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Miguel Delibes en el teatro, con la evocación de la muerte de su mujer

Desde aquel negro día acusó la soledad, la falta de su compañera, a la que quiso tanto. El recuerdo de un cuadro terminó arrumbándolo.

Desde aquel negro día acusó la soledad, la falta de su compañera, a la que quiso tanto. El recuerdo de un cuadro terminó arrumbándolo.
Fotografía sacada del archivo familiar. | Círculo de Lectores

Desde el pasado noviembre José Sacristán sigue representando la adaptación teatral de una novela de Miguel Delibes: Mujer de rojo sobre fondo gris. El actor ha tenido un gran empeño en llevar a la escena ese libro, contando con la colaboración del productor José Sámano. Ya hace justamente treinta años llevaron asimismo a los escenarios otra obra novelesca del gran autor vallisoletano, La guerra de nuestros antepasados, historia de un ser primitivo, Pacífico Pérez. Era un diálogo. En esta ocasión, Sacristán se ha atrevido al monólogo de Mujer de rojo sobre fondo gris. Hasta la fecha ha recibido excelentes críticas a su trabajo en sus representaciones en capitales andaluzas, castellanas y gallegas. Tiene programada su gira por toda España en la presente temporada.

Este nuevo homenaje teatral del actor de Chinchón hacia Miguel Delibes coincide con el próximo aniversario de su fallecimiento. El escritor murió el viernes 12 de marzo de 2010. "El lenguaje de Miguel Delibes es universal porque cuenta y describe sentimientos", comentó José Sacristán. Y ha vuelto a experimentarlo con Mujer de rojo sobre fondo gris, que es un desgarrado relato de Miguel cuando murió Ángeles, su mujer. Aunque en la novela, sin duda por el pudor que siempre tuvo el autor acerca de su entorno familiar, el personaje femenino es Ana y quien la evoca es su marido, un pintor, Nicolás. Ese subterfugio literario de Delibes escondía su propio drama, al quedarse viudo, absolutamente desolado.

Miguel Delibes había nacido en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Le llevaba tres años a Ángeles de Castro. Se casaron el 23 de abril de 1946 en la capilla del colegio de Lourdes, donde él había cursado el Bachillerato. Tuvieron siete hijos. Ella fue un apoyo constante para Miguel en tiempos en los que pasaron ciertas dificultades. Ya en su noviazgo quedaban citados en una cafetería, donde pasaban muchas tardes mirándose a los ojos, consumiendo sólo una cerveza para los dos… porque no tenían más dinero. Miguel se multiplicó en ganarse la vida en un banco y como periodista en El Norte de Castilla, donde primeramente hacía caricaturas de actores que acompañaban gráficamente a sus críticas de películas; y después dando clases en la Escuela de Comercio de Valladolid, tras ganar unas oposiciones a la cátedra de Derecho Mercantil.

La faceta puramente literaria de Delibes se inició en 1948 al ganar el Premio Nadal de novela con La sombra del ciprés es alargada. Una veintena de obras lo convertirían en uno de los escritores españoles más importantes del siglo XX. Si no tuvo el Premio Nobel fue porque siempre fue reacio a mover influencias, tan necesarias a veces. Sería, por cierto, el escritor del que más volúmenes se llevaron a la pantalla en nuestro país, una decena de títulos de los que sobre todo se recuerda Los santos inocentes, que Mario Camus dirigió con brillantez, con un reparto sobresaliente: incomensurables junto a los demás Alfredo Landa y Paco Rabal, premiados en Cannes, este último dejando en la memoria aquella expresión de "¡Milana, bonita!". Delibes, que nunca se entrometía en las adaptaciones al cine de sus obras, sólo insistió cerca de Camus para que esa frase se repitiera a lo largo de la película.

En el teatro, Miguel Delibes, sin ser dramaturgo, ha dejado una huella imborrable con La hoja roja, la ya mencionada La guerra de nuestros antepasados y sin duda alguna por Cinco horas con Mario, un emotivo monólogo que Lola Herrera ha representado durante varias temporadas, aún en cartel últimamente. A esas tres obras hemos de añadir Señora de rojo sobre fondo gris, motivo de actualidad para el presente artículo. Una declaración de amor cuando el esposo que ha perdido a su mujer se siente en el vacío, en una pura crisis, como le ocurre al pintor del argumento literario, trasunto del propio Miguel Delibes cuando se fue de este mundo Ángeles.

Fue el 22 de noviembre de 1974 cuando Ángeles de Castro dejó de existir, a los cincuenta y un años en una clínica madrileña. Le escribió más tarde Miguel a su buen amigo, el editor José Vergés: "… Me parece que hemos pasado de la juventud a la vejez no en poco tiempo sino en una noche… y de repente Ángeles ha hecho mutis y nos ha cambiado la decoración sin enterarnos". Le habían diagnosticado una tumoración cerebral. La operación no dio resultado. Y Miguel, desde aquel negro día, acusó la soledad, la falta de su compañera, a la que quiso tanto. El recuerdo de un cuadro, retrato que de Ángeles había realizado el pintor Eduardo García Benito, y que tanto gustaba a la pareja, terminó arrumbándolo, escondido bajo su cama. Y el mismo título que el pintor había dado a su obra lo utilizó después Delibes para su novela; idéntico también ahora de la pieza teatral representada por José Sacristán.

Ángeles de Castro era el equilibrio de Miguel Delibes. Éste, cuando cobró el importe del premio de la Fundación March que le concedieron lo invirtió en adquirir una casa de campo en el pueblo burgalés de Sedano que, con el paso de los años ampliaron hasta construir tres viviendas donde su prolongada familia pasaba los veranos; un lugar muy querido por Ángeles, pues allí veraneaba ya anteriormente con los suyos, siendo soltera. Lugar donde el novelista daba rienda a una de sus más acendradas aficiones: la caza, sobre la que escribió mucho. Dominaba el mundo cinegético, conocía las expresiones propias de los cazadores y aldeanos, muchas de las cuales están presentes en sus novelas, como El camino, La hoja roja y no digamos Diario de un cazador. Asimismo la pesca tranquilizaba su espíritu, de por sí ya reposado, en jornadas donde enhebraba conversaciones mientras liaba un cigarrillo tras otro, a la manera antigua en tiempos lejanos, antes de que fabricaran los emboquillados.

Miguel Delibes era una persona sencilla, que sentíase feliz en Valladolid. No se vanagloriaba nunca de sus éxitos. Desestimaba los homenajes, comidas y cenas que le brindaban. Sólo la familia y la escritura le importaban. La muerte estaba muy presente en sus argumentos cuando escribía con una letra precisa, cuidada folio tras folio. El editor le instaba a que publicara más, pero Miguel era lento en su trabajo, necesitaba reposar su prosa, hasta darla por concluida. Tres años invirtió en la que iba a ser su última novela, El hereje. El mismo día que había terminado las pruebas para enviarlas a la editorial tenía una cita en la madrileña Clínica de la Luz. Era el 21 de mayo de 1998. El doctor que lo había citado en su consulta le comunicó a su paciente que tenía cáncer. Fue operado y ya no volvió más a escribir, ni tampoco a cazar, sus dos pasiones.

Murió, queda ya dicho, el 12 de marzo de 2010. Afortunadamente, sus escritos no se han olvidado.

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