La Universidad Complutense de Madrid, en el marco del I Congreso de Periodismo y Comunicación Global, ha homenajeado este jueves a Raúl del Pozo (Mariana, Cuenca, 1936), a quien califica de "periodista total", con, primero, una mesa de debate, moderada por el profesor Manuel Fernández Sande, en la que hemos participado José María García, Jorge Bustos, Carmen Rigalt, el escritor Eduardo Martínez Rico y el firmante de este artículo; segundo, con un diálogo entre el autor de El reclamo y Antonio Lucas, Carlos Alsina, Edu Galán y Arturo Pérez-Reverte, quien ha recordado que conoció a "Raúl en el año 73, en Pueblo. Ya era brillante y muy guapo". "Sus ojos tienen en sus retinas la imagen de un mundo que ha desaparecido", ha añadido. La tercera pata del homenaje ha sido la entrega de "un premio en reconocimiento a la contribución de Raúl del Pozo al periodismo español".

Para mí, el homenaje fue una sorpresa feliz, por no decir un desmentido: esperaba que a Del Pozo se le glorificase, pero muerto. Bien es sabido que España es un país necrófilo –metafóricamente, quiere decirse–, y que el de los periodistas, con el de los curas, es el gremio en el que más abundan las envidias y los navajazos. Por fortuna, la Complutense me ha quitado la razón.

"El odio es necrófago. En este caso hay amor, aunque sea a los huesos", escribió el homenajeado en un artículo sobre los restos de Cervantes. Raúl del Pozo: el periodista total ha sido un acto de amor al músculo, al cerebro, a la pulsión literaria, al enorme sustrato cultural y, sobre todo, al periodismo efervescente de este vivísimo domador de palabras. Subrayo su instinto informativo –quizá, su mayor virtud–: Del Pozo nunca ha olvidado que, ante todo, es un periodista y, así, centrifuga en sus columnas off the records, escribe sobre las aguas que lleva el río que suena, ofrece fidedignos dicen que dicen…, resumiendo: da noticias. En este sentido, no hay que olvidar que las primeras informaciones del caso Bárcenas afloraron en la tronera ruidosa y callejera del autor de A Bambi no le gustan los miércoles.

Precisamente, en el prólogo de esa obra, Del Pozo rememora: "He sido reportero, cronista de sucesos, corresponsal en el extranjero y he cubierto conferencias y hasta bautizos". Poco después, añade: "Vale más lanzar una piedra que una palabra, el que escribe se proscribe". No es mala lección esa.

Conocí a Raúl del Pozo el 8 de agosto de 2013. Acudí a él a propósito de un reportaje sobre Umbral. Estaba asustado, como cuando Moisés compareció ante Yahvé en el Monte Oreb. Creía que se presentaría con un "Yo soy el que soy", que ardería alguna planta de su jardín, que la Luna se volvería roja, etcétera. Me imponía un respeto cuasi marcial, primo hermano del miedo. Conste, por cierto, que siempre he sido más de Del Pozo que del autor de Mortal y rosa o Los helechos arborescentes: primero, porque, cuando empecé a estudiar Periodismo, Umbral ya estaba muerto y el "gitano de Cuenca" era el dueño de la última columna de El Mundo; segundo, porque siempre me he sabido más periodista que escritor –aunque Del Pozo también ha escrito: "Lo confieso, cometí adulterio con la Literatura"–.

Por fortuna, Del Pozo no fue aquella tarde –ni es– el Dios exterminador de pueblos del Antiguo Testamento. Hace seis años, conocí a un tipo inteligentísimo, entrañable, noble, generoso. Desde entonces, somos muy buenos amigos. He sido negrita en sus columnas cuatro veces. Compilé los artículos incluidos en El último pistolero. Presentó mi libro, con José Mota e Igor Paskual, en marzo del año pasado. Nos vemos ocasionalmente, y hemos estado juntos en duras y en maduras. Es lo más parecido a un familiar que tengo fuera de mi familia. Lo quiero mucho. Y, por fortuna, ese amor no es cosa mía exclusiva: una pila de gente adora a Raúl. Van dos ejemplos ilustres. El presidente de Libertad Digital, Federico Jiménez Losantos, me cuenta: "En Raúl entrevemos la agreste desconfianza de la primavera, el social hastío del estío, la honrada confianza del otoño y el calor del perdón de los inviernos. Es una prosa para todas las estaciones". Por su parte, Arturo Pérez-Reverte, me dice: "A Raúl del Pozo las certezas y los años no lo hicieron ni cínico ni malo. Es bueno, es veterano, es sabio. Es la lucidez, la experiencia y la memoria".

En definitiva, por cosas como el acto de este jueves, qué gusto da a veces equivocarse.

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